Ni duda cabe, la polÃtica de nuestros dÃas ofrece un panorama, si no devastador, por lo menos desalentador. Romano Guardini recordaba que «el poder es la facultad de mover la realidad, y la idea no es capaz por sà misma de hacer tal cosa», consecuentemente no es suficiente criticar una realidad esperando que por arte de magia se produzca un cambio.
Es que quienes usaron y usan el voto de los ciudadanos, saben muy bien que mientras menos conciencia tenga el votante de sus deberes y de sus derechos, más fácil resulta su manipulación.
Todas las formas polÃticas se pueden pervertir, es cierto, «cuando es perverso el espÃritu que las rige», asÃ, la monarquÃa absoluta puede devenir en una tiranÃa, un régimen predominantemente elitista puede degradarse en oligarquÃa injusta y opresora, asà como la democracia formal puede resultar en demagogia e incluso en un disfrazado totalitarismo.
«La Iglesia nunca ha condenado las formas jurÃdicas del Estado: nunca ha condenado la monarquÃa -absoluta o moderada-, nunca ha condenado la aristocracia -estricta o amplia-, nunca ha condenado la democracia -monárquica o republicana-. Sin embargo, ha condenado todos los regÃmenes que se fundamentan en una filosofÃa errónea» (A. Desqueyrat, L´enseignement politique de l´Ã?glise).
Conviene diferenciar tres significados distintos del término «democracia», cuya confusión es a menudo fuente de equÃvocos teóricos y prácticos. Por democracia puede entenderse: 1) en sentido genérico, la activa participación de los ciudadanos en la gestión de la cosa pública; 2) en sentido especÃfico, una de las tres formas posibles del régimen de gobierno, según la nomenclatura clásica, de origen griego; y 3) históricamente, la ideologÃa de la «soberanÃa popular», inspirada en Hobbes, Locke y Rousseau, e inspiradora de la Revolución Francesa.
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El gran Papa León XIII en la encÃclica Immortale Dei (Nº 18) alude a los tres sentidos de la «democracia», rechaza el tercer sentido, es decir la ideologÃa de la soberanÃa popular, establece el carácter opinable y optativo del segundo -el régimen democrático de gobierno- y prescribe la obligatoriedad del primero, ergo, la participación polÃtica del pueblo.
El mismo pontÃfice enfatizó justamente el virtual carácter ateo o agnóstico de la tesis de «soberanÃa popular»: «Es el pueblo el que elige las personas a las que se ha de someter, pero lo hace de tal manera que traspasa a éstas no tanto el derecho de mandar cuanto una delegación para mandar, y aun ésta sólo para ser ejercida en su nombre», y esta delegación se hace «como si Dios no existiese» o «como si fuera posible imaginar un poder polÃtico cuyo principio, fuerza y autoridad toda para gobernar no se apoyara en Dios mismo» (EncÃclica Immortale Dei, 10).
Esta «ideologÃa de la democracia liberal» -que debe distinguirse de la democracia en sà misma, como régimen de gobierno- incluye muchos otros errores a partir de esa subversión radical de valores. Por de pronto la legitimidad moral del poder, de sus actos y de su legislación, se hace residir en la facticidad de la mayorÃa al margen de todo verdaddroi fundamento moral: «De aquà el número como fuerza decisiva y la mayorÃa como creadora exclusiva del derecho y del deber», cosa que está «en contradicción con la razón» (León XIII, encÃclica Libertas praestantissimu, Nº 12). En efecto, ello equivale a dejar «la soberanÃa asentada sobre un cimiento demasiado débil e inconsistente» (Diuturnum illud, Nº 17).
La izquierda identifica comúnmente «democracia» con «derechos humanos», dando a entender que la democracia serÃa el único sistema polÃtico que garantiza el respeto de esos derechos. Sin embargo, la realidad nos muestra que una vez en el poder, la izquierda, más que garantizar los auténticos derechos de la persona, sobre todo los naturales, hace de éstos una ideologÃa, subordinando el respeto a los verdaderos derechos a los parámetros de esa concepción. En una democracia asà falseada y adulterada, por ejemplo, la libertad es concebida como algo absoluto, sin relación con la verdad y el bien. Cada quien hace lo que se le antoja, bajo la única condición de no interferir con los demás individuos. Se vive en una burbuja de autonomÃa individual, intangible, en virtud de la cual no se puede interferir proyectos de vida, por más nocivos que sean.
«El análisis de la esencia de la democracia nos conduce a la conclusión de que ésta, partiendo de la idea de libertad, que es su principal e indispensable presupuesto, termina inexorablemente en la tiranÃa, o dictadura de la multitud, del número, de la cantidad, y por lo mismo de la sinrazón y del desorden. El principio fundamental que la mueve [a la democracia] es el igualitarismo universal absoluto. Ahora bien: como los hombres -sin una intervención especial de Dios- no pueden ser igualados o nivelados por lo más encumbrado que hay en ellos, es, a saber, la ciencia y la virtud, no resta sino la posibilidad de intentar la nivelación absoluta universal, por lo más bajo que hay en ellos, es decir, por su condición material. Tal es el intento del comunismo soviético, como enseña PÃo XI en su magistral y actualÃsima encÃclica «Divini Redemptoris»" (Padre Julio Meinvielle, Concepción católica de la polÃtica).
Durante su pontificado, Benedicto XVI advirtió frecuentemente que «una democracia sin valores cae en el relativismo, y que éste conduce rectamente al totalitarismo», recordando a San Juan MarÃa Vianney, subrayó que este santo vivió en el ambiente de una Francia post revolucionaria: «Si entonces habÃa una dictadura del racionalismo, ahora se registra en muchos ambientes una especie de "dictadura del relativismo"» (5-VIII-2009). O dicho en otras palabras: «cuando la ley natural y la responsabilidad que ésta implica se niegan, se abre dramáticamente el camino al «relativismo ético» en el plano individual y al «totalitarismo del Estado» en el plano polÃtico» (16-VI-2010).
«La democracia, pues, es una perversión que lleva a otra mayor y de ella derivada y cómplice: el comunismo. Algo que los mismos comunistas testificaron y previeron» (Antonio Caponnetto). Y todavÃa hay quienes dicen que las ideologÃas han muerto con la caÃda del muro de BerlÃn.