Cada vez que desaparecÃa un artista, un ser generoso y alto, un ser noble y útil, un patriota, un bienhechor, un luchador sincero, un púgil del talento, el pobre hombre lloraba... Se enternecÃa de veras. Era como si cada peregrino tumbado en el sendero fuera su hermano...
Hasta que un dÃa pasó por su casa un viejo de faz tostada por todos los soles, de mirada profunda como un pozo, de cabeza nevada por innúmeros inviernos, sabio en dolor y desconfiado del contento. Y el viejo le dijo:
-Mal destino tienes. Tanto has llorado por todos, que ya no podrás arrancar a tus ojos una lágrima cuando muera tu madre...
Lo triste es que esa simbólica conseja tiene hoy una realidad.
Era generoso como Nuestro Señor Don Quijote, tenÃa el espÃritu templado en fuego de nativas valentÃas como Bayardo, era compasivo y sensitivo como el dulce Santo de AsÃs.
Era como un león que se enternecÃa ante el llanto de un niño. TenÃa alma de acero y corazón de oro.
Mayormente, tanto más si la tropa de su mando se alebronó ante las primeras pedradas y no habÃa quien lo defendiera. .. De tumbo en tumbo, el comandante infeliz, en cuyo rostro ensangrentado se veÃa el pavor más grande, fue llevado exánime a la botica fronteriza a la catedral. En la esquina se apiñó la enardecida muchedumbre, jadeante, hambrienta de matar... y se levantó un hombre alto, muy pálido, de apostura gallarda, de bigote cano, que cerrando el imperativo rotundo del entrecejo, con voz enronquecida por la indignación, insultó al populacho, le llamó cobarde, le habló de que nadie puede hacerse justicia con las propias manos; evocó la cultura de la ciudad histórica, interrumpió con gesto de amo los gritos destemplados....
Ã?l me dio el espaldarazo en esta caballerÃa andante del periodismo polÃtico. Ã?l me sacó de las subjetividades inútiles de mis versos románticos a la ruda pelea por la doctrina y por la patria. Ã?l hizo de mis debilidades mórbidas de sentimental poeta adolescente, fuerzas de luchador y esperanzas de convencido. Ã?l me dijo una vez:
"Hijo mÃo, hay que ir por el camino recto para triunfar o estrellarse".
Por eso le habÃa levantado en mi mundo interior un culto de veneración y cariño. Por eso he sabido defenderle a capa y espada contra las ruines invectivas de sus enemigos, demostrando que Lafaye es sÃmbolo de honradez, de energÃa, de caballerosidad sin tacha y de conciencia sin mácula.
¡Duerme en paz, viejo mÃo, amigo, maestro, padre! Duerme la calma de tu último sueño sereno. Descansa en la tierra dura tu ardida cabeza de combatiente, volcánica de ideales, exornada por la santa nieve de los años de dolor y de trabajo:
-¡Váyase, váyase! Hoy es imposible... hoy no podemos escribir...
Y lloraste largamente, tú, el "hombre cruel el sombrÃo tirano, el neurótico perseguidor del pueblo"
Y he aquà que yo, abrumado por el pesar de tu muerte, sin poder concebir que tu ancianidad augusta y luminosa se haya hundido en la nada, no puedo escribir.
Y, dolor de los dolores, tampoco puedo llorarte...
* Claudio Peñaranda. Sucre, 1883-1921. Escritor, profesor y poeta modernista por antonomasia.
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