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Domingo 26 de agosto de 2018

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Cultural El Duende

El sueño de las tardes de antaño: "Alicia en el país de las maravillas"

26 ago 2018

El escritor y diseñador español Borja Martínez aborda los periplos recorridos por "Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas" publicada en Londres hace más de 150 años por el diácono, matemático y escritor aficionado Lewis Carrol, uno de los relatos más leídos e inspiradores de todos los tiempos

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Lo descubrió el novelista Henry Kingsley, de visita en casa del decano del Christ Church de Oxford, Henry George Liddell. Sobre la mesa del salón, un cuento sorprendente, tosca pero originalmente ilustrado por su autor, acerca de una niña que sestea a la orilla del río, y de repente ve pasar un conejo con chaleco y reloj de bolsillo, y yendo tras él se precipita por el hueco de lo que parece su madriguera para vivir una serie de maravillosas aventuras allá abajo. Una obra realizada expresamente para la mediana de las tres hijas del decano, Alice, de diez años, por un miembro del college, un diácono tímido, tartamudo y sordo de un oído, llamado Charles Lutwidge Dodgson.

Kingsley le anima a publicar esa joya privada, y Dodgson, que firma sus escritos como Lewis Carroll en reversible adaptación al latín de su nombre, muestra la obra a su amigo y gran cuentista George MacDonald, que a su vez lo somete de viva voz a la consideración de sus hijos, que lo reciben con entusiasmo. El mayor de ellos, Greville, de seis años, emitió un contundente veredicto: "¡Ojalá hubiera sesenta mil libros como este!"

No es de extrañar la reacción de los niños MacDonald, exigentes en materia de cuentos siendo hijos de quien eran. Dodgson se comunicaba con extrema naturalidad y fluidez con los pequeños, especialmente con las niñas. Ante la inocente y chispeante inteligencia infantil, el clérigo apocado y tartamudo se transformaba en un ser expansivo y locuaz, capaz de inventar para las tres hermanas Liddell, durante un paseo en barca por el Támesis entre Oxford y Godstow la tarde del 4 de julio de 1862, las líneas maestras de las aventuras de Alicia -posteriormente enriquecidas con el recuerdo de una excursión anterior frustrada por la lluvia y otras historias contadas a las Liddell.

La prematura muerte de su madre, su condición de niño enfermizo y el acoso sufrido durante los cuatro años que, entre los 14 y 18 pasó en el internado de Rugby, condicionaron hondamente al sensible Dodgson, criado hasta los 12 años en la seguridad de una familia numerosa de once hermanos -ocho de ellos menores que él y devotos de sus juegos e historias-, instalada en Daresbury, un aislado pueblo del condado de Cheshire donde su padre, el reverendo Charles Dodgson, ejercía de vicario.

El niñero de Oxford

El oxoniano Christ Church ofreció a Dodgson un espacio de seguridad equivalente al de su familia, donde sus capacidades para las matemáticas y los estudios clásicos fueron oportunamente reconocidas. Asimismo, su gusto por la infancia facilitó que empezara a frecuentar a la chiquillería del decano Liddell, así como de otros amigos y conocidos como MacDonald o el poeta Lord Alfred Tennyson.

Las tres hermanas Liddell visitaban habitualmente a Dodgson en su residencia. "Solíamos sentarnos a su lado mientras nos contaba historias y dibujaba sin parar en una gran hoja de papel", recordaría Alice Liddell en 1932. "Parecía tener una provisión inagotable de historias fantásticas". De aquellas tardes de imaginación inagotable e inspiración alimentada por la ilusión infantil nació Alicia.

Asombroso que una obra espontánea, en buena medida impremeditada, devenga en perfecto negativo onírico de toda una civilización; "el sueño de una cultura, el libre deambular de mecanismos dispersos de una ideología histórica caracterizada por su autodisciplina y una formidable represión de instintos", tal y como dejó dicho Jaime de Ojeda en el prólogo de una de las más personales traducciones (Alianza, 1970) de una obra de tan difícil adaptación como Alicia en el país de las maravillas. Y no sólo por los incontables juegos de palabras pegados a la esencia disparatada del cuento y del idioma inglés, sino por la estrecha relación de las imágenes del relato con la cultura de la que procede. Pese a todo, Alicia se ha demostrado universal, y ahí reside parte de su irresistible encanto.

El sueño de la razón

Muchas páginas se han emborronado, interpretando el subtexto de la obra de Lewis Carrol, una especie de prefiguración de las especulaciones freudianas. Roger Lancelyn Green, discípulo de C. S. Lewis y autoridad sobre Carroll, es explícito al respecto: "No hay respuesta al misterio del éxito de Alicia (�). El libro no es una alegoría, no hay significados ocultos ni mensajes religiosos, políticos o psicológicos, como algunos han querido demostrar".

Pero muchos autores-lectores discrepan, y ven en la corte de los milagros de Alicia un fidelísimo elenco de tipos sociales que reproduce la caracterización zoológica de Esopo. Hay quien incluso establece equivalencias con el método cervantino de crítica social. En Don Quijote o el Licenciado Vidriera la enajenación y la inesperada lucidez, viene dada por la locura; en Alicia por el sueño. El disparatado mundo descubierto por Alicia tiene su particular lógica y el lector, zarandeado por la trepidante y dislocada verborrea de sus personajes, termina por encontrar esa dimensión desconocida de sentido, que remite en última instancia a la locura. Recordemos la conversación de Alicia con el enigmático gato de Cheshire: "Todos estamos locos por aquí. Yo estoy loco; tú también lo estás (�) de lo contrario, no habrías venido aquí.

Alicia forma parte del elenco de grandes creaciones modernas que se despliegan en el mundo de los sueños, y que haciéndolo hablan de la realidad con más penetración que el más estricto naturalismo. En ese sueño de la razón convive con los Caprichos de Goya, y las ilustraciones de John Tenniel no hacen sino evidenciar esa pertenencia, e incluso el reverso siniestro de la aventura de Carroll. Véase el paisaje desolado donde tiene lugar el encuentro de Alicia con el grifo y la tortuga artificial o la interpretación del personaje de la duquesa.

El cuento concluye con un broche conmovedor que no puede pasarnos inadvertido. Cuando Alicia despierta, su hermana mayor toma el testigo de la aventura onírica, pero su experiencia no es sino una sombra de aquella. Ya es casi una mujer, y a ella, como le sucederá a Alicia cuando crezca, sólo le queda (ni más ni menos) la esperanza de conservar "el corazón sencillo y amante de su niñez" para alumbrar la infancia de los que vengan después.

Obra redonda y fascinante, única -Carroll tuvo éxito con su no menos cautivadora secuela, Alicia a través del espejo, pero fracasó estrepitosamente cuando en sus últimos años trató de repetir la jugada con Silvia y Bruno, un fallido cruce de cuento de hadas y novela social-, volver a Alicia siempre es bueno: para el corazón y la imaginación.

De: Revista LEER, 2015

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