El sol parecÃa quemar por encima de los uniformados con cascos de PolicÃa Militar, que con rostro firme trataban de ocultar la preocupación que los embargaba al ver su vida en peligro. Una muchedumbre de unas 800 personas querÃa tomar por asalto el edificio municipal que servÃa para todos los servicios públicos de la localidad.
Prefectura, AlcaldÃa y PolicÃa compartÃan la vieja casona donde la casi inexistente fuerza del orden tenÃa en su infame e inseguro calabozo a la protagonista principal del entuerto.
Un novel Subteniente con menos de un año de ejercicio estaba a cargo de 28 muchachos de menos de 18 años y su responsabilidad era mantener un orden que se desmoronaba como un castillo de naipes que con 41 grados a la sombra parecÃa que primero se iban a quemar.
¿De cómo ese casi millar de personas estaban reunidas aquel medio dÃa tratando de que todo acabe en una carnicerÃa?
El oriente boliviano a partir de los años 80 comenzó a recibir la migración de los primeros occidentales que en lugar de irse al Brasil o la Argentina, apostaron por los nuevos derroteros en sus propia Patria y Santa Cruz era el lugar ideal. Su economÃa aún incipiente, estaba abierta a nuevos capitales, pero sobre todo, nuevas formas de hacer comercio.
San MatÃas el año 1993 era una población en el punto más septentrional del enorme departamento cruceño con no más de 10.000 habitantes y con una dinámica mercante dominada por los "collitas", que apostados en las dos avenidas principales del pueblo, eran los referentes del comercio en ese hermoso pueblo, que pese a ser terriblemente influenciado por la cultura brasilera, reivindica intensa y apasionadamente su origen boliviano.
Una de estas comerciantes de raÃces paceñas, tenÃa como empleado a un niño de 10 años para que le ayude con la mercaderÃa, acomode sus productos y sea su aliado en las ventas. El "pelado" se ganó la confianza de su patrona de a poco y cada vez la relación laboral era más suelta.
Los entretelones nunca llegaron a aclararse, pero la historia popular decÃa que el muchacho se habÃa robado un par de "chinelas" de la tienda y que la dueña al verse sorprendida en su buena fe, quiso darle una lección al niño y para tal propósito no tuvo mejor idea que darle una paliza con un "quimsa charani" al estilo de cómo se castiga en el altiplano paceño.
En San MatÃas (y me parece que en cualquier pueblo pequeño) los rumores corren como reguero de pólvora y a las 10 de la mañana, media población ya estaba alertada de lo que pasó. La PolicÃa con sus únicos 3 efectivos, detuvo a la sindicada y la trasladó a la pequeña e insegura celda de esa casa en la esquina de la plaza principal.
Los compañeritos de curso del difunto salieron encabezados por las monjitas de la escuela en una marcha de protesta pidiendo respeto a la vida de los niños, pero impensadamente, la gente se sumó a esa pacÃfica protesta y muy pronto el griterÃo subió de tono y como pasa con el gentÃo, bastó que una voz pida la cabeza de la "asesina" para que se transforme en clamor popular.
Pero no contó con la indignación de la población que con el sol encima solo recalentaba su bronca y de un simple pedido pasó a una exigencia seria de hacer justicia con mano propia, y el deseo de colgar a la "chola" en un árbol de plaza era cada vez más crÃtica.
Una amiga del oficial se hizo campo entre la gente y se acercó al militar que se veÃa firme en su vigilancia, pero que por dentro cargaba mucho temor, sobre todo por los soldados a su mando y porque su pedido de refuerzos no hacia oÃdos en su Comandancia hacÃa más de una hora. Se le acercó al oÃdo y le dijo: Váyase, salve su vida y la de sus soldados, usted no tiene nada que hacer acá. No queremos su cabeza sino la de la "colla", pero si no se retira, a nadie le va a importar colgarlo a usted más.
De pronto, la plaza ya está poblada por más de 500 personas y muchas de ellas ya llegaban alcoholizadas, el tumulto ya era casi incontrolable como el sudor que caÃa de la frente de los vigilantes que no recibÃan ni órdenes ni auxilio. La situación se volvió más que crÃtica cuando al fondo de la muchedumbre dos antorchas empezaban a despedir humo negro mostrando las claras intenciones de esos desubicados.
Pero como si fuera un milagro (aunque es lo más tÃpico de los medio dÃas del pantanal), el cielo se oscureció en cuestión de minutos y como si Dios hubiera escuchado las oraciones de auxilio de aquel subteniente, San Pedro soltó tal cantidad de agua sobre ese sector que parecÃa que hubiera vaciado una cisterna divina sobre San MatÃas.
La gente salió despavorida a buscar refugio bajo los enormes mangales de esa plaza y el militar aprovechó para junto a dos soldados valientes, entrar a la celda, disfrazar a la acusada de PM y por una ventana sacarla rumbo al cuartel para salvar su vida.
Ante semejante situación, a muchos de sus habitantes, no les toca otra que hacer lo único que les queda hacer, vivir del contrabando o peor del narcotráfico que aprovecha ese sector como una de las mejores rutas para llevar su veneno hacia el Brasil.
No es culpa de sus pobladores, es lo abandonados que se sienten por un Estado que no existe en ese recóndito lugar, por eso es que cuando se enoja su gente, explota, pero explota de verdad y no mide las consecuencias, las cuales pueden ser realmente trágicas como el pasado martes, o como pudo ser en aquella ya tan distante oportunidad.
Si encima la policÃa no es capaz de dar una declaración realmente profesional de lo que aconteció con el muchacho de 17 años, muerto por un proyectil de la policÃa que pudo apuntar a las llantas en lugar de la persona, o con un Ministro de Gobierno que trata de justificar la muerte del joven con una acusación de violación (como si esa hubiera sido la razón del disparo) solamente le echan más fuego a la hoguera en lugar de reflexionar y darle a un lugar tan maravilloso como esa punta septentrional boliviana las mejores condiciones económicas para su desarrollo.
(*) Paceño, stronguista y liberal.
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