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Domingo 17 de junio de 2018

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Cultural El Duende

Huasipungo

17 jun 2018

Agustín Cueva

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Mil novecientos treinta y cuatro es el año en que Icaza se consagra definitivamente con Huasipungo, novela a la que se intenta condenar al olvido, pero que sin embargo, termina por causar revuelo e indignación en los retrógrados círculos literarios, políticos y aun gubernamentales de su patria, una vez que ha obtenido el premio latinoamericano de novela y empieza a difundirse rápidamente por el mundo, traducida a infinidad de idiomas.

El argumento de Huasipungo no puede ser más simple ni su lenguaje más directo; pero en esas características reside, precisamente, el secreto de la grandeza de esta obra, en la que hay escarnio, sátira, sarcasmo, improperio, imprecación, maldición, blasfemia, palabras como dardos quemantes contra la mentira de los hombres...

Empieza la novela de la manera más trivial del mundo, con una referencia a las preocupaciones del latifundista Alfonso Pereira, cuya hija se encuentra encinta sin ser casada. Además, el terrateniente ha contraído algunas deudas, situación de la que aprovecha su tío, el usurero Julio Pereira, para convencerlo de que se asocie con Míster Chapy para la explotación de recursos forestales. La condición impuesta por el yanqui consiste en que se hagan ciertas obras e instalaciones en Cuchitambo, hacienda de Alfonso Pereira, quien se compromete a realizarlas justamente en el lugar ocupado por los huasipungos, o sea en las pequeñas parcelas que se suelen entregar en el Ecuador a los indios, para que a cambio de usufructuarias trabajen como siervos en las haciendas.

Tal el antecedente inmediato de la tragedia. Antes de proceder al despojo de los huasipungueros, Pereira emprende la construcción de una carretera que facilite la comercialización de la madera, y naturalmente son los indios quienes tienen que efectuar los trabajos correspondientes. Cualesquiera resistencia que ellos hubieran podido ofrecer, ha sido evitada a tiempo por el señor cura, "santo varón", encargado de convencerles de que se sacrifiquen en aras del progreso y de la salvación eterna. Así que se inician las mingas (nombre que recibe en el Ecuador el trabajo colectivo y gratuito de los indígenas), y con ellas, el vía crucis de la población campesina.

En un clima inclemente, con lluvias intensas y frío andino, los aborígenes son obligados a trabajar sin descanso, manejados a látigo y embrutecidos con altas dosis de aguardiente. Muchos trabajadores mueren, sobre todo durante la desecación de un pantano; pero el latifundista sale con la suya y la carretera se termina. La primera evidencia del progreso prometido no tarda en llegar, concretada en el camión adquirido por el señor cura para negocio, y gracias al cual caen en la desocupación infinidad de arrieros... Pero quedan todavía por hacerse las instalaciones en la hacienda; es decir, se acerca el momento crucial en que los huasipungueros serán despojados de sus parcelas. Como era de esperarse, los indios se aferran a ellas en desesperado movimiento de supervivencia; de modo que al latifundista no le resta, dentro de su lógica de gamonal, otro camino que el de recurrir al empleo abierto de la fuerza. Las ametralladoras vienen entonces a poner punto final en el asunto, sembrando la muerte entre los indios, quienes, desparramados por montes, laderas y quebradas, protegidos por el débil abrigo de los chaparros, lanzan su angustiado grito de protesta: "�uqanchej huasipungo" (EI huasipungo es nuestro).

He ahí "el esquema argumental de la obra, que se completa con una serie de escenas destinadas a detallar el fresco de la tragedia indígena. Hay episodios terriblemente crueles, como aquel en que la creciente destruye las chozas miserables de los aborígenes, quienes imbuidos por el sacerdote de una religiosidad primitiva, atribuyen su desgracia al castigo divino por las irreverencias de Cabascango para con "taita curita". El infeliz reo muere apaleado por sus propios compañeros.

Igualmente impresionante es el flagelamiento de Andrés Chiliquinga (héroe simbólico de este drama cuyo verdadero protagonista es el pueblo indio), en el patio de la hacienda, en castigo por haberse robado una res del latifundio para pagar los servicios del cura. Y lo mismo puede decirse de la escena de la res muerta y los paupérrimos campesinos que se disputan la carne descompuesta del animal. Pero, por su patetismo desgarrador y concreto, se destaca entre todos los pasajes en que Icaza relata la agonía y el fallecimiento de la Cunshi, hecho ocurrido precisamente como consecuencia de la ingestión de carne podrida. Este episodio culmina con el lamento por la muerte de la Cunshi, que es una de las páginas más bellas de la literatura ecuatoriana.

Con toda razón, Francisco Ferrándiz Alborz escribe las siguientes observaciones sobre Huasipungo:

"No nos seduce en él el argumento sino el ser de los hombres. Lo que hacen se resuelve en epigramas más o menos sangrientos y odiosos, pero lo que prevalece en ellos es la esencia de las personalidades, no individuales sino colectivas. El gamonal es la esencia del gamonalismo; el gringo es la esencia de la despreocupación respecto de los hombres, porque lo que importa es el dinero; los indios son en ellos mismos, en su condición de masa, algo informe que vibra aún por concepto de reacción colectiva.

Quien quiera leer Huasipungo como una novela más, argumento idílico o trágico de unos personajes, quedará decepcionado, porque Huasipungo no es una novela al uso sino un poema, desmesuradamente poemático, pues el dolor de sus hombres rebasa los límites de la palabra para convertirse en grito y miedo de gritar para no seguir viviendo en el grito".

* Agustín Cueva. Sociólogo y

ensayista ecuatoriano (1937).

De: "Lecturas y rupturas. Ensayos sociológicos"

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