Muchas veces he meditado, con entera decisión, en lo que significa la pereza. Para definirla habrÃa que seguir la espiral de una molicie interpretativa, un mareo dulce, como un veneno heroico, que culmina con la inanición. Pero, comencemos por decir que la pereza es, por brillante paradoja, la mecánica activa del pensamiento. La quietud es fuente creadora. El producto es hijo legÃtimo de la contemplación.
Pero hablemos del tema de este primer capÃtulo sin demasiados justificativos. Los hombres de letras constituyen signos de interpretación. Bedregal fue un divino perezoso, dueño y señor del estupendo recurso de hacer callar hasta a los relojes para dar paso a la fuerza avasalladora del temperamento. De esta manera delineó su figura y su personalidad en el pandemónium de los cÃrculos literarios de nuestro paÃs.
Este juicio mÃo no tiene falla -porque no lleva en sà equivocada tendencia al manifestarse-. Viene en mi apoyo el precioso decir de Gregorio Reynolds en sus sonetos a la memoria Bedregal:
Hace algunos dÃas, cuando murió Bedregal, mi diario, en una nota muy seria, decÃa que este hombre era como una flor que la ciudad llevaba en el ojal de la solapa.
Y la gracia admirable de aquel estupendo animador criollo rebasaba el contenido de la popularidad.
¿No le conocÃais? Era aquel hombre del monóculo, circular, triunfante en la curva y el peso. Aquel amable charlador que podÃa cautivar la atención de salones parlamentarios, universidades y tabernas. Era el caballero integral que ha habÃa concertado en su alma la cita de la pereza, la gracia y la ironÃa.
Su ausencia en La Paz ha de ser siempre llorada. ¿Dónde está el señor que retornaba, a la hora del meridiano, rodeado de polÃticos, estudiantes, financistas y hasta frailes, de la Universidad al hogar? ¿Dónde está el caballero de gracia cuyas palabras quedaban impresionando permanentemente el ánimo porque rasgaban la oscuridad y rompÃan la telaraña de las cosas establecidas?
En un ambiente que deja gravitar la tristeza indÃgena, la indecisión mestiza y la fuerza telúrica del medio, lo exquisitamente logrado, dentro del temperamento, tenÃa que ser la ironÃa. Bedregal fue su expresión constante y permanente. En las páginas de "La máscara de estuco" las apreciaciones son de tono doloroso, por lo profundamente irónicas.
Juan Francisco Bedregal nos ha dejado el lineamiento de una filosofÃa de amables y cáusticas expresiones. Pudo ahondar más y más en nuestra vida. Pero, inteligente y bondadoso, ha preferido dejarle el tono de la protesta al gran señor de la misma: Don Alcides Arguedas.
En esta virtud, pongo el cintillo de luto sobre la ironÃa aprendida de los maestros para presentarme a oficiar esta charla que ha procurado mantenerse serena y justa, espontánea y cordial, sobre el meridiano oscurecido por la muerte que cobija a Juan Francisco Bedregal.
* Porfirio DÃaz Machicao. La Paz, 1909-1981. Escritor, periodista, biógrafo e historiador.
De: "El Ateneo de los Muertos" 1956.
Fuente: * Porfirio DÃaz Machicao
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