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Domingo 27 de junio de 2010

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Revista Dominical

Gente silenciosa

27 jun 2010

Fuente: La Habana, (PL)

Por: Silvio González (Prensa Latina*)

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El escritor Daniel Quinn en su libro titulado La Comunidad Ishmael explora el resurgimiento del tribalismo como modelo de organización comunitaria.

En su obra plantea que la tribu es una eficiente organización social porque garantiza que todos sus miembros sobrevivan por igual, mientras que en la civilización sólo los más ricos tienen garantizado ese derecho.

Según la leyenda urbana, cuanto más se desciende en el subsuelo neoyorquino, más extrañas y peligrosas son las misteriosas tribus humanas que encontramos.

La ciudad de Nueva York es una gran mole de acero y cemento que se levanta imponente sobre un terreno rocoso perforado en todas direcciones por un intrincado entramado que conforma el subterráneo del Metro.

Si bien el trazado sobre la superficie data de 1863, el subterráneo comenzó su construcción bajo el suelo en el año 1904 afirma Margaret Morton en su libro El Tunel, sobre los sin hogar en las catacumbas de Nueva York,

A partir de entonces se han añadido nuevas líneas y estaciones, a la vez que se clausuraban las que van quedando obsoletas.

A esta misteriosa red abandonada hay que sumar las lujosas líneas privadas del Metro que la adinerada clase alta neoyorquina hizo construir para conectar sus mansiones con los lugares más frecuentados por la gente de abolengo según escribe Cecil Adams en su artículo del blog Straight Dope.

Incluso existe una empresa que ofrece orgías para aquellos que las pueden pagar a bordo de vagones privados niquelados que transitan a toda velocidad en el horario de la madrugada.

El secreto resultado de las profundas catacumbas del Metro es una complejísima red de túneles y estaciones amontonados que se hunden a gran profundidad principalmente en la roca dura de la isla de Manhattan, uno de los condados de la ciudad que nunca duerme.

Las estaciones en desuso simplemente quedan congeladas en el tiempo con el mismo aspecto y diseño antiguo que el día en que fueron desalojadas para siempre.

Es ilegal deambular dentro de las mismas por lo que cualquier aventurero curioso puede ser obligado a pagar una suculenta multa.

El punto principal de entrada a este exótico mundo es por debajo de la estación Grand Central.

También circulan rumores que aseguran de que estos túneles son utilizados por ladrones y espías para realizar sus fechorías o que fueron construidos para refugiar a los más ricos en caso de un sorpresivo ataque nuclear.

Muchas veces sus accesos son tapiados, otras simplemente una reja prohíbe el paso en algún rincón de los andenes, o en el lugar donde muere la vía.

En algunos casos las envejecidas terminales son accesibles sólo adentrándose en la peligrosa red de túneles donde se puede entrar con riesgo a perder el rumbo y no encontrar de nuevo la salida.

Mientras otras, las más recónditas e inaccesibles, sirven de morada a cientos de indigentes sin hogar, alcohólicos, o drogadictos empedernidos que quieren escapar de las fuerzas policiales.

Estos sujetos golpeados con fuerza por la pobreza y la exclusión viven en la más extrema marginalidad, son los parias de Nueva York, la gente sin techo que sobrevive bajo el suelo de la ciudad.

Algunos tal vez pudieron tener una vida ostentosa y ordenada anteriormente, o incluso ser ejecutivos que un día se arruinaron o sencillamente gente decente que perdió para siempre el juicio y no quieren regresar a la civilización.

Mucho se ha fantaseado y especulado sobre este grupo de gente, pero algo sí parece claro y es el hecho de que existen y que son más de 5 mil personas las que viven en las catacumbas neoyorquinas, según un estudio elaborado por la Alcaldía en 1989.

Jennifer Toth, una reportera del diario Los Angeles Times, fue una de las primeras en cultivar este mito con su apasionante libro "La Gente Topo".

El mismo está planteado como un reportaje de investigación y describe a estas personas del subsuelo como un grupo humano organizado, una especie de tribu que viven con absoluta normalidad y en silencio bajo la gran ciudad.

También es reseñable la obra de Douglas Preston y Lincoln Child, "Reliquary" aunque a esta sí habría que encuadrarla decididamente dentro del género de la novela de ficción por el tratamiento literario que dibuja.

Jennifer ha recibido las críticas de Joseph Brennan, un experto en las líneas abandonadas del Metro neoyorquino, que reprocha a la escritora la falta de precisión en la descripción de los lugares.

Según replica la autora Jennifer, la inexactitud obedece al hecho de querer proteger a este grupo humano para que puedan seguir sus vidas envueltos en el anonimato que les garantiza su sobrevivencia.

No obstante esa aguda polémica muchos se afanan en alimentar la leyenda urbana y afirman que estas tribus han desarrollado sus propios rasgos culturales y una nueva y más sana estructura social.

Otros aseguran que los hombres del subsuelo son pacíficos y bondadosos y han creado su propio esquema social y político ya que tienen escuelas, alcaldes y de todo lo mismo que existe en la superficie.

Cuentan al parecer incluso con electricidad, "robada" de las líneas eléctricas del Metro y conviven resignadamente con ratas y con cocodrilos de las alcantarillas los que constituyen su principal alimento.

Se trata de familias enteras cuyos hijos, nacidos bajo tierra, nunca han visto la luz del día apunta Pete Samson en su artículo Las Vegas Perdida, publicado en el diario The Sun.

Otros cuentistas alardean de que han convivido con estos raros seres humanos, a los que describen como pálidos y con ojos más sensibles a la luz y aseguran que viven en silencio como si fueran fantasmas solitarios.

En un artículo anónimo titulado Exploración Urbana, se plantea que el Tercer Mundo no es ese lugar distante, enfermizo y destruido que aparece solamente en los brillantes monitores de los televisores del consumidor estadounidense, sino que puede existir ahí mismo, debajo del pavimento por el que transitan todos los días.

(*) El autor es jefe del Departamento de Difusión de Prensa Latina.

Fuente: La Habana, (PL)
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