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He pensado que para mà el trabajar como yo lo hago, no es traumático ni complejo. Si bien es cierto que a nadie le gusta este oficio, yo me considero algo asà como un carnicero, porque, la final, es precisamente la carne lo que pasa entre mis manos.
Mi horario de labor es de doce horas continuas, y no puedo descansar un fin de semana o un dÃa feriado -aunque puedo hacerlo-, porque por ahà sucede algo importante, y por descansar, yo me puedo perder algunos pesitos.
La mÃa no es una labor muy cómoda que digamos, pero tiene algunas satisfacciones que de cuando en cuando le dan un dulce sabor al trabajo, y que si bien no es mucho lo que se gana, algo es algo.
Por ejemplo, ayer (creo que al medio dÃa, trajeron los restos de una cholita de unos veintitantos años de edad, a la que habÃan sacado del fondo de un barranco, lugar al que habrÃa ido a parar presumiblemente por problemas sentimentales. Si bien no la encontraron en posición de cubito dorsal, estaba hecha mierda, porque durante la caÃda su cuerpo habrÃa chocado repetidas veces contra las salientes del barranco, que al llegar al fondo, de la cholita no quedaba casi nada.
Con el tiempo uno llega a encariñarse con los muertitos, porque -aparte de sus familiares y conocidos- nadie más se acuerda de ellos; y muchas veces he sentido tristeza cuando nadie viene a reclamar por uno de ellos. Se siente como si el corazón se nos rompiese en pedacitos, pues ellos están abandonados y no tienen siquiera un perrito que les aúlle a manera de despedirlos cuando sus almas ya han abandonado para siempre este mundo.
Mi abuelo fue traficante de ganado en el altiplano. Mi padre era carnicero del mercado lanza, y un dÃa, en el matadero, la conoció a mi mamá mientras ella lavaba los intestinos de una vaca a la que habÃan hecho feliz rato antes; y que tras mirarse entre ambos y darse cuenta de que estaban hechos el uno encima de la otra, se dieron la mano, y ese saludo -gracias a la vaca- quedó sellado con sangre.
(Mi hermanita mayor vende menudencias en el mercado RodrÃguez, y mi hermana menor reparte fiambres y embutidos en friales y almacenes).
Una de las cosas que no entiendo -perdón por la confianza- es que no puedo estar tranquilo si por lo menos dos veces al dÃa no me pierdo entremedio de las polleras de una chola cualquiera. Actualmente yo vivo con tres de ellas; a pesar de que a cada una le doy su cuota diaria de cariños (cama de por medio), en cuanto miro un par de caderas que hacen bailar una pollera al compás de su meneo, el diablo se me encorajina dentro de mis pantalones y pierdo la calma. No estoy tranquilo mientras mis manos no recorran aquellas carnes sedientas de lujuria y pecado, y mis jadeos no se pierdan en los labios de la chola elegida, al tiempo que los resortes de mi camastro rechinan como lamentos de talabartero.
Asà como les iba contando, ese asunto de las polleras me tiene tan loco, que a veces pienso que cuando estoy encima de mi cama, todo el relajo lo realizo maquinalmente, y que más que a un semental me asemejo a un robot, ya que todas esas cosas las realizo casi automáticamente, o como si estuviera supeditado a un libreto: hablarle a ella, convencerla, llevarla hasta mi cuarto, trancar la puerta, desvestirla, desvestirme, acostarnos, funcionar. Acabada la función, vestirnos, dale unos pesos, acompañarla hasta la esquina, chau; mirar otras polleras�
(Alguien la habÃa llamado con ese nombre, no recuerdo dónde ni cuándo, y al ver que ella atendÃa prestamente dicho llamado, me di cuenta que mi hechicera llevaba nombre tan lindo)
La trajeron porque el guion que dirigÃa su vida lo habÃa roto antes de deshojar la segunda página, y, cuando vi su cuerpo sin vida y bellamente hermoso en sus 16 años, comprendà que mi orgullo no iba a permitir que la desnutrida muerte me fuese a quitar aquello que mis noches de insomnio habÃan labrado con tanto dolor y desengaño.
VÃctor Hugo Viscarra. La Paz, 1958 - 2006. Escritor y narrador
De: "Cuentos de VÃctor Hugo"
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