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Domingo 15 de julio de 2018

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Cultural El Duende

Herencias de la literatura boliviana

Rabona: Una historia para una mujer sin historia

15 jul 2018

Josermo Murillo Vacareza

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Segunda parte

El Tambor Mayor Vargas, en su "Diario" y con su propio lenguaje, al describir lo dramático de esa lucha dice: "Como avanzasen (los guerrilleros) echando voces y llamando a varios oficiales por su nombre, principalmente el nombre del Comandante Lira, no tuvieron más defensa los enemigos que correr conforme pudieron cada uno, y el jefe que era Calved, se había quedado a retaguardia para proteger a su gente, se quedó plantado en un ciénago el caballo; él se había apeado, se encajó en el lodo y no pudo sacar el pie, y no mataron a punta garrotazos y lanzados. Por último cayó un Coronel, acérrimo realista, y fue fusilado, cortada su cabeza y remitida al pueblo de Mohoza, donde se plantó en una pica en la plaza. El Comandante Lira mandó fusilar al español prisionero Ildelfonso García". En esa acción murieron dos mujeres. El mismo Diario dice en otras páginas que Marcelino Castro (un patriota) cayó prisionero, pero que cuando estaba en capilla, una mujer de noche ingresó a su prisión para despedirse, pero le dejó sus polleras, y vestido con ellas Castro huyó al amanecer y salvó su vida para incorporarse a la guerrilla del Comandante Lira.

Estas eran mujeres que nunca se separaban de los soldados, y como los fusiles de "avancarga" de entonces se cargaban tiro por tiro mediante una baqueta, eran las mujeres las que hacían esa rápida operación mientras los soldados usaban otras armas en ese intervalo, pero caían también abatidas por los proyectiles enemigos.

El general Miguel Ramallo en su libro "Guerrilleros de la Independencia", relata que el coronel Javier Aguilera, derrotado Ascencio Padilla en la batalla del Villar, decidió capturarlo junto a su esposa. Cuando Padilla trató de protegerla fue muerto por Aguilera que los degolló con su propia mano. Juana Azurduy logró salvarse, pero la guerrillera que la acompañaba cayó prisionera, y en el acto le cortaron la cabeza. Ambos macabros trofeos fueron exhibidos en el pueblo de La Laguna (hoy Padilla), en cuyo entorno se practicaron escenas de horror.

Benjamín Torrelio, en su folleto "La influencia política de la mujer" publicado en 1897 relata los siguiente: "Disfrazada de india salió de Oruro una mujer en busca del Capitán Chinchilla, que comandaba una pequeña fuerza de guerrilleros de Lanza, al que le comunicó la salida de una división de 711 hombres en auxilio de Ramírez, que fue derrotado en el valle de Ayopaya, con cuyo motivo tuvo lugar un combate en el que los expedicionarios perdieron más de una mitad de sus fuerzas, y es tradicional que esta heroína tomó parte con él (Capitán Chinchilla) con un coraje sin ejemplo".

Arturo Costa de la Torre, cuando escribió su estudio "Las mujeres en la independencia", también alude a esa mujer se la más ínfima categoría social: "Las hubo desde las más humilde ´jubonera´, la mestiza y la criolla de la medianía social que imperaba entonces"." Junto a estas esclarecidas patriotas había anónimas y humildes mujeres, tan valerosas y tan grandes como lo han sido recogidas por la historia. Mujeres anónimas y silenciosas que pasaron por la vida sin la recompensa de la gloria y que honraron la historia de la Libertad altoperuana, mujeres que silenciosamente aportaron arranques de valor y abnegación de los que las dirigían simbolizando gallardamente a la mujer del pueblo".

En otra parte de su libro expresa: "También las había las rabonas o vivanderas que seguían a los patriotas y guerrilleros, a través de calcinados valles y de abruptos desfiladeros, dejando sus energía y su generosa vida en los escarpados riscos de las montañas, acaso también en los inhumanos recintos de cárceles y prisiones. Sus nombres y orígenes sólo quedaron en los signos de interrogación y del misterio. Empero sus sombras se levantan aureoladas de gloria en todos los episodios de la lucha emancipadora, donde sus espíritus atizaban orgullosos la consecución de las libertades de los pueblos altoperuanos".

Todos nos conmovemos ante el conocido episodio de las mujeres de la Coronilla de Cochabamba, cuando se inmolaron otras mujeres del pueblo que combatieron junto a los rebeldes que fueron aniquilados.

Esta mujer del soldado, cuando llegó la hora de la independencia de nuestro país, y se comenzó a organizar un ejército regular no fue mencionada por nadie de los que iniciaron su lucha por el Poder, sin embargo de que se convirtió en auxiliar importante de las tropas y era parte de su organización logística, como nos demuestra el Coronel Julio Díaz Arguedas en el libro "Fastos militares de Bolivia". Así nos dice: "Dieciséis años de lucha incesante que ensangrentaron el Alto Perú, desde Chacaltaya en 1809 hasta Tumusla, último combate efectuado en 1825". "Podemos decir que la infantería de los impropiamente llamados ejércitos patriotas, no contaba con más armas que algunos fusiles anticuados de chispa, la mayor parte se reducía a escopeta, pistolas, espadas, chuzos (lanzas) hondas, macanas y látigos sujetos a grandes mangos de madera, con que lucharon frente a las aguerridas y bien armadas tropas españolas". "El aprovisionamiento consistía en un poco de maíz tostado, chuño, un pedazo de charque y algunos puñados de hojas de coca. Carecían de uniforme militar". Con esa ración tan mezquina, la rabona preparaba el condumio de su compañero, de sus niños, aun cuando para ella no quedara residuos.

Este autor, aludiendo al nuevo ejército de la República recién creada, nos da estas referencias: "El soldado era valiente hasta la temeridad, sobrio, de una resistencia inquebrantable para las marchas". "Los elementos que formaban la clase de tropa estaban compuestos en su mayoría por cholos o mestizos, el indio y el blanco entraban en porcentaje mínimo. El soldado era casi profesional, pues toda su vida la pasaba en los cuarteles. Muchos de ellos eran hijos de viejos sargentos o cabos y nacidos dentro de los cuarteles; se enrolaban desde niños en las bandas de música, y llegaban hasta los más altos grados". Eran auténticos hijos de las rabonas, o sea de una estirpe de valor y resistencia. "Las marchas a pie constituían el púnico medio para llegar a las fronteras, o a los sitios donde era necesaria su presencia. De ahí que las tropas bolivianas descollaron en todo tiempo por su resistencia en los cambios. El sistema de las marchas consistía en largas columnas de hileras abiertas a ambos lados del camino, forma en que vencían las distancias por las interminables pampas del altiplano, o trasmontando las altísimas cordilleras andinas, para internarse en las fragosas quebradas de los valles, sorteando caudalosos ríos y venciendo las intrincadas marañas de los bosques".

Las mujeres iban con ellos, llevando en la espalda a sus lactantes, y de la mano a sus párvulos a quienes nunca abandonaban en medio de tan penosos sacrificios.

Continuará...

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