Domingo 09 de septiembre de 2018
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Hace poco más de tres meses conocà en Santa Cruz a José Rafael Vilar (columnista y analista polÃtico), y desde entonces hemos mantenido una correspondencia más o menos fluida. Ã?l me manda lo que escribe y yo le mando lo que escribo. Anota lo que piensa sobre lo que escribo y yo hago lo propio sobre lo que él escribe y publica. Ponemos a consideración de nosotros mismos nuestras palabras y pensamientos.
Como en los libros se halla el conocimiento, en la vida se halla el aprendizaje, que es algo más valioso y profundo que aquél. En verdad lo es. Y es que situaciones fortuitas en nuestro paso por este mundo (que para un fatalista histórico como yo, no son tan fortuitas sino más bien predestinadas) pueden proporcionar circunstancias en las que se aprenden cosas fundamentales para la vida más que las que proporcionan las aulas y los textos de la academia. Una entrevista, una conferencia, una amena charla bajo de los tilos de un prado, un intercambio de dos frases, son para un hombre eventos memorables si es que se los sabe aprovechar para el crecimiento del espÃritu y del cuerpo. AsÃ, las situaciones más pequeñas pueden ser las más grandes y significativas.
En la vida y en el periodismo, desde que el hombre piensa, hay debates y polémicas, unos de más alto nivel que otros. Hay infinidad de ejemplos, pero en Bolivia hay algunos memorables como los que se dieron entre Tamayo y Felipe Segundo Guzmán, entre Tamayo y Arguedas, entre Tamayo y Jaimes Freyre, entre Guillermo Bedregal y LechÃn, entre Carlos Mesa y Soliz Rada, etc. La mayorÃa de esos debates fueron librados en las columnas de los periódicos, uno de ellos en el parlamento, otro en el libro publicado y otro, incluso, en las pantallas de la televisión en vivo. Son solo ejemplos de los muchos que hubo. Pero todos ellos tienen un elemento común: en todos se vio esgrimir esa arma que el hombre tiene como su más eficaz instrumento de demolición: la palabra.