Con el frÃo las personas recuperan el abrigo olvidado, recurren a las chompas, chamarras y chalinas, al doble deportivo, al diablito negro debajo del pantalón planchado; y si no fuera porque hay una excusa justificada, las calles se convierten en pasarelas de moda otoño-invierno, con vestuarios del shopping Kantuta y prendas tejidas de las vendedoras mañaneras que se instalan en la súper Feria.
Hay escapes furtivos de los oficinistas a los desayunos callejeros, de linazas con empanadas y canela tibia, y peleas graciosas por un pedazo de sol; luego los rellenos picantes, las salteñas diablo, los ricos calditos y los refrescos calientes del mercado Campero. Es en el pasillo de la fama del mercado FermÃn López donde los parroquianos se convierten en prÃncipes, reyes y papitos lindos, y caen en el marketing casero de las vendedoras de apis con pastel o tojorà con buñuelos. Todo vale para ser feliz, todo sirve en la guerra contra el frÃo.
En las escuelas y colegios el "uniforme obligatorio" cambia su obligatoriedad para exigir ropas más gruesas y abrigadas que hagan juego con el clima y combinen con los ojos de los niños; aunque es interesante ver a adolescentes en poleritas y chiquillas quinceañeras desabrigadas, con sensaciones climáticas encontradas.
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