Sábado 02 de junio de 2018
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En los últimos días surgieron innumerables insinuaciones en torno a la suerte que debería correr el futuro del estrafalario edificio construido en el mero centro de nuestra bella La Paz, sugiriendo incluso que debería servir como palacio de gobierno, sustituyendo a la histórica casona que ha cumplido tales funciones desde hace 459 años, cuando comenzó su construcción y, según los historiadores, es la depositaria de centenares de gestas históricas, como el haber albergado la cárcel desde donde saliera Pedro Domingo Murillo al cadalso situado en la plaza donde fue ahorcado, el 29 de enero de 1810. Asimismo, fue la residencia donde fue alojado el Libertador Simón Bolívar en su arribo a La Paz en agosto de 1825, y muchísimos otros fastos insoslayables de nuestra historia patria. Entonces, ¿Cómo podríamos permanecer indiferentes sin brindar nuestras sugerencias, para hacer que dicho mamotreto sirva de algo?
Es menester convenir en que todas las reacciones negativas que ha despertado la construcción de ese adefesio se deben, primeramente, a razones estéticas y luego, a términos de la funcionalidad que debería cumplir su existencia, pues la construcción en curso de una ostentosa sede gubernamental mal llamada Casa Grande del Pueblo, cuyo costo excede los 36 millones de dólares y con una desafección absoluta a lo que se considera el pasado colonial, es un emprendimiento tan chabacano que, su entronización detrás de los monumentos más emblemáticos de nuestra plaza de armas como: la Catedral, el Palacio de Gobierno y el Palacio Legislativo, es como pretender instalar una puerta de vidrio Ray-Ban, en la Puerta del Sol en Tiwanaku.