Actualmente la Carrera de Comunicación Social vive una crisis a nivel científico académico-social, en ésta se vive una etapa de aversión a nuevas formas de ver la realidad y a nuevos enfoques en un nivel epistemológico y verdaderamente científico.
La Carrera no termina de sobreponerse a la naturalización de los mecanismos de pensamiento, esas estructuras aparentemente convencionalizadas que concretizan el pensamiento en la superficialidad y el formulismo a-crítico para ver y relacionarse con la realidad, que por supuesto es más compleja de lo que se atreven a estudiar aquellos autodenominados diaria y muy ostentosamente “magisters en ciencias sociales” que, a modo de “titulocracia”, demuestran su grado académico, inservible sin una aplicación innovadora y su vasta pero inerte experiencia laboral.
Una muestra de ello, son las estigmatizaciones que, con ciertos adjetivos, califican de muy teórica y/o abstractas, propuestas nuevas o desconocidas, convirtiendo en un imperativo lo que Gastón Bachelard denomina como obstáculos para desarrollar el pensamiento científico, aquellas que se presentan como ideas tradicionalistas del hacer las cosas que devienen en prejuicios y en absolutismos obtusos o finalmente en autoritarismos que encajonan y delimitan al estudiante y también al docente en su forma de pensar y producir.
El discurso de una ciencia superficial y reduccionista, es constantemente exaltado como una poderosa voluntad histórica de esos 25 años de vida de la Carrera de Ciencias de la Comunicación Social, reduciendo las verdades académicas a valoraciones recalcitrantes y repetitivas inherentes en su constante práctica y producción valedera ante la sociedad, exigente de otras dimensiones más complejas.
Sin duda alguna, no existe lugar a la curiosidad, al trabajo investigativo de esos verdaderos científicos sociales, -estudiantes y/o docentes-, que a modo de obreros intelectuales podrían aportar a un desarrollo no sólo del pensamiento sino, por consecuencia, a un desarrollo íntegro institucional-académico, a diferencia notable de lo que se denominan en estas cortas líneas como los impostores de la ciencia, que al no poder entender ni comprender, quizás por su desidia, ciertas áreas de estudio, prefieren eliminarlas prohibiéndole al estudiante de una alternatividad de estudio, enfocando su interés en frivolidades desgastadas que no pasan de ser una mimesis de instituciones supuestamente superiores o quizás incluso inferiores.
Los “impostores del conocimiento”, por su naturaleza académicamente descontextualizada, se limitan a descubrir, no ha crear, a re-producir y no ha producir, sin duda alguna esto es un síntoma de enfermedad social y de sub-desarrollo de las universidades y en consecuencia de nuestro país.
Esto quizás puede atribuirse a los momentos históricos que vivimos, como dice Zygmunt Bauman una sociedad líquida, donde lo sustancial, para alcanzar un nuevo horizonte, puede acomodarse a formas completamente políticas y de intereses particulares sin que exista de por medio alguna observación por temor a la represión, perjudicando de esta manera no sólo a los futuros profesionales de esta área, sino también a la sociedad. Definitivamente estamos viviendo una época de crisis sin ética, sin una verdadera comunicación y, por ende, sin desarrollo; esperemos que el futuro depare mejores tiempos para esta institución que hace tiempo ya tuvo su innegable importancia.
(*) Miembro del Grupo Académico “El Espartaco”
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