Es posible reconocer la personalidad de un jefe (de una oficina o tienda) a través de sus empleados. Si éstos son amables y corteses es casi seguro que así será su jefe; al contrario, un empleado displicente y prepotente, imita muchas veces los defectos de su jefe. Por ejemplo, bajo gobiernos autoritarios, los policías se vuelven más abusivos, aún cuando nadie lo ordene.
Es cierto, también, que a veces los empleados logran sobreponerse al mal genio de sus jefes y mantienen un trato amigable con el público. De hecho, no parece creíble que, por ejemplo, los funcionarios de YPFB, donde han pasado cinco presidentes de diferente genio, sean avezados actores de teatro, capaces de interpretar un carácter a cada escándalo petrolero.
Esta reflexión viene al caso a raíz de un percance ocurrido en mi último tránsito por el aeropuerto de Caracas. Es un hecho que, residiendo en Bolivia, se tenga que transitar por otros países para llegar a un destino internacional. Los países suelen promover el tránsito por sus aeropuertos por varias razones: sus ciudadanos disponen de una mayor elección de vuelos, las aerolíneas pagan derechos y combustible; los “transeúntes” compran en las tiendas tipo Eloy Salmón (o sea, sin impuestos) mientras aguardan su conexión. Por eso, se esperaría que las autoridades de esos aeropuertos ofrecieran los mejores servicios a los transeúntes. Pero sucede todo lo contrario.
Normalmente, un pasajero en tránsito debe recorrer kilómetros para desplazarse desde la puerta de llegada a la de salida. Ahora en algunos aeropuertos hay letreros que indican el tiempo restante para alcanzar las puertas de destino: 10, 15 o 20 minutos. Lo que no indican es que esas marcas se logran a paso de maratonista; si uno tiene que cargar o arrastrar bolsos o niños, puede tardar mucho más. Hace tiempo había buses que desplazaban a los pasajeros de una zona a otra. Ahora, por “motivos de seguridad”, los aeropuertos se ahorran los buses, pero no las imprecaciones de los pasajeros.
Volviendo a Caracas, la Guardia Nacional (inspiradora del primer parágrafo de esta columna), aduciendo “políticas de seguridad nacional”, suele revisar todo equipaje en tránsito por ese aeropuerto, como si no hubiera sido inspeccionado en los aeropuertos de origen. Tal vez la Guardia Nacional tenga el derecho y la obligación, por ley, de realizar esa inspección. A lo que no tiene derecho seguramente, o que me desmientan los interesados, es a tomarse el tiempo que le viene en gana, retrasando en muchos casos la salida de los vuelos, con los consiguientes perjuicios, dejando a los pasajeros durante más de una hora en la sala de espera o dentro el mismo avión, sólo, como se dice vulgarmente, por “fregar con jota”. Tal vez es la misma actitud que ha producido, recientemente, la putrefacción de toneladas de alimentos en Puerto Cabello.
Hace una semana, la misma Guardia retuvo, sin motivo, varias maletas de un vuelo en tránsito, incluyendo las mías. Consecuentemente, ésas no pudieron ser embarcadas y me fueran entregadas (íntegras, felizmente) tres días después.
Con estos antecedentes, ¿volveré a elegir un vuelo que tenga conexiones en Caracas? Ni “soñando”, con la tercera letra del alfabeto.
(*) Físico
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