Música, la epidemia del éxtasis

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�Sin el imperialismo del concepto, la música hubiera sustituido a la filosofía: habría sido entonces el paraíso de la evidencia inexpresable, una epidemia de éxtasis.

�Cuando ni siquiera la música es capaz de salvarnos, un puñal brilla en nuestros ojos; ya nada nos sostiene, a no ser la fascinación del crimen.

�La música es el refugio de las almas ulceradas por la dicha

�Sin Bach, la teología carecería de objeto. La creación sería ficticia, la nada perentoria. Si alguien debe todo a Bach es sin duda Dios.

�De algunos andantes de Mozart se desprende una desolación etérea, como un sueño de funerales en otra vida.

�¿Para qué releer a Platón cuando un saxofón puede hacernos entrever igualmente otro mundo?

�La música, sistema de adioses, evoca una física cuyo punto de partida no serían los átomos sino las lágrimas.

�Hubo un tiempo en que no logrando concebir una eternidad que pudiera separarme de Mozart, no temía la muerte. Lo mismo me sucedió con cada música, con toda la música�

�La aspiración del Norte hacia otro cielo, engendró la música alemana -geometría de otoños, alcohol de conceptos, ebriedad metafísica. A Italia del siglo pasado -feria de sonidos- le faltó la dimensión de la noche, el arte de exprimir las sombras para extraer su esencia. Hay que escoger entre Brahms o el Sol�

�Toda música verdadera nos hace palpar el tiempo.