La izquierda, como organización progresista e instrumento de redención que buscaba, y asumía, la transformación radical de la sociedad para hacerla más justa y dignificar a los explotados y oprimidos, nació en los sueños de aquellos seres humanos que creían en el auténtico cambio estructural. Y ahí estuvieron, con vigor: Tomás Moro, Owen y Fourier, patriotas de distintas épocas, no como los primeros visionarios utópicos, sino como los que proclamaron su apego a la justicia, los que iniciaron la ruptura con el pasado opresor, con la barbarie del esclavismo, feudalismo y su sucesor: el capitalismo, tan horripilante y malvado. Fueron seres de carne y hueso, tan nobles que se acercaron y se fusionaron con lo más sublime de la historia. Sin embargo no concentraron dos elementos vitales: la racionalización de la teoría y la construcción del instrumento revolucionario.
Más tarde, en base a su precioso legado, nacieron y se forjaron otros revolucionarios dotados de mejores armas teóricas en función del desarrollo ardiente de la sociedad humana, tan iguales en principios, pero tan consecuentes en su programa comunista, sutilmente estructurado, que la senda liberadora se amplió. Entre Marx, Éngels, Lenin, Rosa de Luxemburgo y otros hacedores, regaron la planta, aquella nacida de la semilla primigenia de siglos pasados cuyo objetivo era liberar a la especie humana de sus propios odios y ambiciones para convertirla en redentora y constructora de su propio destino. En estos paradigmas se fundó la verdadera izquierda con norte y sin Patria individual.
Posteriormente, surgieron en el mundo tendencias contradictorias, pero siempre principistas en su pensar y repensar, insertas en el proletariado no necesariamente fabril, pero ineludiblemente productivo, y lanzadas por sus ideólogos: anarquistas, trotskistas, social-demócratas de izquierda, comunistas; todos quienes procuraron diferenciarse de alguna manera, sin darse cuenta de que “barrían la misma calle”, aunque divididos por la idea de que la Revolución es pura de nacimiento. En realidad puede serlo en su estructuración, pero nunca en su evidenciación. Es humana y por lo tanto falible.
La izquierda, la prefectible, la de Bolivia, la que luchó con enormes sacrificios contra las dictaduras militares de los años 70´s y 80´s, la que entregó un enorme tributo de sangre por la Revolución, fue incapaz en función de gobierno de la UDP de hacer posible el cambio y pereció en su imposibilidad histórica, en su carencia de destrezas y habilidades para enfrentarse a la derecha retrógrada. Después del desastre estructural se sumergió en un discurso dogmático y ajeno a las masas, se integró en la marginalidad más decepcionante. Apostó, en parte, al mal llamado “terrorismo” con resultados trágicos en el enfrentamiento con un aparato represor eficiente de derecha asesorado por ex-izquierdistas (Capobianco del MIR). Ahí estuvieron el CNPZ y estructuras nacionales bolivianas del MRTA peruano formadas principalmente por ex-comunistas que rompieron con el PC estalinista.
Tuvo que ser el MAS-IPSP el que nazca, se desarrolle y se lance a la lucha contra el neoliberalismo, con discurso de izquierda, pero con contenido difuso. En un principio le impulsaron algunos ideólogos de la izquierda fracasada, como Filemón Escóbar, los que orientaron e instruyeron a “hijos malagradecidos”, a líderes sindicales ignorantes y neófitos. Después todos, o casi todos, los escombros de una tendencia moribunda, ya despojada de principios, pero ambiciosa de poder. Sus representantes hicieron lo necesario cargado de estulticia. Ellos se incorporaron, no masivamente, no obstante sustancialmente, a los espacios de poder, para recibir los logros de su acción oportunista, para “mamar la leche de sus triunfos político-electorales”.
Y el MAS tiene una oportunidad histórica que muy pocas veces se le concedió a la izquierda tradicional, el apoyo de una parte sustancial de la población. Aún es tiempo de cambiar en el sentido de la historia verdadera. Lo importante es revertir un proceso equivocado de principio por hacer concesiones a ONG´s europeas y norteamericanas que quieren volver al siglo XV a título de supuestas acciones vergonzosas de los europeos en América. En realidad, el colonialismo fue un proceso absolutamente normal en este planeta plagado de luchas feroces. Ahí estuvieron Cártago, Constantinopla y Roma, cúspides de la evolución humana que fueron destruidas por bárbaros como Atila. Y el imperio incaico fue la síntesis de aberraciones tributarias. Y ni hablar de los aztecas, crueles hasta el fin.
(*) Politólogo
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