Quien haya decidido despertar temprano la mañana del 1 de enero de 1980 en lugar de darse cara a cara con quienes se recogÃan luego de divertirse en año nuevo, se toparon con un cuadro por demás dantesco y cuya estremecedora imagen serÃa apenas una pequeña muestra de todo el horror que estaba por llegar a la vida de los peruanos.
En aquella jornada cientos de postes de luz de la capital peruana tenÃan a modo de advertencia, el cadáver de perritos, una señal de advertencia que causó miedo y rechazo de parte de la población.
Pronto, los medios de prensa aclararon a todos la situación. Ante la muerte del lÃder de la Revolución China, Mao Tse Tung, la cúpula comunista optó por poner a la cabeza del gobierno a Teng Siao Ping, quien le dio a la China un viraje completo en su economÃa, con un rumbo capitalista que la convirtió en el fenómeno global que es hoy.
El trágico show fue presentado a los medios de prensa que no tuvieron el menor empacho en pasarlo una y otra vez a los televidentes en los noticiosos de la noche y de las próximas semanas una y otra vez.
No solo eso, reunidos junto a los emponchados sacrificadores, estaban en aquel aglomerado de gente, niños, mujeres y todo tipo de personas que presenciaron el horrible rito sin que nadie haga nada al respecto (hasta el dÃa de hoy).
Es más, en aquel momento, el alcalde de dicha población, que no solo no condenó semejante barbarie, sino que la justificó y la aprobó, hoy en dÃa funge como autoridad de Estado con el rango de Ministro y que cuando se le fustigó por tal proceder, tan sólo dijo que quizás no fue el momento adecuado.
Los seres humanos no nos cansamos de hacer gala de nuestra idiosincrasia y superioridad como especie sobre la de los animales. No nos alcanza con tener conciencia, análisis y libre albedrÃo que es lo que más nos distingue de ellos, además, los hemos domesticado y sometido a nuestra fuerza para demostrarnos a nosotros mismos de lo que somos capaces.
Afortunadamente, vivimos tiempos en los que somos cada vez más, los que preferimos ver en ellos a la más grata compañÃa en el tránsito que tenemos por este planeta mientras estamos vivos y que mediante normas, leyes y buenas costumbres procuramos que dejen de ser vÃctimas y de consumirlos más allá de la necesidad.
Rechazamos o prohibimos los circos y otros espectáculos denigrantes, procuramos que hayan menos zoológicos, discriminamos más a quienes se muestran ostentosos en fotos con sus vÃctimas de cacerÃa y ya no admiramos a quien usa pieles o se ornamenta con marfil y similares.
Bolivia tiene una Ley (a medias) de protección de la especie animal y aunque es contradictoria en muchas de sus medidas (condena algunas muertes y otras las justifica basada en los hábitos y las costumbres), es una Ley progresista y como toda obra humana es perfectible.
Pero como pasa muy a menudo en Bolivia, cuando algo nos molesta, lastima o hiere, buscamos siempre el castigo antes que la justicia. Queremos sanciones "ejemplificadoras" como si la Ley tuviera que educar, cuando la Ley lo que tiene que hacer es dar pura y simple "Justicia", nada más.
Hace unos dÃas, una señora de muy poca paciencia y menos corazón, mató a un perrito que pretendÃa saciar su hambre hurtándole en poco de la carne cruda que ella vendÃa en el mercado.
La sociedad civil casi en su conjunto salió en defensa del animalito (yo entre ellos) y condenó a la señora que tuvo la desgracia o de poner sus filetes muy a la mano o de ser elegida al azar por el can.
Desde que la polÃtica puso de moda la cárcel y todos los jueces se sienten empleados de gobierno, o creen que metiendo presa a la gente se ganan unos porotos para conservar el puesto, la justicia está cada vez peor y la gente está al amparo del descriterio global y generalizado.
(*) Paceño, stronguista y liberal
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