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Domingo 12 de agosto de 2018

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Cultural El Duende

Rabona: Una historia para una mujer sin historia

12 ago 2018

Josermo Murillo Vacareza

Cuarta parte

La historia que deseamos esculpir en honor de estas mujeres de nuestro pueblo para que no queden en la sima oscura del desconocimiento y el olvido, no culmina aquí.

Durante la presidencia del General Narciso Campero y, como dicen los documentos oficiales de la época, para "establecer comunicación directa con el Paraguay, resguardar la seguridad de las fronteras y fijar las bases de una colonización progresiva en la región del Chaco Central" y "con el pensamiento de franquear por tierra un camino expedito que pusiera en comunicación al Departamento de Tarija desde luego, y un poco más tarde, a los de Santa Cruz y Chuquisaca", se organizó en 1883 la Expedición Boliviana de Tarija a Asunción, bajo el mando y conducción del Dr. Daniel Campos, quien con esa hazaña se hizo inmortal. "No se trataba de una expedición propiamente científica, dice el Dr. Antonio Quijarro, Ministro de Gobierno de Campero. Se trataba de disipar el encanto de esas impenetrables soledades, de romper la barrera que oponían los salvajes, para aprovechar de esos emporios de riqueza no explotada por el hombre, y de dar el primer paso a la apertura de nuestra salida al Mundo". El mismo Quijarro añade que ya en 1879 "con el designio de zanjar cuanto antes la cuestión de límites pendientes, a fin de que una solución equitativa permitiese establecer relaciones íntimas de amistad y comercio con una nación hermana, procurando al mismo tiempo para nuestra Patria una salida directa y expedita hacia el Atlántico por la región del Plata", se intentó una empresa semejante. Era todo un plan que los sucesivos gobiernos no lo comprendieron, y que más tarde, con la neurosis de un Presidente que creyó tomar Asunción por las armas, ha dado lugar a una barrera mucho más inmensa para esa apertura hacia el Atlántico, devoró a 50 mil jóvenes y desmembró más aún a Bolivia.

La expedición partió el 20 de agosto de 1883. Campos dijo a su amigo el citado Ministro Quijarro: "Estoy resuelto a sufrir hasta donde permita el límite humano, con tal que realice mi sueño dorado, que es llegar al Paraguay".

Cuarenta rabonas marcharon con los soldados de la expedición hasta el lugar denominado Teyú, donde se fundó el Fortín Creveaux en memoria del explorador francés asesinado poco tiempo antes por los salvajes. En ese fortín quedaron a guarnecerlo 326 soldados, y la expedición continuó con 183 hombres y cinco rabonas. Pero la travesía duró más de lo calculado, las provisiones se agotaron, los expedicionarios padecían de sed y de fiebres tercianas; el hambre les obligó a comer la repugnante carne de sus mulos cansados; ya no podían caminar con los pies sangrantes e hinchados. Cadavéricos y silenciosos, la llama de la fiebre en los ojos y cruzándonos miradas sombrías como nuestros destinos, dice Daniel Campos, continuamos el viaje. Los expedicionarios se extraviaron en el desierto. Tres soldados se desplomaron muertos, atormentados por la sed. La columna se había desviado del camino y ambulaba confundida y sin rumbo. Milagrosamente apareció un hombre que los condujo a un río. �l y su mujer los socorrieron con alimentos, y los guiaron hacia Villa Hayes, donde les confesó que había recibido una inmensa sorpresa al ver salir del monte salvaje a estos valientes exploradores.

Vencidas tantas penurias, los expedicionarios llegaron en un barco fluvial a Asunción, donde los recibió el Presidente de la República con todos sus ministros, en tanto que una inmensa muchedumbre los ovacionaba, pero todos quedaron suspensos ante la increíble presencia de cinco mujeres que, con inagotable resistencia y un fantástico heroísmo, habían vencido mejor que los hombres, tantos sufrimientos, y quienes desde el barco saludaban sonrientes a la multitud".

Campos en su informe oficial dice: "Cuando hallamos agua, el vibrante acento de las cinco heroicas mujeres se destacaba como un grito del alma en esa soledad". Y cuando describe la llegada a Asunción, pone esta nota de estupor: "Nadie habría creído en la realidad de las cinco mujeres expedicionarias, y a poco las vieron risueñas, en actitud modesta y con sus polleras hechas jirones. Semejaban seres de fantasía. "Considero -remarca Daniel Campos- que no necesito detenerme en acentuados razonamientos para encarecer los méritos singularísimos alcanzados por las cinco heroicas cantineras que, con asombro general, han efectuado la formidable travesía sin desalentarse jamás y prestando al propio tiempo valiosos servicios durante la expedición". Ellas hacían el papel de enfermeras mientras que en su propio ser se mantenía esa mayor resistencia de la mujer con relación a la del hombre.

El sentido histórico de Daniel Campos conservó para la posteridad los nombres de las cinco mujeres que eran: Manuela Poma, Isabel Vargas, Ana Condori, Romana Alemán y Florencia Rivas, que deberían grabase en todas partes para simbolizar el glorioso heroísmo de todas las mujeres del pueblo en las horas de sacrificio y que la Patria recoge en sus momentos supremos.

La epopeya que parece quimérica de estas mujeres de tan generosa abnegación, prosiguió aún en la lucha intestina de fin del siglo XIX, conocida como la Revolución Federal, y se reanudó cuando marcharon a lo largo de casi 2.000 kilómetros en la Guerra del Acre.

Refiriéndose a esa hazaña, en el libro "Resumen histórico" de esa campaña, su autor don Miguel Alaiza, comprendiendo también a las rabonas, acentúa que los miembros de esas expediciones "tenían la vista acostumbrada a los dilatados horizontes de la altiplanicie y un organismo habituado a las bajas temperaturas, de donde resulta un contraste desde el primer día su inmersión en la oscuridad de la selva, esa lucha contra la insana naturaleza y los ardores de un clima tropical". Las mujeres hacían la compañía inseparable de los soldados, y de allí también retornaron con su intrepidez silenciosa y su altruismo escondido, que son dos lábaros del eterno valor de la mujer boliviana.

Continuará

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