La lucha polÃtica es, por definición, implacable. El poder es, casi siempre, un mecanismo adictivo y que enajena. Es, en suma, uno de los componentes paradójicos y vitales de nuestra naturaleza como seres humanos. La historia no es otra cosa que la lucha permanente e incesante por el poder.
Se dice que el poder es un mecanismo, un instrumento, un requisito indispensable para mover a la humanidad, para hacer realidad sus mayores sueños, para hacer posible que la sociedad encuentre la felicidad, y como concepto medular eso es cierto. Los hechos, sin embargo, han demostrado que con frecuencia el instrumento se convierte en un fin y el fin se convierte en una coartada perfecta para justificarlo todo. De ese modo, con una facilidad pasmosa muchas de las grandes causas se descarrilan y se hunden en el cieno. La razón de Estado se torna en un penoso discurso justificatorio.
En ese contexto, el lÃder iluminado, el dueño de la verdad revelada, el mito viviente, era la llave mágica para la toma y la preservación del poder. Las atractivas ideas que lo alimentaron durante varios años, están hoy consumidas. En parte porque algunas se hicieron realidad, en parte porque otras muchas eran pura retórica vacÃa, en buena parte porque se han corrompido en esta larga ruta de trece largos años, en parte porque estaban y están contrapuestas a la vocación democrática de una sociedad que ha hecho suya la gran conquista de 1982.
La prueba de consistencia que el propio lÃder se impuso fue el Referendo del 21 de febrero de 2016. La consulta al pueblo se hizo entonces porque, teóricamente, era el tiempo adecuado en el que la legitimidad era aún fuerte, la bonanza evidente y la confianza en el Presidente casi incuestionable. Pero los demonios propios agazapados y esperando, se desataron y mostraron que debajo de la superficie habÃa ya una gran cantidad de agua podrida. Vino asà la hecatombe. Lo impensado. El Presidente perdió y no tenÃa plan B. El Referendo reveló la esencia, el fondo del alma del gobernante y quienes lo rodean: el poder lo es todo, por el poder vale todo. La democracia no es para ellos una forma esencial de valores, sino una traba ingrata para el fin deseado.
Hoy vivimos la experiencia de la desesperada búsqueda del Plan B que, por ahora, sigue anclado en la candidatura del Presidente en 2019. Plan que tiene un problema muy serio, se hace imposible sin romper amarras con los últimos vestigios de formalidad democrática. Desde la criminalización de la polÃtica hasta la ruptura con el mandato del pueblo, todo vale.
Hoy, más que nunca, la defensa del 21F es la defensa de una concepción de paÃs, una propuesta de futuro y una constatación, el fin de un ciclo histórico que demanda la lucidez de la unidad democrática y pacÃfica y la construcción de un proyecto plural y de esperanza de futuro.
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