La inteligencia emocional y la calidad de la educación superior
19 may 2018
Adhemar Ávalos Ortiz
La inteligencia es, en general, la capacidad de las personas para comprender las cosas, establecer relaciones entre ellas y formar nuevas ideas. Es un concepto simple que tiene que ver con un concepto primario y, además, basado en la educación. En primera instancia es genética, pero después desarrollada fundamentalmente por la educación en las calles y aulas. Generalmente se confunde con la astucia, o sea la adaptación a las condiciones sistemáticas de vida, o sea al oportunismo de ver "cómo adquirir medios con el menor esfuerzo posible, algo deplorable, cuando se trata de trabajar en un interés común". No es así, la inteligencia es una cualidad natural que permite interpretar y racionalizar los hechos en un contexto concreto y en su definición. Ahora, es ¿posible determinar el futuro? Puede ser a partir de la determinación y solución de variables teóricas y políticas.
Y la inteligencia tiene que ver con la educación, especialmente con la superior, la de universidades, instituciones académicas calificadas por su contexto y oportunidad, con la posibilidad de desarrollar características innatas. La educación es un campo de conocimiento y formación que puede, y debe, en el mejor de los casos, abarcar toda la vida de un ser humano, desde la cuna hasta el hálito final. En verdad que una persona nunca deja de aprender para bien o para mal. Y en la Naturaleza están dadas las condiciones para el encuentro del ser consciente y no, con la realidad vívida como un primer escenario de confrontación con la verdad, aunque relativa.
Pero se debe pasar a un análisis más profundo, psicológico y filosófico, la Inteligencia Emocional es la capacidad (que no todos tienen) de apreciar y expresar las emociones propias y ajenas. Supone que cada persona tiene un tipo de inteligencia, pero quienes tienen ésta son individuos con facilidad para la interacción social. Sus características dependen de su esencia genética: no son impulsivos, las personas con inteligencia emocional no tienden a acciones impulsivas y desconsideradas. Tienen un alto grado de empatía, logran descifrar lo que sienten los demás, lo que los pone tristes o felices. Son de esas personas que no necesitan explicaciones. Nunca dan la espalda a los problemas de sus amigas y amigos, y siempre están presentes para hacerte sentir más solidarizado. No están esperando a que termines tu historia para dar un juicio final. Escuchan detenidamente lo que tienes que decir, te darán sus comentarios cuando crean que es necesario, a veces tarde.
Ahora, hay que hablar de la naturaleza del sistema de educación superior en Bolivia y otros países, su afán de lucro que lo alimenta ha generado en muchas instituciones el alejamiento de criterios académicos de excelencia y ha instalado la demanda por mejorar la calidad de la educación y puesto en evidencia la débil regulación y lo mucho que requerimos avanzar en este ámbito. Educar en un nivel superior implica hacer ver a los estudiantes las realidades de su contexto desde una perspectiva de reflexión, de entender lo que sucede en su país y de lo que se debe hacer para transformar la realidad en sentido positivo, sin caer en el ámbito dogmático, ya que la política práctica implica muchas líneas. El Docente debe simplemente mencionar, criticar, lo debe hacer racionalmente, pero no dar línea, esta es la labor del político, el que sea.
En el ámbito universitario, el concepto de calidad es de origen relativamente reciente y deriva en la irrupción del lenguaje de la economía en las distintas esferas de la vida social. Ahora, cuando hablamos de calidad necesariamente tenemos que entender que alude a una cierta noción o entendimiento de lo que es una Universidad, cuál es su carácter, su papel, las funciones que cumple y que le dan su especificidad como institución. No se trata de discurso, sino de hacer reflexionar a las personas de que su formación depende de las lecturas de textos, de su reflexión y confrontación con la realidad, además de sacar conclusiones factibles y realizables de los hechos. Es decir, la calidad es una construcción social que "hace sentido" en la sociedad o en ciertos grupos en determinado momento histórico: no es algo dado, ni para siempre, ni que tenga existencia independiente de un relativo consenso en una determinada comunidad. A partir de esta mirada, resulta evidente que algunos indicadores de calidad utilizados por la por distintas instituciones son discutibles. Desde una perspectiva más amplia, urge una mirada crítica, capaz de analizar la calidad y su relación -o no- con la reproducción de la desigualdad social.
Si observamos la realidad del mundo universitario del país, constatamos la existencia de algunas grandes universidades privadas que tienen la mayor cobertura del sistema, de "menor calidad", según lo indica la acreditación, y cuyos alumnos pertenecen a los estratos socioeconómicos de menores ingresos; y algunas universidades públicas y tradicionales de "mejor calidad", según lo indica la acreditación, que siguen siendo elitarias en términos de la composición social de su alumnado, reproduciendo así la desigualdad social.
Hoy no se constituyen indicadores de calidad en las universidades la mirada de género, la dimensión relativa a la participación de los distintos estamentos en su gobernanza, la capacidad efectiva de mayor inclusión, la relación entre la condición académica inicial de los estudiantes y el egreso, que estaría indicando hasta qué punto una universidad ayuda a disminuir la exclusión y la crónica desigualdad social.
Así las cosas, es altamente valorable la exigencia de calidad como un criterio prioritario, planteada por los estudiantes, el mundo universitario y las propias autoridades políticas, y debería ser un aspecto central de ésta; pero es fundamental remirar el concepto de calidad y el tipo de indicadores con el que se la evalúa, entendiendo a la Universidad como una Institución que debiera incidir en la disminución de las profundas desigualdades sociales que caracterizan a nuestro país.
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