Miercoles 24 de octubre de 2018
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Eso es lo que existe en el país, y no lo que con sarcástica ironía ostentan nombres ficticios. La inseguridad no solo campea allí dentro, en las cárceles, sino también aquí afuera, entre los ciudadanos de la calle. A veces, esa inseguridad le sigue al viandante hasta la puerta de su casa. Corregir eso es un desafío. Dicen que es un mal "estructural", y por eso postergan y pasan de largo; ninguna autoridad se atreve a cambiar nada. Claro que es mejor seguir la rutina que enfrentar el peligro.
Y es sabido, no obstante, que los infractores habituales de la ley no se descuelgan de otro planeta; son productos de la sociedad de que formamos parte. Si quisiéramos indagar un poco las causas, nos encontraríamos con el espejo que nos devuelve el retrato de nuestro propio rostro. Ahí está lo estructural: en la realidad cotidiana de la vida. La miopía de los gobernantes, sin un proyecto de políticas correctivas, es también parte de esa realidad estructural.
Hay hacinamiento, caos y desorden en las cárceles. Pero no es tanto el desastre material de sus ambientes y sus muros como el elemento humano que las administra desde las altas esferas de gobierno. ¿Qué es más determinante: la deficiente formación profesional o la miserable remuneración de la tropa? Acaso las dos cosas. El hecho es que se repiten con cierta frecuencia los crímenes y se promueve desde dentro de la acción delincuencial.
