"En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo, cada dÃa más tumultuosos, les suplico, les ruego, ¡les ordeno!, en nombre de Dios ¡cese la represión!"
PodrÃamos decir que "Cese la represión" fue la chispa que provocó su muerte y a la vez el testamento de Monseñor Romero. Pero no podemos comprender el testamento y martirio de Romero sin tener en cuenta la trayectoria de su vida. Oscar Romero fue nombrado arzobispo de San Salvador en 1977 con gran alegrÃa de los sectores conservadores de la Iglesia y de la sociedad. A los pocos meses de su posesión, vivió una verdadera conversión: el asesinato del P. Rutilio Grande y de sus catequistas por parte de los militares, le abrió los ojos y pasó de ser un obispo honesto y bueno, pero conservador y amigo de la oligarquÃa salvadoreña, a convertirse en defensor de los pobres y luchador de la justicia.
Romero fue humilde y entrañable, se sentÃa feliz junto al pueblo pobre y sencillo. Fue acusado de ser marxista y guerrillero, de ser ingenuo y loco, algunos pidieron que le hicieran un exorcismo, se sintió marginado por sus hermanos obispos y cuestionado por Roma que le envió un Visitador apostólico. Se alegraba de que la Iglesia que habÃa hecho la opción por los pobres, sufriera persecución. No temió las amenazas de muerte y dijo que si le asesinaban resucitarÃa en el pueblo salvadoreño y aunque un obispo muera la Iglesia no perecerá.
Pero seguramente son la gente del pueblo los que mejor comprenden a Romero. Un campesino salvadoreño decÃa: "Monseñor Romero dijo la verdad. Nos defendió a los pobres. Y por eso lo mataron". Y Edith Arteaga, una salvadoreña que tenÃa 16 años cuando asesinaron a Romero, con fina intuición femenina y creyente afirma: "Monseñor Romero es camino al evangelio y a Jesucristo".
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