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Viernes 17 de agosto de 2018

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Editorial y opiniones

Justicia de perros

17 ago 2018

José Luis Bolívar Aparicio (*)

Quien haya decidido despertar temprano la mañana del 1 de enero de 1980 en lugar de darse cara a cara con quienes se recogían luego de divertirse en año nuevo, se toparon con un cuadro por demás dantesco y cuya estremecedora imagen sería apenas una pequeña muestra de todo el horror que estaba por llegar a la vida de los peruanos.

En aquella jornada cientos de postes de luz de la capital peruana tenían a modo de advertencia, el cadáver de perritos, una señal de advertencia que causó miedo y rechazo de parte de la población.

Cada uno de estos inocentes animalitos además llevaba encima un cartel en el que se podía leer "Teng Siao Ping, Hijo de Perra". Casi el 95 % de los habitantes de Lima desconocía de quién se trataba o el porqué del cruel mensaje.

Pronto, los medios de prensa aclararon a todos la situación. Ante la muerte del líder de la Revolución China, Mao Tse Tung, la cúpula comunista optó por poner a la cabeza del gobierno a Teng Siao Ping, quien le dio a la China un viraje completo en su economía, con un rumbo capitalista que la convirtió en el fenómeno global que es hoy.

Para los comunistas ortodoxos del planeta, aquello no era solamente una afrenta, significaba una traición imperdonable de los postulados de Marx y Lenin, y comenzando por la Unión Soviética, terminando por los grupos más minúsculos que pudieran existir en cualquier lugar del orbe, las muestras de rechazo rápidamente se hicieron notar.

Una de estas fue justamente la que empleó Abimael Guzmán en el Perú, que fue aprovechada también para darse a conocer como un grupo armado de extrema izquierda y de paso causar horror y terror entre la población, que de a poco iría viendo cómo aquella acción desencadenaría una guerra que duraría los próximos 12 años y que llevaría a la nación incaica a un baño de sangre fratricida de características hasta hoy, inolvidables e irreparables.

Pero no fueron los únicos en esta parte del planeta que emplearían a los canes con propósitos terroristas. El altiplano boliviano también tuvo una jornada que nos llena de vergüenza a todos los nacidos en esta Patria.

El 23 de noviembre de 2007, luego de una asamblea popular, comunarios de Achacachi, una ciudad altiplánica a escasos 93 kilómetros de la sede de gobierno, en la cancha de aquella población colgaron a tres inocentes quiltros y luego de golpearlos salvajemente, los degollaron hasta morir, en una también, señal de advertencia. Esta vez el mensaje estaba dirigido a "los perros de la media luna", frase con la que se describía a una fracción del territorio nacional que supuestamente buscaba la independencia de Bolivia como nación unitaria.

El trágico show fue presentado a los medios de prensa que no tuvieron el menor empacho en pasarlo una y otra vez a los televidentes en los noticiosos de la noche y de las próximas semanas una y otra vez.

No solo eso, reunidos junto a los emponchados sacrificadores, estaban en aquel aglomerado de gente, niños, mujeres y todo tipo de personas que presenciaron el horrible rito sin que nadie haga nada al respecto (hasta el día de hoy).

Es más, en aquel momento, el alcalde de dicha población, que no solo no condenó semejante barbarie, sino que la justificó y la aprobó, hoy en día funge como autoridad de Estado con el rango de Ministro y que cuando se le fustigó por tal proceder, tan sólo dijo que quizás no fue el momento adecuado.

Los seres humanos no nos cansamos de hacer gala de nuestra idiosincrasia y superioridad como especie sobre la de los animales. No nos alcanza con tener conciencia, análisis y libre albedrío que es lo que más nos distingue de ellos, además, los hemos domesticado y sometido a nuestra fuerza para demostrarnos a nosotros mismos de lo que somos capaces.

Los hemos cazado en muchos casos hasta la extinción de ciertas especies, nos vestimos con sus pieles y sus cueros como muestra de ufana galantería, los domesticamos y doblegamos sin importarnos su tamaño o majestuosidad, somos más "inteligentes" que ellos y de eso nos aprovechamos si es que realmente podríamos denominar a esa superior inteligencia, ya que si realmente lo fuéramos, conviviríamos con ellos y aprenderíamos sus mejores lecciones de vida en comunidad, de respeto y amor.

Afortunadamente, vivimos tiempos en los que somos cada vez más, los que preferimos ver en ellos a la más grata compañía en el tránsito que tenemos por este planeta mientras estamos vivos y que mediante normas, leyes y buenas costumbres procuramos que dejen de ser víctimas y de consumirlos más allá de la necesidad.

Rechazamos o prohibimos los circos y otros espectáculos denigrantes, procuramos que hayan menos zoológicos, discriminamos más a quienes se muestran ostentosos en fotos con sus víctimas de cacería y ya no admiramos a quien usa pieles o se ornamenta con marfil y similares.

Bolivia tiene una Ley (a medias) de protección de la especie animal y aunque es contradictoria en muchas de sus medidas (condena algunas muertes y otras las justifica basada en los hábitos y las costumbres), es una Ley progresista y como toda obra humana es perfectible.

Pero como pasa muy a menudo en Bolivia, cuando algo nos molesta, lastima o hiere, buscamos siempre el castigo antes que la justicia. Queremos sanciones "ejemplificadoras" como si la Ley tuviera que educar, cuando la Ley lo que tiene que hacer es dar pura y simple "Justicia", nada más.

Hace unos días, una señora de muy poca paciencia y menos corazón, mató a un perrito que pretendía saciar su hambre hurtándole en poco de la carne cruda que ella vendía en el mercado.

La sociedad civil casi en su conjunto salió en defensa del animalito (yo entre ellos) y condenó a la señora que tuvo la desgracia o de poner sus filetes muy a la mano o de ser elegida al azar por el can.

Hasta el escrache popular de todos en el Facebook, la cosa no iba a mayores pero cuando la carnicera fue puesta a disposición de un juez y éste sin el más mínimo criterio legal, social y mucho menos lógico tomó la decisión de enviarla a la cárcel de manera preventiva, tengo la impresión de que excedimos cualquier tipo de límites posibles.

Cómo es posible que la muerte de un animal esté por encima del mayor privilegio del ser humano que es la libertad y con él los demás derechos que nos asisten. Soy un convencido de que la señora en cuestión, merecía una condena y una pena para que reflexione y pague por sus actos. Pero un trabajo social o una pena pecuniaria eran más que suficientes para que no vuelva a atacar a un pobre hambriento como aquel infortunado perrito.

Desde que la política puso de moda la cárcel y todos los jueces se sienten empleados de gobierno, o creen que metiendo presa a la gente se ganan unos porotos para conservar el puesto, la justicia está cada vez peor y la gente está al amparo del descriterio global y generalizado.

(*) Paceño, stronguista y liberal

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