La fiesta siempre se apaga y seguimos solos. Si el amor fuera tan fácil como comprar sombreros, pinceles y calentadores de gas, nuestras deudas no serÃan una larga lista de fracasos y despedidas. ¿Cuántas veces te dejaron con la mano extendida en un baile de besos?
Una cuenta de hospital se paga con la venta de tres cuadros, la cuenta de un corazón roto, la pagamos con la vida.
CARTA A ALEJANDRA PIZARNIK
El hastÃo por un padre, una madre y una hermana, condenados a los buenos modales. Demonio oculto bajo un rostro agrietado por la juventud o ángel incomprendido buscando la libertad en una habitación cubierta de sombras y fotografÃas.
Sartre y las anfetaminas. Sasha, Flora, Buma, Blumita o BlÃmile o todas juntas desangrándose en las páginas. Una cajetilla tras otra consumida a escondidas. Olga, Liz, Julio y Bretón. El reposo en un pecho de cuarenta, el deseo ausente en una boca de veinte, el amor como náufrago, la soledad como gobierno.
Alejandra, tu nombre ensordece, puedes estar tranquila, dejaste de ser esa pregunta tartamuda, rebotando en un abismo.
CARTA A DACIA MARAINI
Tus noches de fin de año llegaron como el verbo que conjugaba el tiempo en el que viajábamos en casa. Fue difÃcil escapar de ese cuadro que pintabas con tus palabras. Ese espacio blanco cubierto de agua rota y cuellos torcidos.
Llegaste con tus noches de fin de año y tu dragón de oro, para recordarnos que estos últimos dÃas en casa han sido un largo y sostenido gemido de dolor. La música de mi madre y su cáncer, con su colección de cajas de hidromorfona y dextrosa. Ella que ya no habla, no se mueve, no mira con amor.
Mi madre, esa herida en la que todos hemos ido cayendo.
Diana Carolina Daza Astudillo. Colombia, 1980
De: AntologÃa "21° Encuentro Internacional de Poetas", 2017.
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