Viernes 25 de junio de 2010
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Hay que tomarse en serio lo de rendir cuentas. Todo el mundo tiene que hacerlo. Que sea como un propósito de enmienda. Lo de las cuentas claras y el chocolate espeso hay que forjarlo a ser activo real, cueste lo que cueste, todavía no se ha dispuesto a pesar de tantos avances, y es importante que sepamos proponer a las generaciones venideras que la verdadera realización personal no se logra a cualquier precio, sino ajustando cuentas verdaderas y registrando hechos certeros. El éxito no se lo tienen por qué llevar siempre los fuertes y el fracaso los débiles. Pienso que ha llegado el momento de poner orden en la contabilidad existencial, de no excluir a nadie, y de que los poderosos rindan también cuentas ante los más vulnerables.
En lo de rendir cuentas hay que asentar cimientos morales. El célebre pensador José Ortega y Gasset, rubricó el fundamento de necesidad como nadie: "con la moral corregimos los errores de nuestros instintos, y con el amor los errores de nuestra moral". Tan corrupto es el servidor público que mete la mano en la caja como el que derrocha los caudales. Los costos recaen sobre los ciudadanos a los que se les resta recursos, sus recursos, que se sustraen ilícitamente a la economía, a la producción, y también a las políticas sociales. Ahora, por culpa de estos despilfarros, miles de millares de personas quedan marginadas a diario y sin futuro, por no habérsele exigido responsabilidad y transparencia al político de turno a la hora de presentar balances.