Sábado 03 de julio de 2010
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Tañen las campanas por la muerte del parlamentario más anciano del Senado de Estados Unidos de Norteamérica. No importa su nombre, sus datos biográficos, sino su actuación como parte del Poder Legislativo.
Tenía más de nueve décadas cuando la muerte tocó a su puerta y casi 50 años ocupando un curul como representante de un partido político, de un estado, de una región y de una localidad. Conoció doce presidentes de un Poder Ejecutivo, al que a veces respaldó y en otras ocasiones censuró, no sólo por una posición partidaria sino por un asunto de consciencia y por la importancia que daba a sus votantes.
Ese es el rol de un legislador y esa es la mayor fortaleza del sistema político estadounidense que se estrenó hace más de dos siglos. Este 4 de julio es la fiesta cívica de esa gran potencia, del imperialismo que tanto intervino en los asuntos internos de la América Latina, pero que a la vez logró una fortaleza interna que explica su poder planetario.
Las cámaras estadounidenses actúan de forma independiente al gobierno federal y los representantes proponen leyes, discuten reformas, aprueban nombramientos o rechazan políticas públicas no tanto por su adscripción partidaria como por otros argumentos. Muchas veces pueden responder a los famosos “lobbies” de las multinacionales o de influencias económicas como la de los empresarios judíos, incluso de las corporaciones infiltradas por las mafias. La tendencia general es a examinar prioritariamente el impacto de un asunto en su propia comunidad -el ciudadano que los apoyó-, en su estado, en su país, en el equilibrio de las tensiones mundiales. En todo caso no es un voto masivo o por consigna y cuando un parlamentario no apoya a una propuesta de su propio Presidente, nadie lo cerca o lo amenaza.