Loading...
Invitado


Domingo 01 de julio de 2018

Portada Principal
Cultural El Duende

La Rabona

01 jul 2018

Antonio Paredes-Candia

¿Fotos en alta resolución?, cámbiate a Premium...

Primera de cuatro partes

(I) En estos últimos años todos presenciamos y somos protagonistas de los muchos cambios que experimenta la sociedad en todas partes del mundo; es probable que esa conjunción de movimientos masivos y acelerados hubiera ocasionado una era crítica en la que existen desequilibrios de concepto, de acción, de ideas y de interpretaciones.

Como es natural, dentro de esos cambios se halla la mujer que en pos de una total emancipación, a pesar de sus congresos parciales y universales, no la ha logrado aún, porque todavía falta remover en las mentes cierta sedimentación de ideas, que sólo se ha clarificar cuando adquiramos nuevos modos de comprender, no la propia vida sino la ajena, dentro de un grupo, de un sector, de un estamento o de una clase en el espacio amplio de la sociedad en su conjunto. Gravitan todavía muchos prejuicios, divisiones, situaciones que, al mantener algún sentimiento de misoneísmo, demoran la penetración de enjuiciamientos que deben producirse despojados totalmente de anacronismos.

Cuando el pensamiento se dirige a estimar las circunstancias en que la mujer asume actitudes de significado social, ese pensamiento tiende a limitarse en el circunscrito campo del grupo dentro del cual estamos ya ubicados, y eso hace difícil para la mayor parte de las personas valorar la actuación de los grupos que son ajenos porque el etnocentrismo, o modo equívoco de traducir lo extraño o insólito, aún persiste en algún grado de hermetismo en la estructura, sea de clase o de jerarquía, que nos obliga a aplicar nuestro típico cartabón a los que consideramos que es una estratificación social de menos valor. Esto es válido en mucho todavía cuando tenemos que enjuiciar las actitudes de la mujer en las diversas áreas donde pervive.

Nosotros hemos heredado de la colonia un sistema de estratos sociales cuya impetrabilidad se mantuvo hasta que concluyó el siglo XIX, y que consistió en ubicar al indio en lo más sumergido de esa escala impidiéndole todo ascenso, en poner sobre él el estrato de lo mestizo, ambos sobre la presión de una clase media, y asentada en la cúspide el escrúpulo pasudo nobiliario que nos dejó como una impronta el sistema de poder y privilegio de esa herencia de falsa segregación étnica, que sólo era permisiva para una movilización horizontal en el parea propia de cada sedimento social. Este fue también un fenómeno universal que se acentuó en el colonialismo ejercido por los países occidentales en el siglo pasado, y que ha dejado vallas todavía resistentes. Quizá encontremos aquí parte de la explicación de que ciertas estructuras dentro de las que la mujer realiza su existencia le permiten cierta promoción en ese ámbito, mas ya no en el ajeno.

Pero, desde comienzos de este siglo la dinámica de las estratificaciones, movida precisamente por el fenómeno de la movilidad vertical, ha quebrado los hermetismos, ha invadido a las capas que se consideraban superiores y se ha trasfundido en ellas.

(II) Creemos necesario este exordio para predisponer una comprensión más humana y justa hacia un personaje que la narrativa histórica la ignora deliberadamente; ese personaje es la mujer anónima que casi nadie la cita ya que el sólo nombrarla podía manchar las epopeyas que parecieran ser privilegio de los hombres, y que en las épocas del siglo pasado era la víctima del mayor desdén porque hasta los preconceptos éticos de esos días prohibían y condenaban la más simple alusión a ella.

Esta mujer que no tiene nombre sino sobrenombre, ha vivido en los episodios más difíciles de nuestra Patria, contribuyendo con su abnegación heroica a formarla; es un ser que está sumido en el silencio del olvido y el anonimato. Ella ha dado su sacrificio, sus sufrimientos y su vida desde que se inició la lucha por la libertad y la independencia, y ha tenido su sitio y la tragedia de su tumba en los hechos más dolorosos de la propia existencia nacional; quedó oculta en los repliegues más recónditos de los avatares que Bolivia padeció en su afanosa necesidad de supervivencia. Quizá con su callado valor se hizo más heroica que las mismas legendarias mujeres de Numancia.

Apareció en cuanto al pueblo formó sus huestes guerrilleras para hostilizar y destruir a las fuerzas militares que sostenían el despotismo; estuvo al lado de los hombres de Manuel Ascencio Padilla y junto a Juana Azurduy, con los combatientes de Warnes, de Moto Méndez, de José Miguel Lanza, de Muñecas y de tantos otros que derrocharon su existencia en luchas sangrientas e incesantes.

Invocamos testimonios y revelaciones de quienes vieron a estas mujeres en una diaria sorpresa, combatir como los hombres en todos los lugares donde la muerte se parapetaba en las breñas, los llanos, en los ríos y en las montañas.

En un extenso y sobrecogedor documento descubierto por Gunnar Mendoza en los archivos históricos que tiene a su cuidado, y que ha denominado "Diario de un soldado de la Independencia Altoperuana en los valles de Sicasica y Ayopaya, del Tambor Mayor Vargas" y que se publicó en 1952, está una parte del heroísmo de esa pobre y admirable mujer cuyo supremo holocausto deseamos que se difunda en la memoria, porque ahora la mente de las generaciones de nuestro siglo ha de reivindicarla.

Mendoza, para ponderar esa lucha guerrillera que no daba cuartel a hombres ni mujeres, dice en algunas partes preliminares a ese "Diario" del Tambor Mayor Vargas:

"La verdad entrañable de la lucha emancipatoria altoperuana, guerra de facciones, callada, opaca, sin cosas ni personas espectaculares, pero al mismo tiempo inexorable, eterna, fatal, cuya grandeza heroica emana paradójicamente de su propia pequeñez". "Si en la facción hay gente de todas partes, la hay también de todas las edades, desde muchachos de 17 años hasta viejos de 70". "En fin, las acciones bélicas no parecen estar restringidas al varón en esta guerra extraña. Y si bien, sin constituir no mucho menos ejemplares como de la famosa amazona patriota doña Juana Azurduy de Padilla, hay encuentros donde queda una mujer muerta, y en otro mueren 16 hombres y dos mujeres". "Serían aquella humildes rabonas o vivanderas, aventuradas junto con la tropa en los riesgosos repliegues de los valles".

Continuará

Para tus amigos: