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Cultural El Duende

El enigma del palo santo y las tres almas

04 nov 2018

Juan C. Miranda

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Del libro "Flora Cruceña" he tomado la siguiente descripción respecto del árbol comúnmente llamado Palo Santo:

"PALO SANTO - Guajacum Sanctum - Familia Zigofileasa.

"Árbol pequeño, común en los bosques, hojas grandes, sencillas, membranosas, oblongas, flores terminales, dioicas, triseriadas, en espiga, color rojo, que es más vivo en las masculinas: cáliz con tres divisiones; corola de tres pétalos alternos; las masculinas, con seis estambres y las femeninas, con tres pistilos unidos y estigmas libres.

En esta planta habita una hormiga rojiza, cuya picadura causa escozor muy quemante. Las hojas son vulnerarias, sobre todo en las ulceraciones causadas por el fuego."

Si bien don Rafael Peña, autor del libro mencionado, hace una descripción bastante científica del palo santo, el Padre Cardús, en su libro "Las Misiones Franciscanas", lo describe con menos ciencia, pero con más penetración. En Cardús se leen conceptos como éstos: "Dichas hormigas sólo se encuentran en esta clase de árboles, y no hay árbol de esta clase que no esté lleno de semejantes hormigas. Curioso sería saber la relación que existe entre tales árboles y tales hormigas."

Ha pasado justamente medio siglo desde que Cardús planteó una interrogante sobre la relación que debe existir entre el palo santo y las hormigas que, a manera de savia, recorren el interior del árbol, desde el tronco hasta el último gajo. Es pues sensible que en tan largo lapso no podamos aún saber si el árbol puede vivir sin las hormigas, o si éstas pueden vivir sin el árbol.

Cuando el palo santo nace, ¿dónde estarán las hormigas? ¿No pudiera suceder que el germen de las hormigas está incrustado en la misma semilla? ¿Acaso no está dentro de lo posible que las hormigas sean el alma del árbol?

Queda a la ciencia la tarea de descifrar este enigma.

Sentado el principio de que las hormigas que habitan dentro del palo santo son el alma del árbol, tenemos que es un alma terrible y organizada de tal forma que el árbol jamás puede ser sorprendido; ellas tienen centinelas en los orificios imperceptibles que por doquiera tiene el árbol, y en el instante que se le toque recibirá besos de fuego.

El palo santo es hermoso, en la época de su florescencia, tiene el aspecto de un bosque gigantesco; es un cardenal de cuerpo y alma.

¡Oh, Palo Santo! ¡No eres tan santo como pareces! ¡Eres criminal!

***

En mi vida turbulenta llegué hace pocos años a una "barraca" que existió entre los ríos Blanco e Itonamas de la provincia Iténez. El barraquero era un chiquitano llamado Carlos Gonzáles Ribera; me atendió con exquisitez y, entre amistad y confianza, me narró la historia de Las Tres Almas que es el nombre con que yo designo el hecho absolutamente verídico que me propongo perpetuar:

-¿Se fijó usted, me dice Gonzáles, en esa hermosísima "pascana" que hay de aquí a dos leguas?

-Me llamó mucho la atención.

-¿Y en ese arroyo diamantino como el rocío, como las lágrimas?

-En toda mi vida no he visto cosa igual.

-Pero, ¿no habrá visto una cruz que hay entre los matorrales del lado izquierdo del arroyo, a unas cincuenta varas de la "pascana", casi al pie de un palo santo?

-Yo, querido amigo, por donde paso llevo abiertos los ojos del cuerpo y los del alma. Vi la cruz, y, como señal de respeto al ser que ella representa, me quité el sombrero piadosamente...

-Entonces, escuche.

Don Carlos Gonzáles Ribera, mientras se espantaba mosquitos y tosía, como quien desea componer la voz, suspiró de un modo extraño y habló:

Hará dos años y pico, en esa pascana se perpetró un crimen espantoso. El paraguayo Elías

Centurión, de larga residencia en el Iténez, venía a los gomales con el objeto de picar goma en el "centro" que se halla cuatro leguas más adelante de aquí. Además de la mujer, lo acompañaba un mozo y el carretero que venía expresamente a dejarlos. Un viento sur penetrante sirvió de pretexto a los viajeros para hacer uso del "tapeque" de aguardiente, dando lugar a una tremenda borrachera que terminó con una paliza que el paraguayo propinó a su mujer. Pero, paliza más, paliza menos, a una mujer que tal vez estaría acostumbrada a recibirlas, no tendría mucho en particular. Lo serio del delito está en que el paraguayo, en el colmo de su ferocidad e inconciencia, ató de pies y manos a la mujer en el palo santo que usted ha visto, con la agravante de que mientras la pobre se lamentaba en aquel suplicio incomparable, él reía como un loco hasta quedar profundamente dormido en compañía de los otros dos.

El sol del día siguiente, impasible a los desvaríos humanos, bañó con su luz dorada de eterna majestad al criminal y sus cómplices tanto como a las flores rojas del palo santo y al cadáver yerto de la infeliz...

Despierto Centurión, se dio cuenta de su crimen y se internó al bosque, del que nadie lo ha visto salir. El carretero con el mozo, estupefactos, dieron sepultura a la desgraciada mujer, y regresaron al pueblo a dar parte de lo ocurrido.

Todo lo que acabo de contarle, yo le he sabido después de la tragedia que le voy a referir enseguida:

Cansado de trabajar en los cauchales del río Corumbiará (Brasil), me vine al poblado y me habilité para picar goma en este "centro". Usted sabe que la pica comienza siempre en mayo; pues señor, la casualidad quiso que yo llegara a esa pascana, que he dado a llamar "Pascana del Palo Santo", la misma noche del primer aniversario del horrendo crimen que le he referido; le aseguro a usted que en mi cabeza no bullía otra preocupación que la esperanza de hacer un buen "fábrico"; sin embargo, algo misterioso me detuvo al pretender pasar delante de la pascana, se me crisparon los nervios, se me erizaron los cabellos y un copioso y frío sudor me bañó completamente.

¿Qué pasaba? No lo sé, pero lo cierto del caso es que quedé clavado en el sitio como si estuviese con los pies atornillados a la tierra. Atrás de mí, a más de cien metros de distancia, venía el carretón; el silbido del látigo y las notas lastimeras de la flauta del carretero fueron mitigando el espanto de que estaba poseído. Llegó el carretón junto a mí y ¡cosa extraña! los bueyes no dieron un paso más.

¿Cuál sería la fuerza que nos detenía?

Habló el carretero: "Es el tigre, señor, mejor nos quedamos en esta pascana, pues cuando el tigre está adelante, los bueyes no andan".

Asentí.

Sería la media noche cuando me despierta un mozo y me pregunta al oído: "¿Oye ese llanto?"

Puse atención, Señor mío, y escuché la más tenebrosa, la más conmovedora de todas las voces humanas que imaginarse pueda; era la voz de ultratumba, la voz de lo desconocido...

Esos lamentos, fuertes al principio, poco a poco fueron extinguiéndose hasta ahogarse en el silencio de la noche y del misterio...

¿Y sabe usted cómo pude arrancar de mi espíritu el tormento aterrador que de él se apoderó?

Ya lo verá: A los pocos días hice una cruz tan grande como pude, y se la llevé en mis hombros a la pobre muerta... Descansé. Es la que usted ha visto.

Gonzáles Ribera estaba agitado, trémulo...

Al año siguiente, volví a pasar por la pascana del Palo Santo. Bebí una copa de agua del arroyo diamantino. Y, sentado a la sombra de un mapajo olvidado de los siglos, con la vista fija en la cruz, abrumado por una emoción jamás sentida hasta aquel día, esperé la voz del más allá.

Temblada todo mi ser, pero tenía el dominio de la voluntad y quería escuchar la voz o, al menos, algún rumor del alma humana martirizada por el alma voraz del palo santo, a impulsos del alma salvaje del paraguayo Centurión.

Me disponía a seguir mi camino, cuando un ave blanca de copete negro como un terciopelo se posó en el brazo derecho de la cruz, sacudió sus alas y entonó una canción. Predispuesto como me hallaba, creí encontrar en la dulce voz del ave, no lo ultraterreno que esperaba, pero sí una plegaria infinitamente conmovedora y triste. Me sentí pequeño ante el trino angelical del ave y, sin saber cómo, me vi descubierto al pie de la cruz, musitando con fervor: "Padre nuestro que estás en los cielos..."

Juan C. Miranda.

Chile, 1887 - Bolivia, 1935.

Escritor, explorador.

De: "Moxos. Relatos" - 2004

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