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Domingo 05 de agosto de 2018

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Revista Dominical

ECONOMÍA DE BOLSILLO

Economía y sistemas económicos (Parte 2)

05 ago 2018

M. Sc. Joshua Bellott Sáenz

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En el último párrafo de la anterior publicación, nos referimos al mundo capitalista y al éxito de los sistemas económicos, ya sea el de libre mercado o el socialista (planificación central).

La frase y el término capitalista fue intencionalmente redactado para poder aclarar el significado de lo que se debería entender por "capitalismo". Esto porque en nuestros días, el gobierno de turno y parte de la población usan este término tan indiscriminadamente que ya nadie sabe qué significa, o no lo saben con exactitud.

Primero se debe aclarar que el capitalismo es un modo de producción, no un sistema económico. Marx hizo una descripción de los modos de producción a través de la historia de la humanidad: Esclavismo, Feudalismo y Capitalismo.

Un modo de producción representa la manera social en la cual se producen o fabrican los bienes y servicios que se consideran necesarios para la vida. Se combinan en él, las fuerzas productivas y las relaciones de producción (la propiedad, el poder y el control por parte de quienes detentan los recursos o medios de producción).

El modo capitalista de producción, se caracteriza porque existe una clase capitalista (dueño de las empresas o medios de producción), que contrata mano de obra (obreros), para producir un determinado bien o servicio. Los capitalistas, son dueños de la fuerza de trabajo, dueños del producto, y remuneran a los trabajadores a través de un salario, siendo la relación entre el capitalista y el obrero, una relación de explotación, ya que el dueño de la empresa se apropia del plusvalor (valor creado por los trabajadores y no por el capitalista; según Marx).

En cambio, un sistema económico es el conjunto de relaciones básicas, técnicas e institucionales que caracterizan a la organización económica. Estas relaciones condicionan el sentido general de las decisiones fundamentales (Mochón 1997). Lo cual implica que engloba relaciones de oferta y relaciones de demanda, así como la participación del Estado.

Era pertinente hacer esta aclaración, porque un sistema de libre mercado, al igual que un sistema centralmente planificado, son capitalistas. Al primero se lo conoce como un capitalismo de libre mercado y al segundo como un capitalismo de Estado. En el segundo, la mayoría o todas las empresas, pertenecen al Estado (el Estado es el capitalista). Incluso si estas empresas estatales conviven con otras en manos de los privados y existe en la economía libertad en cuanto a la elección de compra y venta en los productos y servicios, podríamos denominar a este sistema como: Socialismo de mercado.

En vista de lo argumentado, podemos afirmar que Bolivia ha vivido siempre respetando al mercado; en mayor o menor medida, considerado como distribuidor de bienes y servicios y como el mejor coordinador de la actividad económica en general. Si bien varias veces; gracias a la crítica marxista se ha querido instaurar un modelo socialista, en pro de la "igualdad", resultó siempre que la planificación central fue a lo largo de nuestra historia: un fracaso. Dicho sistema económico es atractivo porque, permite concentrar el poder en pocas manos, las del gobierno de turno. La concentración de poder implica también la concentración de poder económico (recursos de los ciudadanos en manos de los gobernantes).

Es así que, un sistema de planificación central fue y es claramente ineficiente y autoritario. Antes de 1985, en Bolivia existían muchas empresas para todo tipo de bienes que competían con pequeños o grandes productores. El ministro salía en televisión o en alguna radio para hacer conocer el precio de los productos de la canasta familiar (no había libre mercado). Con seguridad podemos afirmar que esa persona no tenía ni la más remota idea de la estructura de costos de un productor de carne vacuna del Chaco boliviano (autoritarismo), ni de la realidad económica en los pueblos alejados al gobierno central. Por el lado de la oferta, resultó que básicamente todas las empresas del Estado eran deficitarias (estaban en pérdida), pero como al Estado sólo le interesaba dar empleo a través de ellas y que también cumplan un cupo mínimo de producción, las solventaba con dinero de los bolivianos, dinero que poco a poco se fue acabando. Una empresa estatal no es eficiente porque no tiene como objetivo la búsqueda de utilidades y, además, porque a los trabajadores tampoco les interesa el éxito de la empresa; más bien es común pensar en aprovecharse de la misma (corrupción) en vista de que pertenece al Estado, y como el "Estado somos todos", no existen derechos de propiedad bien establecidos sobre la empresa.

En este orden de ideas, estas empresas en la práctica no pueden quebrar, debido a que son subvencionadas por el Estado, volviéndolas artificialmente competitivas respecto a las privadas. En nuestros días es imposible pensar en la existencia de empresas ineficientes, por lo cual las empresas estatales deberían ser, por lo menos sostenibles. Esto significa, contar con un nivel de utilidad adecuado, tal que permita por lo menos la reposición del capital de inversión de la empresa, además de cubrir todos los costos.

En este último decenio, nuevamente contamos con varias empresas estatales en mercados competitivos; y resultado de esto, es que nuevamente tenemos empresas ineficientes y deficitarias (entre enero y abril de 2017, las empresas públicas tuvieron una pérdida de más de 1800 millones de bolivianos). Estas empresas, compiten con empresas privadas, y con seguridad provocaron el cierre de muchas de ellas. Si a esto adicionamos, la clara política neoliberal del gobierno actual, que liberaliza por completo las importaciones (incluso de alimentos), el resultado es casi catastrófico debido a que ya no se genera empleo a través de las empresas, sino del comercio (prueba de esto es que las importaciones de Oruro en los últimos tres años, primero duplicaban las exportaciones, luego las triplicaron, y el 2017, fueron cuatro veces más grandes.

Los ciudadanos comunes queremos desarrollo, pero cada vez hay menos empleo y menos empresas, por lo tanto, menor producción nacional, y nuestra economía es cada vez, menos sostenible. Para el colmo, servicios primordiales como el de salud dejan mucho que desear.

Nos comunicaron los del gobierno que somos el país que más creció en Sudamérica en los últimos años, pero debemos pensar que tipo de crecimiento queremos, y si ese crecimiento se traduce en mayor desarrollo y sostenibilidad de la economía. La respuesta es un rotundo NO.

Dos análisis son importantes para sustentar dicha respuesta. Recuerden que el primer semestre del 2008 Bolivia creció en 6,1 %, pero se calculó que más de la mitad de ese crecimiento (3,6 %), se logró solamente por la producción de San Cristóbal (una de las explotaciones mineras más grandes del mundo). ¿Alguien sabe qué grandes beneficios nos trajo a los bolivianos la producción de dicha empresa?, ¿depender de una sola empresa o de unas cuantas, significa que nuestro crecimiento es sostenible? Por otro lado, nos anunciaron hace una semana que el tamaño de la economía informal en el país en los últimos 20 años, en promedio fue de 62,3 %, y que, además, somos los campeones mundiales en informalidad, porcentaje que con seguridad en la actualidad es mayor.

En este punto, debo coincidir con Gonzalo Chávez que al respecto afirma que años atrás la informalidad fue un refugio de los ciudadanos en pro de su sobrevivencia, así como el escondite de empresas pequeñas; pero que ahora, es el escondite de empresas medianas y grandes con enorme poder económico, realidad que por supuesto, contribuye a la mayor pre carización del empleo. Gran parte de la informalidad se dedica a la comercialización de bienes importados por unos pocos empresarios grandes. Sólo el contar con un empleo digno y formal nos permite acceder a los servicios de salud y educación, y con seguridad vamos en reversa.

Si bien Bolivia duplicó su PIB entre 2010 al 2017, según Finot (2018), demoramos 28 años en recuperar nuestro ingreso por habitante de 1978 (hasta el 2006). Comparando con otras realidades, Corea del Sur en 1950 tenía menos de la mitad del ingreso de Bolivia, y en esos mismos 28 años lo quintuplicó, y en 2010 ya representaba siete veces más que el ingreso de Bolivia. Con esto queda claro que la época de bonanza que vivió Bolivia, gracias a los precios de las materias primas, fue desperdiciado, más ahora sabiendo que no se invirtió en la principal fuente de ingresos del país; los hidrocarburos, y que ahora tenemos reservas de gas que sólo sirven para cubrir con suerte la demanda interna de los próximos años (pasamos de tener 28 TCFs el 2005 a 4,3 el 2018). ¡Un desastre!

Es claro que el modelo económico boliviano; remedo de socialismo, fracasó, y que no podemos seguir apoyando un camino que nos llevará al desastre de la economía del país.

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