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Domingo 11 de noviembre de 2018

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Revista Dominical

¿Cuáles los detonantes del feminicidio?

11 nov 2018

Por: Raúl Pino-Ichazo Terrazas - Abogado corporativo, postgrados en Conciliación y Arbitraje, Alta Gerencia para Abogados (UCB-Harvard), Filosofía y Ciencia Política (maest), Derecho Aeronáutico, Interculturalidad y Educación Superior, doctor honoris causa (IWA-Cambridge University, USA), escritor

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La historia y la literatura son ricas en ejemplos sobre los celos que son expresión inequívoca de la inseguridad de la posesión: Otelo con la obsesión del Moro que tiende a inducir a aborrecer el amor; su falta de sentido crítico le induce a prestar atención a las sutiles y premeditadas insinuaciones de Yago y su imaginación le crea una jaula en que va quedar prisionero como un implacable felino en su fiereza. Gabrielle D´Annuncio en el "Inocente" describe magistralmente la pasión de Tulio Hermill que estremece al lector por el crimen que comete por su incontenible amor.

El celoso de imaginación duda sin pruebas temiendo el engaño que zahiere su amor propio y dignidad; el celoso de los sentidos que supone o sabe, duda de la exclusiva posesión en el futuro y sufre de no poder olvidar lo que ha perdido y, más intensos son los celos del corazón que perdonan y siguen amando, extrayendo la conclusión de orden psicosomático que a cada temperamento le corresponde un tipo distinto de celos y su consecuente reacción.

Los celos difieren en cada individuo pues nunca se equiparan el temperamento y la experiencia. El que ama como Werther, la excepcional creación de Goethe no puede tener celos análogos a los que aman como Don Juan; el inteligente, el tonto, el soberbio y vanidoso, el digno, el joven, el viejo celan de distinta manera así cada celoso tiene los celos según su forma de amar.

Son diferentes en profundidad los celos del amante y del cónyuge, pues son muy distintos los egoísmos exaltados en celos por la seguridad de posesión y propiedad en el cónyuge y en los del amante obra el amor propio.

La infidelidad revela al amante la desilusión de otro amor y le humilla admitir la desilusión amorosa del ser que aún sigue siendo el objeto de su propia ilusión; por el contrario, para el cónyuge la infidelidad representa un hurto en perjuicio de la posesión exclusiva y perenne pactada contractualmente en el matrimonio.

Observe la lectora que mientras se cobije en el espíritu del hombre la posesión, siempre las relaciones serán tortuosas pues implica sumisión y subestimación a la mujer, lo cual hoy es parte de la noble lucha de la mujer por la igualdad plena de género.

Ilustrativo para los lectores es distinguir los celos de otras pasiones que le son parecidas; suele denominarse amor a varios sentimientos que tienen raíces instintivas diversas y no presentan un homogéneo contenido afectivo y con la misma imprecisión se denominan celos a varias formas de egoísmo o de envidia; los niños, se dice, celan a sus hermanos cuando los suponen preferidos, los padres se celan entre sí cuando se concede a otros la confianza que cada uno ansiaría le estuviesen reservadas en exclusividad.

Es en el amor propiamente dicho en que la afección entre personas de distinto sexo donde los celos expresan pasión desequilibrada y casi siempre dramática, conmovedora e infelizmente trágica.

La imaginación estructura los celos más trágicos; el celoso imaginativo construye absurdas quimeras que lo obsesionan, no teme lo que sabe sino lo que ignora; los celos de imaginación cuando nacen sobre temperamentos perversos se convierten en un insaciable afán de hacer sufrir, en un verdadero sadismo sentimental.

Los celos del que ama con los sentidos sufre la pasión de los mismos bajo otra forma ya que objetiva las imágenes físicas de la infidelidad y en esta clase de celos tiene parte mayoritaria el sentimiento de propiedad que el amor propio; el daño causado irrita más que el temor de la pérdida de reputación y, si no puede perdonar, debe dejar de amar pues seguirá atormentando a la persona que cree amar.

Cuando solo se ama a sí mismo no puede seguir llamando amor a su vanidad, a su odio; el mal ajeno nunca fue remedio al dolor propio pues se extraña la dignidad en los celos que no perdonan ni olvidan. Por ello la moral cristiana no es obsecuente cuando pregona que debe preferirse al celoso que sufre y perdona al celoso que odia y mata.

Hoy convivimos con horror el incremento espeluznante de casos de feminicidio en América Latina, especialmente en Bolivia, Perú y Ecuador como efecto, teniendo como causa o fundamento a los celosos imaginativos cuyos celos son odio que ciega, vanidad que los convierte en verdugos y en víctimas.

Lo razonable a este inextricable tema que se analiza en esta columna, debería conducir a que todo hombre sea digno y renuncie al amor de la persona cuya ilusión sentimental no ha podido preservar, por su obcecado y no superado machismo y su afán de posesión, de lo contrario, está latente la potencialidad a la comisión de violencia verbal, agresiones físicas hasta efluir en el feminicidio.

Será un imperativo que la felicidad de los amantes se emancipe de los prejuicios egoístas que envenenan toda experiencia sentimental, obteniendo como corolario importantísimo que se debe respetar profundamente a la mujer y con convicción al ser más importante de la creación, y ese respeto implica no agredirla ni con un pétalo de rosa.

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