Jueves 17 de mayo de 2018
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Las pugnas polÃticas suelen ser implacables. Se desatan las pasiones y, en ese ambiente, la consigna de los autoritarios, como parte de su libreto, es destruir moral y aun fÃsicamente al adversario, al que siempre identifican como enemigo.
Sin embargo, desde que el populismo en el poder dispone de instrumentos para precautelar el orden, y de los medios legales para la defensa institucional, la consigna es acusar al opositor de cometer los más diversos crÃmenes -las más de las veces imaginarios- para crear conflictos y prevalecer. Se está ante una estrategia, con muchos grados de violencia, para el predominio de intransigentes y sectarios.
Gobernar con el retruécano de que se combate una supuesta intención contraria a los intereses de la Nación, es un punto de partida para avivar enconos y desatar conflictos. Lanzadas las acusaciones aleves, como que antes se entregaban los recursos naturales a un ávido "imperio", que no habÃa inclusión social pues vastos sectores de la población estaban marginados de la vida nacional y otras culpas falazmente atribuidas, es parte de la naturaleza populista sectaria que se ceba en la deformación de los hechos. Es cierto que en el pasado hubo injusticias, pero estas no se reparan con otras injusticias, invirtiendo valores y con acusaciones mendaces o con nuevas exclusiones antidemocráticas. Dividir a los ciudadanos en categorÃas y dar preferencias a un sector y asegurar que se llegó al poder "para toda la vida", es una manera de excluir.