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Domingo 23 de septiembre de 2018

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Cultural El Duende

Conocimiento científico, educación y desarrollo integral

23 sep 2018

H. C. F. Mansilla

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La modernidad occidental debe una parte considerable de su éxito al desarrollo de las ciencias y las tecnologías aplicadas, desarrollo basado en la libertad de pensamiento y expresión, en la investigación autónoma y en la publicación de los resultados. Este último factor es muy importante, pues significa poner nuevos teoremas, descubrimientos e inventos sobre el tapete del debate público en una comunidad de pares que puede encontrar los puntos débiles o las posibles mejoras en los asuntos propuestos. Basta con enunciar superficialmente estos elementos para darnos cuenta de que ellos representan aspectos carenciales en Bolivia. Por todo ello un tema muy importante es -o debería ser- la compleja relación existente entre el sistema educativo, la generación de conocimientos adecuados a nuestro tiempo y las políticas públicas en torno a esta temática.

No hay duda de la relevancia del conocimiento científico en la configuración del mundo actual. El distinguido investigador Blithz Lozada Pereira, cuyas obras deberían servir de base a una discusión amplia de esta problemática, escribió en 2016: "El conocimiento resulta crucial en la sociedad por lo siguiente. En primer lugar, por su relevancia cada vez mayor respecto de la economía; es decir, el crecimiento económico se determina por el capital científico y el nivel de educación de los países. En segundo lugar, porque los productos y los procesos, ambos en un escenario de alta competencia a nivel global, en medio de incertidumbre y mercados desregulados, se despliegan cada vez más influidos por la información y el conocimiento".

Este autor nos muestra, a menudo mediante ejemplos dramáticos, que la sociedad boliviana no presta la debida atención, no hace los esfuerzos correspondientes y no facilita los fondos fiscales para elevar el nivel educativo e intelectual de la población. Por consiguiente, no hay intentos sistemáticos, avalados por el Estado, para transformar paulatinamente a Bolivia en una sociedad del conocimiento, adecuada a la época actual. Me atrevería a afirmar que esto ha sido así desde los lejanos tiempos coloniales y durante casi toda la era republicana. En este terreno, el régimen populista del presente no se diferencia de gobiernos anteriores. Lozada Pereira asevera que la década gubernamental comprendida entre 2006 y 2016 no se ha destacado por el fomento de la investigación científica ni tampoco por la ayuda estatal en favor de la innovación tecnológica, pese a la bonanza económica experimentada en el mismo periodo y a pesar del notable incremento de fondos fiscales. Aunque el régimen se declare partidario del cambio radical, los recursos financieros del Estado, que han alcanzado un nivel nunca visto anteriormente, están siendo gastados en la misma forma que en que esto ocurrió en gobiernos anteriores. Esta situación básica puede ser detectada también en la educación primaria y secundaria, que ha ido deteriorándose sin cesar dentro del contexto mundial. No es entonces un hecho sorpresivo, como lo ha demostrado Lozada, que las reparticiones oficiales del Estado boliviano se nieguen a permitir comparaciones supranacionales en temas educacionales y a publicar los indicadores correspondientes. Nuestro autor señaló, por ejemplo, que el país no tiene indicadores estandarizados para medir las capacidades de los alumnos en lo referido a comprender un texto en la propia lengua materna o a realizar cálculos matemáticos simples. El propio autor nos dice a la letra: "Todos, el gobierno, el sindicato, los profesores, los padres de los estudiantes, los alumnos y el conjunto de la comunidad educativa se mienten y se sienten impávidos frente a una realidad vergonzosa: los jóvenes próximos a ser bachilleres no saben leer ni escribir y son incapaces de realizar operaciones aritméticas elementales. [�] Que a renglón seguido los politicastros se engolosinen con discursos retóricos que nadie cree y muchos repiten, es una consecuencia invariable de la cultura institucional forjada y manipulada. Tal es el secreto detrás de la supuesta aversión a los indicadores".

Bolivia aparece, de modo lamentable, como una de las naciones latinoamericanas que asignan menos recursos a la investigación científica y al desarrollo de la innovación tecnológica. Yo añadiría que casi todos los partidos políticos, la mayoría de los movimientos sociales, una parte considerable de la burocracia estatal y un sector muy dilatado de la opinión pública no tienen consciencia crítica de esta problemática. Es verdad que protestan con alguna vehemencia y perseverancia contra la corrupción en el aparato estatal, pero la necesidad de alcanzar la sociedad del conocimiento les es prácticamente indiferente. De ello se deriva la inmensa dificultad de modificar positivamente la mentalidad predominante, tan adversa al espíritu crítico, a la investigación científica y, sobre todo, a poner en duda sus propias convicciones.

Los libros de Blithz Lozada constituyen una base adecuada para pensar adecuadamente los problemas bolivianos en los campos de la educación, la ciencia y el fomento de la investigación, no sólo a causa de su espíritu crítico, sino también debido a la riqueza en datos empíricos y documentales, que están expuestos de manera sistemática en sus obras. Ignorar los adelantos contemporáneos en materias científicas y tecnológicas y desdeñar los procedimientos modernos para medir los resultados prácticos en materias educativas, nos dice Lozada, son dos maneras de cultivar la demagogia, aunque este procedimiento sea congruente con las modas actuales de enaltecer presuntos valores arcaicos de la propia herencia cultural. La valentía de nuestro autor consiste en criticar las grandes modas intelectuales del momento, por ejemplo, cuando señaló que las labores gubernamentales en los campos de la ciencia y la educación tienen "una sobrecarga de lo endógeno, signos de un lamentable complejo de inferioridad y una actitud que desprecia y denigra el conocimiento científico y tecnológico universal". Una cosa es valorar de nuevo y en forma positiva los saberes ancestrales, que han sido evidentemente silenciados por la civilización occidental, pero otra cosa, muy distinta y peligrosa, es caer en inclinaciones chauvinistas, que desprecian lo universal sin conocerlo.

Todo esto conduce, como dice Lozada, a que no existan políticas públicas destinadas a estos campos y a la formación correspondiente de recursos humanos. No hay protección a la inventiva tecnológica ni fomento a la cultura científica, asevera nuestro autor, y los gobiernos generalmente no se dan cuenta cabal de las proporciones y del fondo de este problema. Lo habitual resulta entonces la reiteración de lo que ya existe, aunque camuflado a veces por ideologías revolucionarias y propaganda nacionalista. Y esto significa en la cruda realidad la continuación de la demagogia recurrente, de la improvisación consuetudinaria y de los nombramientos de favor sin ningún parámetro de calidad intelectual y sin un control efectivo del rendimiento específico.

Está claro que esta cultura política, mantenida durante largas décadas con ayuda del voto popular, no es congruente con las necesidades actuales de la sociedad boliviana, que tiene que hallar su lugar en un mundo globalizado altamente interconectado entre sí, donde reina una competencia intensa y en el cual no es posible ignorar los progresos científicos y tecnológicos. Como dice Lozada, todavía hay en América Latina manifestaciones importantes de "una cultura que menoscaba la ciencia" y que no remunera en su justo valor a quienes se dedican a actividades científicas. Todo esto se traduce en escasos recursos financieros asignados a estas tareas, poco personal calificado, inexistencia de buenos laboratorios y carencia de una comunidad intelectual que se comunique mediante órganos de calidad supranacional.

Se puede argüir, evidentemente, que las naciones latinoamericanas y especialmente la boliviana buscan normas, modelos y valores estrictamente propios de desarrollo intelectual y, por lo tanto, científico y tecnológico, y que, por consiguiente, toda la crítica a la cultura política del momento no comprende el meollo de la cuestión. La búsqueda de lo propio y auténtico empieza casi siempre con una crítica del modelo civilizatorio dominante, es decir de la cultura y de la ciencia occidentales. El mismo Lozada asevera que los esfuerzos intelectuales y científicos surgidos fuera de Europa y Norteamérica no deberían ser prejuzgados como deficientes o expresivos del retraso de conocimiento. Pero una cosa es fomentar las propias tradiciones como un genuino aporte a la cultura universal y como algo valioso intrínsecamente y otra cosa muy diferente es su utilización política con el fin de manipular la opinión pública. Afirma nuestro autor: "Es pavoroso ver cómo el gobierno boliviano cree que el ´progreso´ científico radica en multiplicar símbolos desarrollistas como un satélite o un centro nuclear; evidenciando su ignorancia sobre los ciclos económicos [�]. Son acciones sin impacto económico sostenible, que atentan contra el bienestar y son dañinas del medio ambiente".

Frente a este mar de lugares comunes, Lozada nos recuerda que la ciencia es universal en sus principios y manifestaciones generales. La pretensión de "descalificar" la ciencia y la tecnología occidentales es una manifestación de ignorancia, y el resultado es proclamar "confusos conceptos de idealizados contextos siempre inexistentes". La actitud general de Blithz Lozada Pereira ha sido la valentía cívica y el fomento de la calidad intelectual. Nuestro autor ha intentado algo que no es habitual: una crítica profunda de las políticas públicas del momento y de la atmósfera cultural que las hace digeribles. Por ello merece nuestro respeto y nuestro aprecio.

Blithz Lozada Pereira, Políticas científicas,

tecnológicas y de innovación

en Bolivia (2006-2016), La Paz: IEB 2016

Bllithz Lozada Pereira, Cultura política,

ciencia y gestión de gobierno

en América Latina, La Paz: IEB 2017

Hugo Celso Felipe Mansilla.

Doctor en Filosofía. Académico de la Lengua.

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