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Domingo 26 de agosto de 2018

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Cultural El Duende

Rabona: Una historia para una mujer sin historia

26 ago 2018

Josermo Murillo Vacareza

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Conclusión

La rabona, un ser de fidelidad inquebrantable, ha desaparecido de los cuarteles desde que ya no hay soldados profesionales, al establecerse el servicio militar para los que concluyen su adolescencia.

Pero quizá, lo que la antigua mujer de las tropas significaba en sufrimiento, abnegación y heroísmo supervive con la misma grandeza en la mujer del pueblo que sobrevive a la pobreza y la injusticia, sea como las atormentadas palliris de las minas, como la madre soltera abandonada junto con sus hijos, en un sistema que ya no debe subsistir, para que esa mujer del pueblo sea la generatriz de descendencias libres de pobreza y conviva en una nueva sociedad en la que se la honre y sea el paradigma como lo son todas las mujeres en todas sus condiciones cuando la vida pide de ellas todo el concurso de su nobleza.

Con verdadera osadía intelectual confesamos que asumimos la difícil labor de interpretar la actuación de estas mujeres que por su ínfima condición social, su analfabetismo absoluto, su cultura circunscrita a la comunidad de un cuartel de sus tiempos, su vida precaria en un concubinato azaroso, su infelicidad y su pobreza, tenían el sentimiento de su minusvalía en una sociedad que en su tiempo las miraba con el más completo menosprecio.

¿Cuáles eran las motivaciones más profundas de su ser que la impulsaban a tanto sacrificio y heroísmo?

Ella no iba con las tropas por la fuerza que era la que constreñía a los soldados a ser en parte mercenarios, obligados por las levas y amenazados por las más duras penas si incurrían en deserción. No se escondía ni huía de los peligros; veía caer heridos o muertos a los combatientes, a su lado parecía su compañero dejándola abandonada con sus hijos huérfanos, de todo lo que casi nadie se condolía, a menos que otro soldado le diera su protección.

Era una mujer que combatía perennemente en dos frentes; en la lucha misma con el enemigo y en la batalla diaria por alimentar a él y a su prole con el mezquino socorro de los soldados de entonces.

La contribución sicoanalítica nos ayuda al intento de completar un estudio sobre la rabona con su propia psico-historia, porque desde Freud, Adler y otros que han explorado lo más hondo del subjetivismo de los personajes, explican los impulsos subconscientes que provienen del sentimiento de inferioridad, cuya primera reacción es la de buscar compensaciones a lo que se considera frustrado.

Thedor Reck sostiene que el sufrimiento es una forma de conducta propia, como una actitud a la vida.

El sufrimiento, dice la Dra. Horney, es el sentimiento de la propia debilidad que se expresa en determinados actos hacia uno mismo, hacia los demás y hacia el destino. Es una evolución que va desde la sumisión a la rebelión latente, que es una sublimación de la minusvalía.

Toda persona de estrecha cultura se explica los fenómenos con sentido fatalista; esta mujer concebía su destino de sufrimiento y lo compensaba con su resignación y su arrojo. Todas la mujeres, cualquiera sea el nivel al que pertenecen, tienen una enorme carga de sufrimientos, y el mayor quizá proviene de que, después de haber criado a sus hijos con la mayor ternura, su dolor es más grande cuando se alejan de ella, que compensa al sentirlo autónomos y configurados, aun cuando el precio sea la mayor ingratitud.

La rabona en cada época tuvo penosas frustraciones y silenciosas compensaciones, ya sea al ver sustraído de dolores y enfermedades a su soldado merced a su solicitud, al incorporar a sus hijos como pequeños tambores de su batallón, o al adquirir la sensación del éxito en una jornada de combate.

También su instinto maternal le hacía entrever que eran suyos los soldados a quienes acompañaba para ayudarlos. La rabona de las guerrillas presentía que estaba protegiendo algo de su infancia, y que cuando la patria llegó a su mayoría con su emancipación, la abandonó, la desconoció y postergó, como una hija ingrata que se avergonzó de su madre porque era una chola pobre y humillada. Se compensó simplemente con la vaga figura para ella de que algo se había logrado.

Esos son pues los actos de esa mujer que por propia voluntad se sacrificó porque en esa inmolación sentía satisfecho su instinto, y que sin embargo no tuvo historia, ni monumentos, ni menciones, y cuya tumba como un fasto del pasado de nuestra patria, no debería quedar en la profunda concavidad de un cenotafio borrado por las lluvias y el viento, el olvido y el desconocimiento.

Ahora, desvanecidos para siempre los prejuicios sociales de antes; superado quizá definitivamente el retrógrado etnocentrismo, comprendemos el holocausto edificante de esa mujer, cuanto más humilde más gloriosa, y que debe ser el símbolo del pueblo y que ha dejado de ser anónima y desconocida, porque ya tiene historia y está inevitablemente incorporada a las páginas memorables de nuestro pasado.

Fin

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