Algún momento tendrán que retornar la ley y la moral a nuestra realidad. Salvar el espÃritu democrático que aún queda en la nación, he aquà la mayor tarea que tenemos como hombres y como mujeres, más allá de las particularidades que en la vida ordinaria y privada se nos puedan presentar.
Aquel ideal democrático por el que nuestros mayores vertieron su sangre y su sudor -y hablo a nivel continental- hoy está eclipsado. Hemos pasado por dictaduras, guerras civiles, manifestaciones brutales, asonadas y revueltas militares, pero nunca como ahora la libertad se ha visto tan ensombrecida por las pasiones humanas que se agitan en el torbellino público de todos los dÃas.
Los peores enemigos de nuestra libertad ciudadana no están, como ayer, en los tanques que silenciaban las calles ni en las milicias populares y partidistas que torturaban a sus adversarios; están en cosas inmateriales, pero por lo mismo más potentes en sus alcances: el pensamiento y la ambición.
El fenómeno es regional y no local, como cuando las dictaduras del siglo pasado. Entonces se debe luchar teniendo en cuenta las fluctuaciones de la polÃtica de los demás paÃses vecinos, solo asà podremos convencernos de que lo que pasa en nuestro Estado es fiel reflejo de lo que pasa en otros.
Y cuando suceda el cambio, será de Ãndole paradigmática, en otras palabras, cuando el paÃs cambie, habrá cambiado el paradigma o el proyecto de Estado y no solamente el gobierno, como en cambio pretenden los opositores que no ven más allá de la superficialidad coyuntural. Para esto, es preciso que condensemos el mayor acopio de fuerzas espirituales, de acción, movimiento e inteligencia. La fuerza fÃsica quizá no sirva de mucho, porque como decÃa Tamayo: «En los momentos más severos de la historia, las batallas y las vitorias definitivas las ha dado y obtenido siempre el espÃritu servido de la inteligencia y de la voluntad».
Porque un tirano o un rey injusto pueden tomar nuestra casa, a nuestros hijos, nuestras tierras, incluso nuestro propio cuerpo, pero nunca podrá tomar para sà mismo nuestro espÃritu ni nuestra inteligencia, cosas que están en un plano inmaterial y -por tanto- divino.
Porque el mundo material es de la bestia, en cambio el espiritual es de la virtud (personal y pública), y este mundo es inmortal. Y cuando se haya ganado en todo el continente la democracia plena nuevamente, no recordemos con odio a quienes nos la despojaron algún dÃa; más bien ciñamos un manto que cubra todo el oprobio vivido en tantos años. El sudario del olvido.
(*) Licenciado en Ciencias PolÃticas
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