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Pecados de omisión - Periódico La Patria (Oruro - Bolivia)
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Martes 29 de mayo de 2018

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Martes 29 de mayo de 2018
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Editorial y opiniones

Pecados de omisión

29 may 2018

Germán Mazuelo-Leytón

«Yo no hago pecados», afirman muchos ingenuos que se creen ángeles, pero deberían añadir, «tampoco hago lo que debo hacer». Es decir sí cometo pecados, llamados de omisión.

Un gravísimo error de muchos cristianos es el de dar poca o ninguna importancia a los pecados de omisión, sin embargo son los más frecuentes.

Siempre que conscientemente dejamos de hacer sin causa legítima un bien que de alguna manera debiéramos practicar, cometemos un pecado de omisión. Cosa notable, siempre que Jesús habla en el Evangelio de la reprobación o condenación eterna, la atribuye a pecados de omisión, al siervo inútil perezoso y malvado a quien manda arrojar a las tinieblas exteriores, lo hace no porque haya malgastado el talento que se le confió, sino porque no lo hizo fructificar como los otros siervos. Pecado de omisión.

A la higuera estéril la maldice Cristo, no porque hubiera producido malos frutos, sino porque no los había producido ni buenos. Pecado de omisión.

A las vírgenes necias no les cierra las puertas del banquete nupcial por su vida desordenada, puesto que eran vírgenes y amigas del esposo, sino porque no llevaron provisión suficiente de aceite símbolo de la caridad. Pecado de omisión.

Y la sentencia del Juicio Final: dirá Jesús Juez Supremo a los condenados: «apartaos de Mí, malditos al fuego eterno, porque tuve hambre y no disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, estuve peregrino y no me hospedasteis, desnudo y no me vestisteis, enfermo y no me visitasteis».

Es decir que Dios da como causa manifiesta de la condenación, la falta de las buenas obras. Pecados de omisión.

La omisión es consecuencia de la pereza, del abandono, del olvido de Dios, y de la creencia de que nadie debe dar cuenta de lo que no ha hecho. El campesino que no adereza el terreno ni siembra, no espera cosecha; el pescador que posee un buen equipo de pesca y una gasolinera ligera, pero que permanece en su hamaca no puede hacer ni un solo pez; el atleta que no pone pie en la pista donde se verifica la carrera, no puede merecer galardón alguno y el cristiano que omite el cumplimiento de sus obligaciones, no alcanzará la cosecha del Reino de los Cielos. Podrá decir en su ingenuidad, «pero si yo no hice nada malo», más el Señor le responderá: no hiciste nada malo, pero bastante malo es no hacer lo bueno que te correspondía.

Si el pecado de omisión es corriente en todas partes, en Bolivia país de harta pereza es el que más empuja a los hombres a su condenación.

Por otra parte, existen almas piadosas, que se estremecen en cuanto oyen una crítica a la Iglesia, a sus hombres, a sus instituciones, creen que toda denuncia dentro de la Iglesia es injusta, no conocen el Evangelio.

En la parábola de Buen Samaritano, Jesús criticaba negativamente, la actitud de un sacerdote y de un levita, los dos consagrados al servicio exclusivo de Dios. Y San Mateo escribe las protestas y denuncias de Jesús contra los responsables del culto y del templo, fariseos, a los que llama hipócritas, ladrones, mentirosos, orgullosos, guías de ciegos, limpios por fuera para atraer a la gente, pero podridos por dentro, serpientes y algunos epítetos más.

Era una dura crítica a los dirigentes religiosos de su tiempo, y Pedro echará en cara al Sanedrín, la máxima autoridad religiosa de Israel, que fuera el principal asesino de Cristo.

El cardenal español Vicente Enrique y Tarancón, escribió sobre la crítica útil y necesaria. Son muy útiles sus afirmaciones: «Los cristianos de a pie, como se dice comúnmente, y los distintos grupos de creyentes que existen en la Iglesia, tienen algo que decir respecto a la vida y a la actuación de la Iglesia, y que la crítica es una nota propia de la comunidad eclesial, que como todas las sociedades (Es frase de Pío XII), ha de tener opinión pública que puede y debe manifestarse libremente».

Es verdad que la crítica dentro de la Iglesia ha de hacerse a partir del Evangelio y con espíritu evangélico.

Ni la agresividad, menos aún la violencia, ni la arrogancia, que incluye falta de humildad, pueden caber en esta crítica.

San Francisco de Asís, Santa Catalina, Santa Teresa, y tantos otros cristianos que la Iglesia ha canonizado son ejemplos magníficos de la actitud crítica cristiana. Pero nos hemos de convencer de que la crítica no es tan sólo conveniente, sino necesaria en la Iglesia.

El Espíritu Santo se sirve de ella, para despertar a los dormidos, y para estimular a los cobardes. ¿Por qué pues ese recelo instintivo de muchos a cualquier actitud crítica que surge en el Pueblo de Dios?

El Evangelio es para todos los creyentes una interpelación continua y permanente. Los que tienen responsabilidades públicas pueden dejarse engañar fácilmente por un criterio de seguridad que facilita su misión, por eso necesitan que lleguen hasta ellos, las sugerencias e iniciativas, también las inconformidades que surgen en el Pueblo de Dios.

Ahogándolas o desacreditándolas no se consigue nada, aumentar si acaso, el malestar, porque aunque en determinadas ocasiones reflejen actitudes personalistas y excluyentes, contienen un sol de verdad, un rayo de luz que sería conveniente recoger.

Tuvo toda la razón el cardenal Tarancón, y añadimos, ¿Por qué esas mismas protestas aunque manchadas quizá de apatía o ceguera, no han de ser para la Iglesia un aviso claro del Espíritu Santo?

german_mazuelo_leyton@yahoo.com¡

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