Julián del Casal y de la Lastra. Escritor y poeta. Uno de los máximos exponentes del Modernismo. Nació en La Habana el 7 de noviembre de 1863. Falleció súbitamente la tarde del 21 de octubre de 1893 en la sobremesa de una familia amiga, por la rotura de un aneurisma producido por un ataque de risa. Su obra ha sido recogida en Poesía completa y prosa selecta, 2013
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Autorretrato
Nací en Cuba. El sendero de la vida
firme atravieso, con ligero paso,
sin que encorve mi espalda vigorosa
la carga abrumadora de los años.
Al pasar por las verdes alamedas,
cogido tiernamente de la mano,
mientras cortaba las fragantes flores
o bebía la lumbre de los astros,
Vi la Muerte, cual pérfido bandido,
abalanzarse rauda ante mi paso
y herir a mis amantes compañeros,
dejándome, en el mundo, solitario.
¡Cuán difícil me fue marchar sin guía!
¡Cuántos escollos ante mí se alzaron!
¡Cuán ásperas hallé todas las cuestas!
Y ¡cuán lóbregos todos los espacios!
¡Cuántas veces la estrella matutina
alumbró, con fulgores argentados,
la huella ensangrentada que mi planta
iba dejando, en los desiertos campos,
recorridos en noches tormentosas,
entre el fragor horrísono del rayo,
bajo las gotas frías de la lluvia
y a la luz funeral de los relámpagos!
Mi juventud, herida ya de muerte,
empieza a agonizar entre mis brazos,
sin que la puedan reanimar mis besos,
sin que la puedan consolar mis cantos.
Y al ver, en su semblante cadavérico,
de sus pupilas el fulgor opaco
-igual al de un espejo en bruñido-,
siento que el corazón sube a mis labios,
cual si en mi pecho la rodilla hincara
joven titán de miembros acerados.
Para olvidar entonces las tristezas
que, como nube de voraces pájaros
al fruto de oro entre las verdes ramas,
dejan mi corazón despedazado,
refúgiome del Arte en los misterios
o de la hermosa Aspasia entre los brazos.
Guardo siempre, en el fondo de mi alma,
cual hostia blanca en cáliz cincelado,
la purísima fe de mis mayores,
que por ella, en los tiempos legendarios,
subieron a la pira del martirio,
con su firmeza heroica de cristianos,
la esperanza del cielo en las miradas
y el perdón generoso entre los labios.
Mi espíritu, voluble y enfermizo,
lleno de la nostalgia del pasado,
ora ansía el rumor de las batallas,
ora la paz de silencioso claustro,
hasta que pueda despojarse un día
-como un mendigo del postrer andrajo-,
del pesar que dejaron en su seno
los difuntos ensueños abortados.
Indiferente a todo lo visible,
ni el mal me atrae, ni ante el bien me extasío,
como si dentro de mi ser llevara
el cadáver de un Dios, ¡de mi entusiasmo!
Libre de abrumadoras ambiciones,
soporto de la vida el rudo fardo,
porque me alienta el formidable orgullo
de vivir, ni envidioso ni envidiado,
persiguiendo fantásticas visiones,
mientras se arrastran otros por el fango
para extraer un átomo de oro
del fondo pestilente de un pantano.
El arte
Cuando la vida, como fardo inmenso,
pesa sobre el espíritu cansado
y ante el último Dios flota quemado
el postrer grano de fragante incienso;
Cuando probamos, con afán intenso,
de todo amargo fruto envenenado
y el hastío, con rostro enmascarado,
nos sale al paso en el camino extenso;
El alma grande, solitaria y pura
que la mezquina realidad desdeña,
halla en el Arte dichas ignoradas,
Como el alción, en fría noche oscura,
asilo busca en la musgosa peña
que inunda el mar azul de olas plateadas.
Soneto
Abierta al viento la turgente vela
y las rojas banderas desplegadas,
cruza el barco las ondas azuladas,
dejando atrás fosforescente estela.
El sol, como lumínica rodela,
aparece entre nubes nacaradas,
y el pez, bajo las ondas sosegadas,
como flecha de plata raudo vuela.
¿Volveré? ¡Quién lo sabe! Me acompaña
por el largo sendero recorrido
la muda soledad del frío polo.
¿Qué me importa vivir en tierra extraña
o en la patria infeliz en que he nacido
si en cualquier parte he de encontrarme solo?
"El sitio que Julián del Casal ocupa dentro de este proceso de ruptura que aspira a integrar una continuidad es, sin duda alguna, singularísimo y aun contradictorio. Su voz no se inscribe en el amplio coro de nuestra poesía patriótica, a pesar de haber denunciado "los golpes estridentes / del látigo que suena todavía"; la naturaleza del país, llevada a pianos simbólicos por sus predecesores, le resultó ajena, cuando no la repudió francamente; la mujer, como realidad y como sujeto poético sólo representó para él "focos de hastío". Pero "aquel fino espíritu, aquel cariño medroso y tierno" que, al decir de José Martí, caracterizaron al poeta, constituyen uno de los más acendrados signos de la cultura cubana". Emilio de Armas.
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