La Bendición

Mi mamá, aún viva a Dios gracias, nos solía contar que cuando se cruzaban los fieles con el primer obispo de Oruro, se arrodillaban para recibir su bendición.

Durante un retiro espiritual una señora pidió a un sacerdote que la bendijera. El presbítero se negó indignado: «¡Parece que Usted es una acaparadora!». Otro sacerdote tampoco estuvo dispuesto a bendecir a una mujer que se encontraba en una plaza, asistiendo a un culto al aire libre, ella por su parte objetó que hasta el Papa en una audiencia en la Plaza de San Pedro le había dado la bendición delante de todo el mundo, haciéndole la cruz en la frente, el sacerdote le respondió con una afirmación poco inteligente: «¡Pero yo no soy el Papa!».

Es que tanto sacerdotes como seglares, en el fondo ya no sabemos lo que contiene la bendición del Señor, ni lo que significa, es decir la importancia que tiene.

En el Antiguo Testamento, se habla 398 veces de la bendición y del bendecir. El término se deriva de la voz primitiva hebrea «baruk», que significa «obra salvadora del Señor, y del Dios de la Alianza Yahvé». Dios a través de la bendición deja participar a los suyos de su fuerza, su vida y su victoria. Su bendición revive las plantas, los animales y los seres humanos, les ayuda a crecer, a ser fructíferos y a reproducirse.

En el siglo VI a.C., Israel fue castigado por Dios por su infidelidad y enviado al cautiverio babilónico, el Pueblo de la Alianza estaba amenazado por la maldición y decadencia por culpa propia. En ese momento la bendición de Dios se convertía en consuelo para aquellos que no renegaban de Dios, lo alababan agradecidos porque �l no los había rechazado para siempre. Así, para aquellos que no se han desviado de la senda de Dios, a través de la bendición divina, se apartan del caos y la maldición, se vence el pecado y la muerte, y se evita el peligro de la condenación eterna.

El patriarca Jacob se aferra a la lealtad de la bendición de Dios con estas palabras: «No me soltaré de ti, si no me das la bendición», para alcanzar esta bendición, nosotros también debemos optar por Dios. Dios le dijo a Abraham: «Quiero bendecir a aquellos que te bendicen a ti».

Dijo Dios a su pueblo: «Mirad que hoy os pongo delante bendición y maldición: la bendición, si obedecéis los mandamientos de Yahvé, vuestro Dios, que hoy os intimo; la maldición, si no obedecéis los mandamientos de Yahvé, vuestro Dios, apartándoos del camino que os prescribo hoy y andando tras otros dioses que no habéis conocido» (Dt 11, 26-28). Un gobernante que se echa en brazos de los ídolos, acarrea grandes males y maldiciones para su pueblo.

La Iglesia en la Nueva Alianza, como lo hizo Israel en la Antigua Alianza, debe distribuir generosa y sobreabundantemente la bendición de Dios en forma desbordante, sin medida. La credibilidad y efectividad de la bendición eclesial naturalmente también depende de la fe vivida y del amor de los que bendicen y son bendecidos.

Cuando un sacerdote bendice, Dios mismo bendice y se derrama la gracia del Corazón Divino en abundancia. Por medio de la bendición de Dios, recibimos el Amor para amar, la fuerza para sufrir, el consuelo para el cuerpo y el alma, la bendición divina contiene toda clase de auxilios que corresponden a las necesidades de los hombres.

Antes, los padres bendecían con agua bendita a sus hijos al salir estos de la casa haciéndoles la señal de la Cruz en la frente, y también cuando iban a dormir para santificar el sueño. Los hijos también deberían bendecir a sus padres, así la bendición regresa a las madres y los padres, regalándose mutuamente la misericordia de Dios, debemos bendecir a las personas buenas y malas. Los esposos también deberían hacerlo entre ellos. Cuando nos bendecimos uno a otro, incluimos conscientemente a Dios en nuestra vida

Las madres deberían implorar la bendición de Dios para sus hijos antes del nacimiento y dejarse bendecir para que su vida, su nacimiento, y la historia de sus vidas estén bajo la protección de Dios.

Una señora tenía una nuera malísima, era iracunda y colérica, en una de esas ocasiones, la suegra que era muy creyente, rezó en silencio: te bendigo querida criatura en el nombre de Jesús y María, de repente la nuera se puso a llorar, abrazó a su suegra y le pidió perdón.

Un enemigo de San Benito, le dio un vaso con una sustancia envenenada. El santo lo bendijo por medio de la Señal de la Cruz, el vaso se rompe. Una segunda posibilidad del efecto de la bendición es la sanación del cuerpo. La bendición tiene también un efecto preventivo: una posible enfermedad no se declara, nos preservamos de calamidades. La bendición también tiene fuerzas sanadoras para el alma, lo bueno de la persona es liberado y fomentado, se desarrolla la vida en la fe y en la virtud. El creyente puede creer y rezar mejor, madura en la fe, en el amor a Dios y a sus semejantes. El poder y la fuerza de Dios se pone en marcha al bendecir.

El jesuita Rodewyk en su libro «Bessenheit Heute» narra el caso de Magda, «de pequeña había sido maldecida por su abuela, como el sacerdote recitó distraídamente y sólo de forma rutinaria éste no tuvo ningún efecto y el demonio Caín entró en ella. Todavía posesa pero en paz con Dios murió a los 43 años».

Dos puntualizaciones para finalizar: la bendición es y debe ser siempre gratuita. Es un pecado de simonía solicitar dinero a cambio de la bendición sacerdotal. Dígase lo mismo del agua bendita, es abominable que en algún santuario del país, en las oficinas del mismo, se comercie el «agua bendita», como un artículo turístico más.