La expresión «funcional» cuando se relaciona en referencia a un partido polÃtico, una corriente, una ideologÃa, un grupo económico, un lobby, no viene a significar que ese alguien lo apoya de una manera abierta, sino como un efecto colateral.
La aparición de las ideologÃas reviste una doble gravedad. Si, por un lado, se trata del más nefasto de los pecados, por otro debemos agregar que los tiempos han hecho posible que este pecado se haya hecho cultura hasta convertirse en lo que se ha llamado hoy «pecado social». Asà nos hablaba Juan Pablo II en su encÃclica sobre el EspÃritu Santo: «Por desgracia, la resistencia al EspÃritu Santo, que san Pablo subraya en la dimensión interior y subjetiva como tensión, lucha y rebelión que tiene lugar en el corazón humano, encuentra en las diversas épocas históricas y, especialmente, en la época moderna su dimensión externa, concentrándose como contenido de la cultura y de la civilización, como sistema filosófico, como ideologÃa, como programa de acción y formación de los comportamientos humanos... El sistema que ha dado al máximo desarrollo y ha llevado a sus extremas consecuencias prácticas esta forma de pensamiento, de ideologÃa y de praxis, es el materialismo dialéctico e histórico, reconocido hoy como el núcleo vital del marxismo».
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No obstante que la función polÃtica es una de las más altas y nobles, las ideologÃas son causa de grandes males, porque no abundan las personas «muy buenas» o «muy malas», sino las mediocres. La mediocridad intelectual y moral en un gobernante, en un polÃtico es maligna.
Muchos quisieran que no se hable de la protección eclesiástica que particularmente en Oruro se dio a sectores polÃticos izquierdistas, como el caso del MIR en la década de 1980, entre otras cosas, miembros de esta sigla fueron elegidos como funcionarios de Pastoral Social de Oruro, asà como de otras ONGs e instancias sociales eclesiales. También se seleccionó a miembros de otros grupos izquierdistas para llevar adelante proyectos sociales, hechos de conocimiento público.
Recuerdo vivamente hace ya 15 años, en 2003, cuando en febrero y octubre de ese año grandes movilizaciones sociales produjeron al final la renuncia de Gonzalo Sánchez de Lozada a la presidencia del paÃs. En esos paros y protestas, en una casa religiosa de Oruro funcionó abiertamente, como la larga tela roja colocada en la pared del convento señalaba, el «Estado Mayor del Pueblo». Lo que vino después es historia conocida. Sin embargo, muchos olvidan que organizaciones, prelados, sacerdotes y religiosos fueron resortes vitales para la llegada de ese «proceso», no solamente preparando el terreno desde instancias oficiales eclesiales, desde muchos años antes, sino volcándose a favor del actual partido gobernante, particularmente en las elecciones de 2005.
El 7 de febrero de 2009, se proclamó «el nacimiento de la república del socialismo comunitario y antiimperialista», promulgando la Nueva Constitución PolÃtica del Estado (NCP), que garantiza la libertad de cada ciudadano boliviano de optar por el credo religioso de su preferencia o por ninguno. Precisamente, el papel del Estado consiste en garantizar el ejercicio de la libertad religiosa por parte de los ciudadanos, como lo reconoce la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Esta nueva Constitución en su artÃculo 4 declara: «El Estado respeta y garantiza la libertad de religión y de creencias espirituales, de acuerdo con sus cosmovisiones. El Estado es independiente de la religión», articulado que resulta contradictorio con lo establecido en el Art. 98, Inc. II del mismo texto que dice: «El Estado asumirá como fortaleza, la existencia de culturas indÃgena originario campesinas, depositarias de (Â?) espiritualidades y cosmovisiones», expresión constitucional que claramente enarbola una nueva religión de Estado sincrética y panteÃsta con el culto a la Pachamama.
AsÃ, desde la promulgación de dicha NCP, el gobierno se esforzó por aglutinar en los aniversarios cÃvicos nacionales y departamentales a las varias expresiones religiosas en actos que primeramente vinieron en llamarse «Te Deum Ecuménico» y posteriormente «Celebraciones interconfesionales», pretendiendo que la Iglesia Católica participe de dichas celebraciones como una más del abanico de sectas y otros grupos pseudo religiosos, mientras enarbola la bandera del Estado Laico, pretende erigirse en la cabeza de las expresiones religiosas, en una simbiosis sincrética, confusa y pagana.
En ese arco en estos pasados 9 años, el gobierno constantemente ha machacado la idea de que la Iglesia deje de hacer polÃtica, cada vez que la Conferencia Episcopal, su Comité Ejecutivo o algún obispo se han pronunciado sobre temas contingentes, como el narcotráfico, el Tipnis, la inhabilitación de candidatos a Defensor del Pueblo, el sometimiento del Poder Judicial a intereses polÃticos, la reforma educativa, la legalización del aborto, el respeto a la Constitución vigente y el referéndum del 21F.
En todas las ocasiones, la respuesta de los funcionarios gubernamentales ha sido siempre la misma: «que la Iglesia deje de hacer polÃtica», refiriéndose al estamento episcopal, acusando a los obispos de ser enemigos del «proceso de cambio» y «de derecha».
Como afirma el sacerdote jesuita Horacio Bojorge: «No nos dejemos engañar. Aunque Marx, Gramsci, Fukuyama y otros enemigos de la fe católica, afirmen por un lado que el cristianismo y la Iglesia son cosas del pasado, reliquias, cadáveres: "Sin embargo, no pierden ocasión de referirse a él, e incluso lo declaran el peor enemigo". Toda su guerra es contra el pueblo católico».
El colaboracionismo a las ideologÃas siempre ha existido, aquellos traidores a la Verdadera Fe se los conoce como «traditores», mientras que miles de cristianos ofrendaban su vida antes que adorar a los falsos dioses, éstos apóstatas pusieron en manos de los perseguidores, libros y vasos sagrados, y hasta a sus mismos hermanos. Apóstol o apóstata, mártir o traidor, no hay otra vÃa.