Las vidas de estos dos nuevos santos muestran claramente que para la renovación de la Iglesia es esencial celebrar la EucaristÃa con sinceridad. Esto incluye necesariamente la opción preferencial por los pobres, asumida en forma personal y comunitaria como fruto de la participación en la santa Misa. Cada comunidad, dentro de su contexto social histórico y según sus posibilidades reales, tiene que plantearse el problema y periódicamente elaborar un programa para poner en práctica la condición exigida por Jesús en el Evangelio: "Si quieres ser perfecto, ve y vende lo que posees y da a los pobres, y tendrás tesoro en los cielos; y ven, sÃgueme (Mt 19, 21).
La celebración eucarÃstica, quicio y fundamento de la religión cristiana, no puede ser reducida a un acto de culto semanal obligatorio, ya que, en cuanto memorial del único sacrificio de Jesucristo, simboliza y actualiza la Alianza nueva y eterna que Dios ofrece cada vez que se realiza la Santa Misa. En ella se vive ya de manera real, aunque sacramental, la plena comunión de la familia humana con la Familia Divina Trinitaria. Por ello la comunión fraterna, con su compromiso de liberación económica, social y polÃtica de los más pobres y oprimidos, constituye una dimensión ineludible necesaria para la misma autenticidad y credibilidad de la comunión eucarÃstica.
Evidentemente antes de tomar una medida pastoral drástica es preciso ofrecer una catequesis gradual y paulatina que despierte en la comunidad la vocación a la que Jesús nos llama para seguirle y socorrerle en los más pobres y necesitados. Por eso toda imposición radical está condenada al fracaso.
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