Miercoles 23 de junio de 2010

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El pueblo elegido tuvo tiempos de esplendor cuando supo atender los mandatos divinos. Los frutos de la alianza: agradecimiento y obediencia, llenaban de gozo a todo el pueblo. Y hubo otros tiempos de sombras, de reflexión, de arrepentimiento.
Así sucedió en los tiempos del rey Josías, cuando el sacerdote Helcías encontró, en algún rincón del templo, el libro de la ley. Y lo leyó, y se alarmó, porque el pueblo, comenzando desde el rey, no estaba obedeciendo los mandatos y no respetaban la alianza.
Es que el pueblo elegido se había dejado llevar por las prácticas de los pueblos conquistados y los desvíos no solo de algunos gobernantes sino de faltos profetas.
El rey Josías se alarmó al oír el contenido del libro, se rasgó las vestiduras porque reconoció que todos habían olvidado la enseñanza: “el Señor estará enfurecido contra nosotros, porque nuestros padres no obedecieron los mandatos de este libro cumpliendo lo prescrito en él”. Y luego, ante todo el pueblo, comprometió fidelidad a la alianza.
La enseñanza nos lleva al cuidado que debemos tener en nuestra formación, como nos recomendó el propio Jesús: “Cuidado con los profetas falsos; se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces”. Y nos alertó a estar atentos a los frutos porque “un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos”.