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Publicación de la Peña de Sucre N° 5 - Sucre, 17 de octubre de 1953
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EN UNA EXPOSICIÃ?N DE MUÃ?ECAS
Las muñecas tienen un inquietante don de sugerencia. PodrÃa decirse que, por un milagro solo a ellas concedido, convierten en vida la inmovilidad. Miran a un solo punto del espacio, pero en su mirada se reflejan ansiedades, asombros, malicias, interrogaciones, odios y amores inenarrables. Apenas brindan una sonrisa, pero es una sonrisa siempre cambiante, llena de la más exquisita coqueterÃa, transida de gracia y de femineidad. No tienen sino un ademán, pero en ese único y hierático ademán cabe toda la gama de matices con que la sabidurÃa innata de la mujer, desde el candor mismo de la infancia, sabe adornar con sus actitudes, sean ellas triviales, graves, tiernas, vengativas, mas siempre definitivamente seductoras.
Y si una sola muñeca puede sumirnos en tales contemplaciones, imagÃnense lo que diez, veinte, treinta muñecas reunidas inspirarán, por muy esforzado que sea el ánimo de quien las contempla.
¿Cómo resistir el hechizo plural trascendente desde esos ojos, esas bocas, esas cabelleras, esas aposturas pequeñas que parecen invitarnos a entrar en un ámbito extraño, quizá el reino mÃnimo del encanto, la delicadeza y la frivolidad?
¿Cómo no conmovernos ante la suprema vanidad con que cada una de estas adorables señoritas de estopa y trapo lleva las sedas, los terciopelos, las muselinas de que las han vestido diestras y ágiles manos en un alarde de iniciativa feliz? ¿Cómo no creer que las muñecas tienen en verdad un alma?
Salimos de la exposición. Ya en la calle, nos embarga una incómoda sensación de desacostumbramiento. Los prójimos nos parecen monstruos torpes, gigantes pesados y tontos, seres que se debaten -oh deliciosa inmovilidad vivaz de la muñeca- condenados a la ridiculez del movimiento por disposición de algún genio travieso y cruel.
TodavÃa pudo vender supersticiones en la campiña, distraer sus ocios moviendo las mesillas espiritistas de los ateos. EnflaquecÃa, gastaba trajes desusados, se sonrojaba constantemente y cada dÃa era más invisible.
Desesperado vendió disfraces y máscaras, pero los polÃticos que formaban su clientela se quejaron que no podÃan encubrir debidamente sus intenciones ante los pueblos. Buscó el mercado de los adolescentes y se encontró con que estos podÃan darle lecciones en placeres y mañas. Vino al Nuevo Mundo y se arruinó en las grandes ciudades. Cuando le pedÃan sus señas personales, al solo oÃr su nombre todo estaba perdido. Pasaba el tiempo. Hasta los avaros disminuÃan, asustados por los gobernantes reformadores.
En este estado de miseria se refugió en cierto paÃs. Vendió noticias truculentas y comenzó a prosperar; pero se gastaron y el auge le duró poco tiempo. Los demagogos saturaban el mercado con grandezas mÃsticas. Se defendió con ahÃnco. Ofreció rumores por pocos centavosÂ? Los compradores le amenazaron con denunciarlo por especulador: para cambiar las cosas se necesitaban otros procedimientos.
Su última esperanza: comprar y vender pieles humanas. Malaparte le dio la gran idea. Los polÃticos acuden a sus servicios.
-¿Me vendes tu piel? Tu pellejo siempre vale algo.
-Tengo compradoresÂ? -inquiere solÃcito.
Y esta sombra, que bebe en silencio en esa mesa penumbrosa, es todavÃa el Diablo.
El corro cultural PEÃ?A tuvo presencia en el ámbito generacional de Sucre entre el 19 de septiembre de 1953 y el 13 de noviembre de 1954. Sus fundadores, denominados a sà mismos "PeñÃcolas" dieron a conocer su estro literario en la semanal "hoja mimeografiada" del mismo nombre: "Peña". Afirmaban haber creado este movimiento no tanto como institución sino como "sentimiento". Ellos fueron, entre otros: Gunnar Mendoza, Gustavo Medeiros, Julio Ameller, Fernando Ortiz, Enrique Vargas, Guido Villa-Gómez, Hernando Achá, Alberto MartÃnez y Roberto Doria Medina.
Fuente: "Peña. Publicación de la Peña de Sucre"
Oruro, 2014. Fundación Cultural ZOFRO
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