La muerte es una consecuencia de la vida y, por ello, ésta puede existir sin aquella, pero no aquella sin ésta.
Pese a eso, la muerte siempre ha sido objeto de fascinación para las personas y, consiguientemente, motivo de culto. Todas las culturas se ocuparon de ella y eso determinó un legado? una herencia.
En el caso de Bolivia, el culto a la muerte más estudiado hasta ahora es el de los pueblos andinos. Gracias a la memoria atesorada en los quipus, que también fue recogida por los cronistas, se sabe que estos pueblos no creían en la muerte sino en el tránsito de una etapa a otra. Según su creencia, la muerte no significaba el fin de la vida sino el paso a otra. Por eso es que los cadáveres no eran enterrados sino, debidamente embalsamados, colocados en lugares donde se les rendía culto.
El culto a los muertos era familiar pero cuando un fallecido era una persona prominente, como un inca, se convertía en general. Cuando los españoles llegaron a estas tierras encontraron que muchos cadáveres habían adquirido un rango sagrado y eran motivo de devoción. Como además estaban cubiertos de oro y plata, fueron objetos de saqueo y luego destruidos.
El culto a los muertos de los pueblos andinos se amalgamó con el de los invasores que trajeron la conmemoración de Todos los Santos y los fieles difuntos. Los invasores quisieron imponer sus creencias, pero, como en todo lo que fue el mestizaje y el sincretismo, una cultura se mezcló con la otra.
En la religión católica, la muerte tampoco es el fin de la vida sino el paso a otra etapa, el de la vida eterna. Por ese concepto común, la conmemoración a los difuntos se fusionó al culto andino a los muertos y el resultado es la fiesta que todavía tenemos y se conserva pese al embate de manifestaciones culturales como Halloween.
Entre los elementos comunes está la t´anta wawa; es decir, el pan con forma de bebé que para los andinos es una rememoración de las wak´as, de los muertos devenidos en motivo de culto, mientras que para la Iglesia Católica son la representación material de las almas nuevas, las recién nacidas a una vida nueva.
Existen t´anta wawas en toda la región occidental y en lugares como La Paz asumen diferentes formas, incluso la de rostros de personajes famosos. En Potosí pueden encontrarse en las famosas tumbas o altares funerarios que son armadas en los hogares cuando llega noviembre.
No es simplemente una conmemoración sino una fiesta, una a la que pueden acudir todos, incluso sin invitación, porque, en estas fechas, Potosí no lamenta la muerte sino todo lo contrario: celebra la vida.
(*) Premio Nacional en Historia del Periodismo
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