La crisis brasileña y los arrebatos autoritarios de Bolsonaro

El populismo como forma de construcción estatal y como sistema de gestión gubernamental, recurre como filosofía de vida a la retórica del barniz para cubrir sus acciones con un halo de supuesta eficiencia, disfraz que oculta en la apariencia su declarada incompetencia en la solución de los problemas trascendentales de un país. Se aprovecha descaradamente de la ingenuidad de las masas populares y las arrastra a la materialización de sueños de barro que terminan en el desastre económico y social y que, en la generalidad de las ocasiones, han terminado en regímenes represivos, más totalitarios que él mismo ya que recurren a la violencia en su forma más radical y condenan a los pueblos a la miseria material e intelectual por largos periodos de tiempo.

Pero los tiempos cambiaron. A los regímenes del Plan Cóndor siguieron gobiernos democráticos débiles y después la hecatombe neoliberal con resultados funestos. Propusieron la bonanza económica en base a las competencias empresariales. No lo lograron y cayeron en el fiasco. No obstante, no había sido lo peor, sino la continuación de la barbarie. En Latinoamérica nació un sistema supuestamente izquierdista en muchos países que degeneró al pueblo común y corriente. Era un populismo barato mezclado con reivindicaciones indigenistas que al final fracasó, porque a la gente se le debe dar trabajo digno y no prebendal, y no inducirle a estirar la mano por limosnas interesadas.

En esta línea, la democracia de Brasil está en situación de coma democrático. Prácticamente se ha dado un golpe institucional amparado por la mayoría de la población, cansada de los escándalos de corrupción del populismo contemporáneo. Pero los votantes se equivocan porque había que expulsar a los supuestos socialistas, pero también a sus aliados variopintos. Es un eufemismo afirmar que la corrupción solamente fue del PT, como principal responsable político, pero salpicó a todos, a los que inclusive ahora se desatan en críticas, ocultando sus deshonores y actitudes vandálicas con el erario público no solamente brasileño, sino de otros países con contratos fraguados, donde dineros públicos iban a cuentas del Caribe.

Los gobiernos del Partido de los Trabajadores crearon políticas no nuevas de redistribución social y de lucha contra la discriminación social, y Brasil es un país no tan neoliberal y para acercarse al mismo se necesita un régimen más autoritario como el que propone Bolsonaro, quien es el preferido de los empresarios mercantiles y deseosos de lucrar con el esfuerzo de los trabajadores. Este personaje recreó un clima de odio peligroso para el futuro con proclamas incendiarias. Fue eficiente en la excelencia de su técnica de campaña, despertando a los demonios discriminadores y racistas que acompañan a toda sociedad.

El tema mediático puede ser bueno para Bolsonaro, pero es una actitud figurada, fue parte de un sistema corrupto y su partido tuvo parte. Ahora, con discursos mediocres y altisonantes pretende erigirse en "Salvador de Brasil", cuando sus conocimientos políticos y económicos, además de filosóficos, son insuficientes y hasta pobres. Enfrentarse de principio a sectores desprotegidos de Brasil ya es una cuenta que deberá pagar más pronto que tarde. Peor todavía, sus arrebatos discursivos donde acusa al comunismo de todos los males, demuestran su ignorancia teórica fundamental porque los regímenes del último tiempo en Bolivia, Ecuador, Venezuela, Argentina, Chile, Uruguay y Brasil, en sus diversas variantes, nunca tuvieron que ver con la verdadera izquierda, solamente fueron gobiernos fantoches y mentirosos que mediocrizaron las ideas revolucionarias. Sus exabruptos sobre la ONU deben ser tratados posteriormente.