No hay nada más honesto y efectivo que reconocer errores, absorber sus consecuencias, generalmente negativas y sabiendo que hay responsabilidades personales que alentaron a su vez reacciones colectivas, solo queda el toque conciencial de asumir la cuota parte de un proceso que no se cumplió, ni terminó como se esperaba, por lo mismo nos deja un sabor amargo que deberá disiparse con un compromiso de enfrentar el futuro con mayor criterio realista y dejando de lado todas las circunstancias triunfalistas que sólo alientan posibilidades sin ninguna seguridad objetiva.
De lo malo deben surgir emprendimientos renovadores, de ahà que lo ocurrido en La Haya sea una lección que debemos asimilarla correctamente y a partir de su duro sacudón, trabajar en adelante en actualizar nuestra polÃtica diplomática y dirigirla a objetivos más concretos que tienen que ver con los movimientos de integración regional, ampliarlos a todos los destinos donde sean establecidas las condiciones necesarias de hacer comercio que favorezca nuestros intereses.
Lo que pasó, de todos modos sirvió para que algunos lÃderes despierten a la realidad y con la dura experiencia de los hechos, definan nuevas estrategias que sin embargo, salgan de los márgenes polÃtico partidarios o de eventuales campañas electoralistas, para situarse más bien en un contexto de alta responsabilidad funcionaria, partiendo por reconocer errores en nuestra polÃtica diplomática, que en algunos espacios se contaminó con posiciones partidistas y hasta personalistas, por mostrar simpatÃas que a la hora de la verdad, ni siquiera recogieron amistosos y solidarios apoyos de supuestos "amigos".
La reacción del presente comenzó a moverse en un escenario por el que nuestros actores diplomáticos pasaron raudamente y sin tomar en cuenta alternativas que en su momento plantearon con cierta prudencia, los empresarios industriales sin que sus planteamientos fueran tomados en cuenta para desarrollar proyectos portuarios sustitutivos.
Nuestra nueva visión debe comprender el manejo paralelo de programas de renovación productiva, pero al mismo tiempo de diplomacia activa, es decir atraer inversiones para encarar proyectos de magnitud, asegurando que las mismas sean parte de futuros planes de expansión industrial y comercial, bajo un programa diplomático de buenas relaciones y respetuoso de polÃticas vecinales. El tema de La Haya nos enseña algo incontrovertible, vivir la realidad sin perder más tiempo.
Fuente: LA PATRIA
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