Quiero alejarme por un momento de la coyuntura polÃtica actual y de los trillados asuntos que nuestros columnistas están tocando dÃa a dÃa, hasta el punto de hacer asquear nuestros ojos, para hablar sobre un asunto profundo, esencial y puramente teórico. Pretendo, en una palabra, escribir hoy sobre teorÃa y situarme en el campo de las ideas y los conceptos.
Creo que la concepción que propone Ortega que establece que la polÃtica es el arte de los resultados es insuficiente. Yo más bien creo que es el arte de las decisiones. Y es que cualquier tipo de intención o ejecución que repercuta de manera directa o indirecta en el poder, se hace un asunto polÃtico.
Si tomásemos como polÃtica solamente la expresión de un resultado, tendrÃamos que evaluar teóricamente solo los efectos visibles e invisibles de una previa ejecución práctica o teórica. Además, esa concepción parecerÃa solamente tener en cuenta actores que están en el poder. Pero lo cierto es que muchas veces la esterilidad de una cosa, vista desde cierto ángulo no tan objetivo sino un tanto volitivo, espiritual o fisiognómico, ya se hace polÃtica por el hecho de haber trascendido, aunque sea en un plano poco observable o cuantificable.
Y, por otra parte, muchas veces los actores que no están en un plano de poder muy elevado (las corporaciones, por ejemplo), son partÃcipes decisorios de un hecho polÃtico. Ciertamente cuando una intención o acción quedan en la esterilidad, muere la cualidad polÃtica, y desde este punto de vista, la polÃtica sà es el arte de los resultados. Sin embargo, cualquier decisión sabiamente tomada y hábilmente ejecutada, tendrá que tener resultado, y esta definición antecede filosóficamente a la propuesta por Ortega. Por tanto, la polÃtica parte de las decisiones y no de los resultados.
La teorÃa de las Ciencias PolÃticas tiende a establecer, casi por unanimidad de sus teóricos, entre estos Adolf Berle, que el poder es una especie de dios misterioso que decide todo lo relativo al ordenamiento público, pero eso no es tan asÃ, como no es la economÃa la que decide todo (cual dicen los economistas) ni el Derecho el saber que lo explica todo (como dice un jurista fanático de su oficio).
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