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Domingo 01 de julio de 2018

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Cultural El Duende

El vigía insomne

01 jul 2018

Josep María Barnadas. Historiador boliviano-español (1941-2014), especializado en Historia Colonial boliviana. Doctor en Filosofía y Letras de la Universidad de Sevilla. Los dos artículos que aparecen, forma parte de su libro "El vigía insomne" - 1994

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DE UNA GRAVE TRIBULACI?N DE LOS COMPRADORES DE LIBROS

Si la aparición de la imprenta significó una revolución para la transmisión y difusión de la cultura, en buena parte esto no habría sido posible sin el nacimiento de la forma concreta y moderna del librero, que le fue aparejada. Desde el siglo XV, por tanto, la librería ha venido desempeñando un papel crucial para la vida del libro y el acceso a él; este, además de otros, anexos, como el de acoger distinguidas o anónimas tertulias; o haberse constituido también en núcleo de distribución de noticias o papeles subversivos cuando no se podía hacer por caminos más públicos, etc.

Desde hace un tiempo más o menos largo, una serie de factores ha ido socavando el edificio levantando en torno a la comercialización del libro. Unas veces han sido las renovaciones urbanísticas de la ciudades las que han acabado con locales de rancia tradición; otras, en cambio, un linaje de libreros se ha interrumpido por factores de fuerza mayor, como la falta de sucesión o de amor al oficio en el más tierno retoño; las guerras y otros cataclismos históricos también han aportado con su grano de arena a hacer desaparecer de la faz de la tierra muy acreditadas firmas libreras.

Otro género muy diferente de causas va aparejado con las modernas tendencias generales en el mundo empresarial. Me refiero a los procesos de concentración, dejando malparadas a las pequeñas entidades. O la comprensión de los plazos de circulación del capital invertido en una edición, que han ido acortando el ciclo de vida visible de los libros; pero ha sido, sobre todo, la explosión incontrolable del número de los mismos títulos que se pisan los talones en su alocada e instantánea carrera entre la novedad y su retiro de la vista de los clientes.

¿Dónde está el librero que pueda darse el lujo de mantener unos depósitos faraónicos para alojar tantos millares de títulos? No existe. Ni siquiera restringiéndose al negocio especializado o al refugio del libro serio. Cada nuevo libro tiene derecho a unos pocos días de apretujado asentamiento en escaparates o montones, en los interiores de librerías; luego, espera cierto tiempo en los limbos de las estanterías, hasta que otros más recientes acaban desalojándolo y expulsándolo.

Los efectos que todo ello tiene para este espécimen tan peculiar que es el comprador habitual de libros, son evidentes. Dicho en pocas palabras: cuando acude a una librería, no que sea de postín, para examinar algún título que últimamente ha llamado su atención, cada vez puede predecir con mayor seguridad que la respuesta que recibirá será más o menos esta: "En este momento no lo tenemos; pero lo podemos pedir y estará aquí en quince días" lo que no le dicen, porque ya va sobreentendido, es que si lo piden lo tendrá que comprar. En plata: ¡que tiene que comprar sin conocer la mercancía! Que es como firmar un cheque en blanco?

Y el pobre cliente no puede dejar de preguntarse: ¿para qué sirven las librerías, si cada vez son más numerosos los casos en que lo que ellas hacen ya puede hacérselo uno mismo, escribiendo al editor y solicitando un determinado libro? Es decir, que los libreros están en el derecho camino de convertirse en un eslabón prescindible de la cadena que separa al autor del lector. Me dicen que en los Estados Unidos esta situación ya es la típica (como pude comprobar algo de ello hace más de diez años en Nueva York): los editores venden directamente al cliente final, eliminando la intermediación del librero. Por esta vía, acaso no esté lejos el día en que el librero habitual sea el anticuario, pues el lapso de tiempo de vigencia de las novedades se habrá acortado tanto, que los libros aparecidos el año anterior ya hayan pasado al dominio de los libreros de viejo. Y entonces, ¿recomenzaremos la historia?

Para consolarnos, aquí en Bolivia todavía no hemos entrado en este absurdo túnel. Falta para ello una condición fundamental: la producción no arrasa con la capacidad de almacenamiento. Pero nos resarcimos con otras dificultades propias: en Cochabamba no sabemos lo que sale en Sucre; y en Sucre tampoco nos enteramos de lo que se publica en Santa Cruz; para no hablar de Tarija o Potosí, donde cualquier libro llega a este mundo con la etiqueta de esotérico.

(julio 10 de 1993)

DIVAGACIONES LING?ÍSTICAS

Viviendo como vivimos en una época mediatificada, el uso de la lengua -de cualquier lengua que exista en esas condiciones- se ha tornado sumamente vulnerable a los efectos multiplicadores de todas las emisiones lingüísticas procedentes de los mentados medios de comunicación de masa. Quiero decir que la autoridad de que está investido quienquiera disponga de espacio/tiempo de emisión es, en la actualidad, enorme; y que, por tanto, el carácter benéfico o deformante de su influencia no depende de otra cosa que de su propio contenido. En cambio, lo que está fuera de toda discusión es que su influjo resulta determinante para miles y miles de hablantes (pero antes: oyentes).

Si no fuera así, uno podría hacerse el sordo a propósito de una serie de construcciones o locuciones que han tomado carta de ciudadanía entre nosotros; y algunas, desde fechas muy recientes. Voy a señalar unas pocas, pues ya puede entenderse que no cabe la pretensión de exhaustividad.

¿Quién no ha oído alguna o muchas veces, yuxtapuestas, las dos palabras "aún, todavía"? se trata de dos sinónimos, que pueden tener carácter temporal o modal, en todo caso, basta con uno de los dos; nunca hacen falta ambos juntos. Y esto lo diga quien lo diga.

Algo parecido cabría observar de una muletilla que ha obtenido un éxito incomprensiblemente generalizado. Me refiero a frases como la siguiente: "hace cinco meses atrás". La incorrección reside en el recurso superfluo a dos construcciones: o bien nos decidimos por decir "hace cinco meses" o bien preferimos la construcción "cinco meses atrás". Una y otra son igualmente correctas e impecables; pero no lo es su reunión, sobrante.

Un tercer pleonasmo innecesario aparece en la construcción "pero sin embargo", también muy socorrida en cualquier tipo de hablantes y de emisores. Son dos conjunciones adversativas, que cumplen la misma función; luego cada una se basta y sobra por sí misma, sin que haga falta reunir sus fuerzas.

Que pululen estos excesos semánticos y sintácticos denuncia una realidad que considero grave; y no por sí misma, sino por su valor de indicio: la pérdida del sentido y de la función de cada término; el que cualquier lengua disponga de diversas alternativas, más o menos equivalentes, para expresar lo que se desea expresar, no quiere decir que haya que recurrir a toda la batería léxica para construir una frase.

Hay, también muy frecuente, una forma de construir el adjetivo de lugar "dentro" que infringe asimismo las exigencias intrínsecas del español: se dice con demasiada frecuencia "dentro cuatro meses" o "dentro el marco de la ley"; lo incorrecto, aquí, no es la sobra sino la falta de un elemento: la preposición "de", con la que las frases propuestas se transforman en las otras siguientes: "dentro de cuatro meses" y "dentro del marco de la ley".

Ya a título casi de simple curiosidad, uno se pregunta qué idea se había hecho de la lengua quien acuñó aquella desgraciadísima etiqueta, tan habitual por referirse a la genial y efímera obra del Mariscal Andrés de Santa Cruz, que nos habla de la Confederación "Perú-Boliviana", el lugar de construir como Dios manda los dos adjetivos calificativos, en cuyo caso hablaríamos de la "Confederación Peruano-Boliviana" (o Boliviano-Peruana)". Si uno quiere empeñarse en hablar de "Perú", entonces que la rebautice con el nombre de "Confederación (de) Perú-Bolivia". Que esta malformación va más allá de la confederación crucista, lo demuestra el título del libro de J. Durand, que reza Etimologías Perú-Bolivianas, publicado en La Paz el año 1920.

Todos estos casos merecerían una decidida campaña correctiva por parte de los mismos medios de comunicación que tanto han contribuido a su desgraciada difusión; lo mismo cabría decir de maestros y profesores, ¿O tenemos que resignarnos a que estos poderosos difusores sólo contribuyan al descastamiento del habla?

(septiembre 11 de 1993)

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