Miercoles 22 de agosto de 2018

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"No hay mal que dure cien años, ni pueblo que lo resista". No sé quién será el autor de esta sabia expresión; la he escuchado varias veces en la letra de la famosa cueca "La caraqueña", de Nilo Soruco. Después de la caída de Banzer en 1978, uno de los exiliados que volvió a pisar el suelo patrio fue justamente Soruco, y se trajo esa melodía, como nostalgia enredada en las cuerdas de su guitarra. De estreno lo cantaba en todas partes, yo le escuché en Oruro. Hoy es una de las piezas clásicas del repertorio nacional. Lleva ese nombre porque la compuso en Caracas (Venezuela), en una de esas veces en que le dolía profundamente el exilio: "Mi río, mi sol, mi cielo llorando estarán", dice el artista al rememorar con honda tristeza el paisaje de su tierra, Tarija.
Además de músico, compositor y profesor, Nilo era un activo militante del PCB; por esa vía, y desde las filas combativas de la oposición de entonces, contra el dictador Banzer, escaló la alta dirigencia sindical del magisterio, era ejecutivo nacional de la Confederación de Maestros Urbanos de Bolivia, junto a Tito Maceda y Hernán Becerra, conspicuos líderes de ese tiempo. Por su estampa de bohemio, con su abundante pelo que rozaba sus hombros y su sonrisa siempre a flor de labios, Nilo tenía la impronta personal de artista y no de dirigente sindical. Eso no quiere decir que carecía de aptitudes de liderazgo; al contrario, atesoraba en su personalidad un raro espíritu de servicio: solidario y comprensivo, voluntarioso y risueño; inspiraba confianza.