Domingo 23 de septiembre de 2018
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Mucho se ha discutido en torno de las formas directas de censura bajo los diversos regÃmenes sociales y polÃticos que en el mundo son o han sido, la prohibición de libros y periódicos incómodos o peligrosos y el destino de destierro, cárcel o fosa de algunos escritores y periodistas. Pero la censura indirecta actúa de un modo más sutil.
No por menos aparente es menos real. Poco se habla de ella; sin embargo, en América Latina es la que más profundamente define el carácter opresor y excluyente del sistema que la mayorÃa de nuestros paÃses padece.
¿En qué consiste esta censura que nunca osa decir su nombre? Consiste en que no viaja el barco porque no hay agua en el mar: si un cinco por ciento de la población latinoamericana puede comprar refrigeradores, ¿qué porcentaje puede comprar libros? ¿Y qué porcentaje puede leerlos, sentir su necesidad, recibir su influencia?
Los escritores latinoamericanos, asalariados de una industria de la cultura que sirve al consumo de una elite ilustrada, provenimos de una minorÃa y escribimos para ella. Esta es la situación objetiva de los escritores cuya obra confirma la desigualdad social y la ideologÃa dominante; y es también la situación objetiva de quienes pretendemos romper con ellas. Estamos bloqueados, en gran medida, por las reglas de juego de la realidad en la que actuamos.