Loading...
Invitado


Domingo 02 de diciembre de 2018

Portada Principal
Cultural El Duende

Francis Scott Fitzgerald y el ansia de Triunfar

02 dic 2018

Por: José Antonio Valdivia. Escritor, abogado y catedrático universitario. De: "Adiós Siglo XX" - Colección de ensayos - 2006

¿Fotos en alta resolución?, cámbiate a Premium...

Segunda y última parte

Las Apagadas Luces del Desencanto

Fitzgerald conoció el éxito a una edad en la cual muchos jóvenes escritores se resignan a ser más jóvenes que escritores. Tenía 24 años de edad. "A Este Lado del Paraíso" le abrió dos puertas paradisíacas: la literaria y la pecuniaria. Tal éxito provocó que Zelda Sayre, musa que lo rechazaba con sistematicidad, cayese rendida de súbito amor.

Sus cuentos y artículos empezaron a tener intensa demanda en las revistas de moda. Con el tiempo llegaría a escribir alrededor de 160 cuentos. Algunos de ellos son casi perfectos: El Diamante tan Grande como el Ritz, Regreso a Babilonia, Niño Rico, El Palacio de Hielo, Día de Mayo.

Incluso Absolución, uno de sus cuentos menos logrados, queda en la memoria del lector por el brillo de los diálogos. El adolescente atormentado por la mentira, y el sacerdote, atormentado por la pasión, se absuelven con benevolencia recíproca. El sacerdote expone una de las claves narrativas de Fitzgerald. Le dice al adolescente: el mundo es un Edén, pero no te le acerques mucho; si lo haces sólo sentirás el calor, el sudor y la vida. Era una recomendación que el escritor habría de desoír, impelido por su vitalismo desenfrenado.

Los relatos de Fitzgerald son fotografías narrativas de época. Sus lectores se reconocían en ellos, y se disputaban los ejemplares que caían en sus manos. Los títulos de esos volúmenes tenían buen sabor de época: Coquetas y Filósofos, Cuentos de la Era del Jazz.

Pero la energía del autor iba más acelerada en el exigente ámbito de la narración larga. Publicó una segunda novela, con exiguo éxito de crítica y de público: Los Bellos y los Malditos. Y en 1925 publicó su obra magistral: El Gran Gatsby.

Ebrio de gloria y poder de seducción, Fitzgerald marchó a Europa con Zelda. Ambos fueron anfitriones amables y trasnochadores de esa fiesta que, según Hemingway, fue el Paris de los años veinte. Conocieron al hada madrina de la "Generación Perdida", Gertrude Stein, de quien se dice que gustaba de dar culta charla a los intelectuales, en tanto que dejaba a las esposas de éstos a cargo de amigas que sólo jugaban a las cartas.

Sin embargo, la bohemia desmesurada empujó a Fitzgerald y Zelda hacia la más inconsciente danza que sólo puede darse al borde del abismo. No les previno del estropicio ni la presencia de su pequeña y única hija, Scottie.

El escritor cayó en la dipsomanía, "y su delicada boca irlandesa de larga línea de labios" (Hemingway), insultaba con profusión a camareras y policías.

En 1930, Zelda Sayre, presa de una esquizofrenia progresiva, tuvo que ser internada en un sanatorio. Y luego en otros. Habría de perecer, años más tarde, en el incendio de uno de ellos.

Fitzgerald comenzó a comprender que las luces del encanto, una por una, se le iban apagando. Intentó relanzar su fama. En 1934 publicó Suave es la Noche, novela de trasfondo autobiográfico. En ella un exitoso psiquiatra, Dick Diver, se enamora de su paciente, la bellísima Nicole; y obtiene el deterioro moral como única retribución.

El año 1936 apareció el último libro del escritor: El Derrumbe, y en él narraba -con dulce ironía- la muerte de las ilusiones perdidas. Todavía en 1940, Fitzgerald trabajaba una nueva novela: El �ltimo Magnate, obra que dejaría inconclusa.

Un ataque cardíaco fulminó su prematuramente envejecido corazón. Fitzgerald había muerto soñando con un castillo -ya sin luces- donde sólo habitaba el fantasma del inalcanzable hombre de éxito: el magnate.

¿Quién Mató a "El Gran Gatsby"?

El Gran Gatsby es la novela maestra de Fitzgerald. No será la obra capital de la afortunada narrativa norteamericana, pero queda en la memoria del lector (y en su historia personal), como únicamente ocurre con las novelas inmortales.

Nadie que hubiera leído con amor esas breves páginas, dejará de regresar a ellas con la misma inevitabilidad de los ángeles que regresan al paraíso. Queda por su energía, su espíritu y su perfume poético.

En ella, el autor planteó la verdad central de su visión romántica: una dialéctica ironía ante el ansia de lo absoluto. Toda novela sufre descarnamiento homicida, si se la resume.

El Gran Gatsby sufriría mucho más, por su técnica de construcción lenta y enigmática; por su atmósfera de sugestión. El relato transcurre en un sólo verano, pero la cronología fluye con dislocamientos estructurales.

La historia la narra Nick Carraway, un chico del medio Oeste, corredor de bolsa en Nueva York, que alquila una vivienda en West Egg, Long Island. Su vecino es Jay Gatsby, millonario de fortuna misteriosa y reciente.

Gatsby busca atrapar el sueño más grande de su vida (acumuló fortuna para ello): revivir el amor que una vez tuvo con Daisy Fay, ahora casada con Tom Buchanan, adinerado de vieja data. El romanticismo de Gatsby habrá de ser cribado en el tiempo y en el espacio. Gatsby tiene una ilusión central: repetir el pasado.

El amor perdido de Daisy (margarita), la flor del Este, es el absoluto que le ata a ese pasado que busca revivir. Esta fidelidad a una visión es la medida de su grandeza y el argumento de su derrota. Daisy es una chica incapaz de entender la magnitud de tal sueño. Es "una espléndida orquídea de mujer, apenas humana". Al final Gatsby obtendrá una muerte estúpida, como toda muerte, en una piscina. Lo mató su ansia de belleza y de absoluto.

El romántico Oeste, encarnado en Nick y Gatsby, cae derrotado ante el pragmático Este, escenario donde Daisy y Tom pactan una felicidad insensible.

No se puede afirmar que Gatsby hubiera sido álter ego de Fitzgerald. �ste era algo más: era el creador. Ambos fueron perseguidores de la maravilla perfecta. Sólo que Fitzgerald sabía que su héroe estaba atrapado en una afirmación agustiniana: toda belleza que no sea celestial, mata.

Gatsby acumuló fortuna para reconquistar el pasado; Fitzgerald valoraba el dinero únicamente como medio facilitador de relaciones humanas. Además, Fitzgerald asumió distancia crítica respecto de su personaje, imponiéndole el "Gran": un hombre deja de ser platónico el momento que se encumbra sobre una fortuna poco aristotélica.

El escritor sabía que la dorada "Era del Jazz" había engendrado su contracara: el gansterismo. Ese mundo que Samuel Dashiell Hammett, padre de la novela negra, comenzó a narrar en 1929 (año de la quiebra bursátil), en Cosecha Roja.

Y quizá habría que emplear un tono más elegíaco para referirse a él. Es uno de los pocos norteamericanos que recuerda las estulticias de la emulación económica y la competición egoísta.

Porque él, chico de Saint Paul, no fue únicamente perseguidor del triunfo esquivo; también enseñó a brillar incluso cuando las luces van apagadas. Sobre todo, es autor de El Gran Gatsby, es decir, una de las pocas novelas que todo mortal con suerte debiera llevar consigo al otro mundo.

Fin

Para tus amigos: