Siempre dije ufano que yo tuve cientos de profesores y catedráticos, pero que maestros apenas tres o cuatro, uno de ellos el gran Ricardo Morales, que guió en dos gestiones mis primeros pasos del ciclo básico en el pequeño y humilde edificio del Instituto Bautista Canadiense.
Su media calva y su frondoso bigote eran el sello de aquel petiso bonachón, que munido de la paciencia de Job, nunca subía de tono su voz para convocar la atención de los niños, ni necesitaba esgrimir violencia alguna por mínima que esta fuera para hacerse obedecer.
Lo mejor de su ser, su cálida enseñanza, acompañada siempre de una palabra reconfortante ante el error o la frustración por no poder hacer un ejercicio o haber fallado en la tarea.
Nos enseñó a leer cuentos para niños pero contándonos historias de hombres. Daba la impresión de ser un genio pues todo lo sabía y por eso es que lo recuerdo con tanto afecto y cariño.
En cierta oportunidad, cuando teníamos unos 10 años, nos introdujo historias y leyendas mediante, el universo mágico del ajedrez, relatándonos con lujo de detalles algunos capítulos del hermoso libro "El hombre que Calculaba, del también profesor de matemáticas brasileño Malba Tahan, cuyo nombre real fue Julio César de Mello y Souza.
Dicha novela es una ficción maravillosa, en la que el relator describe en primera persona sus aventuras al lado de Beremiz Samir, un matemático al que conoce camino a Bagdad y con el que atraviesa muchas aventuras, en las cuales el empleo de la ciencia matemática en la cotidianidad, no sólo es cosa del día a día, sino que los números son capaces de enriquecer la existencia de quien sabe jugar con los datos.
Desde la historia en la que divide 35 camellos entre tres hermanos dejando a todos satisfechos, pasando por el problema de las siete perlas y culminando en los mágicos poderes del número 142.857, el hombre que calculaba es un deleite para quien gusta de admirarse con cálculos tan simples y complejos a la vez.
Durante su recorrido, ambos disfrutan conociendo a personalidades como Jeques y Majarajás, los cuales quedan boquiabiertos con sus diatribas numerales y van saludando, felicitando y admirando al hombre que les enseña lo fantástico que pueden ser los números cuando son sabiamente administrados.
Entre todas estas historias y aventuras, sin duda alguna la que destaca es la "Leyenda del Ajedrez". Resulta que un Rey indio llamado Sheram, al morir su hijo durante una guerra, pierde la alegría y sentido de vivir. Era tan grande su pena, que no había nada ni nadie que pueda devolverle a este gobernante la felicidad.
Hasta que un día un tal Sissa llega ante su majestad y le ofrece algo que cambiará por completo su triste existir. Expone ante él un tablero de ajedrez y sus piezas, juego de mesa estratégico que había creado para el deleite del Rey.
Aún susceptible, el soberano acepta escuchar al inventor y cuando se entera de lo que se trataba, queda tan maravillado con el juego de torres y caballos, que habla con Sissa y le ofrece algo.
Le ordena que pida lo que quiera, que su gratitud hacia él era tan grande, que iba a hacer todo lo que estuviera a su alcance para darle gusto en su deseo.
Sissa solicita que le espere un día y cuando vuelve, le dice al rey. Su majestad, mi pedido es el siguiente: quiero que sus vasallos pongan un grano de trigo en la primera casilla del tablero de ajedrez, en la segunda dos, en la tercera cuatro y así sucesivamente hasta llenar las 64 casillas.
El monarca se enfadó con Sissa y le reclamó: ¿Cómo es posible que siendo yo tan poderoso y tan magnánimo, me pidas semejante miseria, en lugar de que te haga el hombre más rico que pueda existir?
Estaba tan enojado que no escuchó nada, y pidió a su gente que haga el cálculo y que cuando esté listo, le entregue a Sissa su "costal de trigo" para que se vaya.
Los días pasaron y nadie le decía nada, hasta que decidió averiguar qué es lo que pasaba y se enteró que sus matemáticos llevaban todo ese tiempo tratando de calcular cuántos granos de trigo debían darle al creativo inventor.
Se aproximó a su matemático mayor a pedir razones y este le dijo que ni aunque secara los mares y los océanos y sobre ellos sembrara trigo, podría pagarle ni la mitad de lo que le debe a Sissa, en resumen, el planeta no alcanza para poder cubrir la suma de 18.446.744.073.709.551.615 granos.
Ante semejante revelación, el rey en su impotencia por no poder cubrir su compromiso, no tuvo mejor idea que mandar a matar al genio por semejante atrevimiento. Al parecer, las autoridades de todos los tiempos dan señas de no saber administrar su impotencia, ante el poder de la ciencia.
Las matemáticas, como la principal ciencia exacta, son las encargadas de hacer funcionar al universo, pero su mejor tarea no es esa, sino la de ayudarnos a entender el cómo y el porqué funciona, que por cierto, es muy difícil de comprender.
Quien tiene la suerte de entenderlas, de aplicarlas y saber razonar debidamente, en resumen, quien les perdió ese infausto miedo que nos siembran con ellas desde la primaria, es capaz de atravesar la vida con inmensas probabilidades de alcanzar el éxito.
En cambio hay otros que creyéndose matemáticos, van por la vida cometiendo error tras error, pues incapaces como son de entender las relaciones funcionales entre las cifras, también son muy poco hábiles para entender las relaciones sociales de los seres humanos.
Para que cuando se plantean problemas de cálculo, aritméticos, algebraicos, diferenciales o de cualquier otra índole, la matemática se ha encargado de establecer reglas para encontrar la solución. Teoremas y otros métodos son aplicados con rigurosidad, para poder resolver cualquier incógnita planteada con números.
De la misma manera, la sociedad civil, para poder convivir, ha establecido Leyes y Reglamentos con cuyo cumplimiento, podemos llevarnos adecuadamente y gobernarnos de acuerdo a nuestros intereses y buenas costumbres.
Una de estas reglas para vivir en comunidad se llama Democracia y entre sus cientos de normas, la básica y fundamental indica que la mayoría manda sobre la minoría e impone su decisión y que en una justa como un Referéndum, la diferencia de un solo voto genera ganadores y perdedores y que ese resultado, al haber emergido del soberano, debe ser aceptado y acatado disciplinadamente.
Cuando Álvaro García Linera cambia de discurso, después de haber desgastado al máximo el burdo discurso de que el Art. 168 de la CPE no se ha modificado, ahora saca a relucir su mejor gala de matemático para decirnos que la diferencia de 136.382 es una ecuación y que tal igualdad genera un "empate político" que sólo se puede resolver con un "desempate político".
Menos mal que mi profesor Ricardo no lo tuvo a AGL de alumno porque hubiera preferido ir a cumplir la exigencia trigueña de Sissa, que revisar sus éxamenes de matemáticas.
(*) paceño, stronguista y liberal
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