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Domingo 06 de mayo de 2018

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Cultural El Duende

Nuestra época y Alcides Arguedas

06 may 2018

H. C. F. Mansilla

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Ninguna calle o plaza lleva su nombre en su ciudad natal. Lo mismo ocurre si nos referimos a escuelas, universidades o instituciones culturales a nivel nacional. Y esto no ha sido casual. El motivo para ello es muy simple: lo rescatable de la obra de Alcides Arguedas es su crítica de la clase política y, con muchas reservas, su visión moralizante de la evolución histórica. Percibía los males de la patria en la contextura sociocultural y en los comportamientos anti-éticos de los gobernantes y los partidos, y no tanto en las condiciones socio-económicas que se arrastraban de larga data. Esto, que puede parecer necio y anacrónico, adquiere hoy su eficacia explicativa ante el fracaso de una masa gigantesca de teorías economicistas, institucionalistas y afines que han demostrado su incapacidad para comprender (y hasta para describir) la cultura política y las pautas recurrentes de comportamiento de la población. Arguedas fue sin duda original al haber estudiado lo que ahora se denominan las mentalidades colectivas y los valores de orientación de grandes segmentos sociales. Pese a errores de observación e interpretación, Arguedas logró confeccionar un espejo crítico para retratar a la sociedad boliviana y, muy especialmente, a su clase política y a sus grupos con vehementes ansias de ascenso social. La veracidad de su descripción a este respecto y su tesis de que los males nacionales no provienen de factores externos o agentes foráneos, siguen perturbando hoy como en el primer día a los lectores de su obra.

Dilatados sectores de la población boliviana pueden ser caracterizados como conservadores y convencionales porque preservan pautas y normativas anticuadas de comportamiento a pesar de los incipientes procesos de modernización técnico-económica. Estos valores de orientación han configurado una porción de lo que puede llamarse la identidad colectiva nacional. Por ejemplo: el análisis que hizo Arguedas del consumo de alcohol, de las curiosas prácticas de sociabilidad asociadas a esta costumbre y sus consecuencias nocivas es totalmente válido hasta hoy. La falta de conciencia moral, la desconfianza básica, el egoísmo en su forma más cruda, la carencia de lealtad y gratitud, la firme creencia de monopolizar la razón sobre cualquier asunto, la combinación de servilismo, disimulo y falsedad y el ansia incontenible de ascenso social, constituyen algunas de sus características más remarcables. "Piensa mal y acertarás" es, de acuerdo a Arguedas, el principio rector de buena parte de la sociedad boliviana. Pero Arguedas criticó severamente esta frase, "terrible y desoladora", como la calificó. En ella se condensaría la lamentable concepción de la sociedad y de las relaciones humanas que tienen muchos habitantes de estas tierras.

Por otra parte Alcides Arguedas tuvo un notable coraje cívico alrededor de la Guerra del Chaco al describir y fustigar públicamente algunos aspectos negativos asociados a las Fuerzas Armadas y la Policía. Propuso entonces clausurar el Colegio Militar y las Facultades de Derecho por un espacio de veinte años, porque ambas instituciones habrían coadyuvado al estancamiento del país. Arguedas caracterizó la cultura política cotidiana y las pautas concomitantes de actuación parlamentaria y administrativa de modo certero y hasta divertido; describió a la clase política -su insuperable mediocridad, su impunidad legal, su falta de ética y talento y su carencia de responsabilidad y previsión- como si estuviera pintando a la actual. Y estos atributos de la clase política prosperaron (y prosperan) porque ciertos rasgos de los demás grupos sociales actúan como suelo abonado para su florecimiento: el bajo nivel educativo, el desinterés por los asuntos de Estado, la informalidad en cuanto norma, la inconstancia y la desidia permanentes y una especie de estulticia generalizada, todos ellos fomentados por los muy modernos medios masivos de comunicación.

En torno a la llamada cultura popular Arguedas ha expresado lo que los cientistas sociales bolivianos callan discretamente (por razones bien comprensibles): lo que seduce y entusiasma es lo de "aspecto pomposo, sinuoso, [...] fácil de comprender"; "[...] sólo preocupa lo aparente, lo externo, lo frívolo". Arguedas llamó la atención en torno a la falta de memoria histórica de los bolivianos, que a menudo cometen el mismo error o eligen a políticos desacreditados por experiencias anteriores. El país ha cambiado mucho desde entonces, pero algunos aspectos de esta Bolivia profunda han permanecido relativamente incólumes: el desdén por las esfuerzos científicos y teóricos, la indiferencia hacia los derechos de terceros, la admiración por la fortuna rápida, la envidia por la prosperidad ajena, la productividad laboral substancialmente baja, la celebración de la negligencia y la indisciplina y hasta la "innata tendencia a mentir y a engañar, porque [...] estas son condiciones indispensables para alcanzar éxito en todo negocio". Hoy en día no hay mucho que agregar.

Pero el mismo Arguedas contribuyó a una versión muy cercana de la esencialista al atribuir al paisaje, al clima y a la escasez de recursos una función determinante, inconmovible y eterna en la conformación del carácter de los indígenas bolivianos y de otros grupos étnico-culturales. En su concepción los factores geográficos y climatológicos constituyen una especie de variable independiente, que fija a priori los rumbos del pensar y del sen¬tir y las pautas de compor¬tamien¬to, cuya modifica¬ción resulta entonces extremadamente difícil. A los habitantes del Altiplano, por ejemplo, Arguedas les achaca "dureza de carácter", "aridez de sentimientos", "absoluta ausencia de afecciones estéticas", "una concepción siniestramente pesimista de la vida", lo que entonces y ahora resulta ser una evidente falsedad. Su descripción de las etnias aborígenes, su entorno y sus modos de vida adolecen de un carácter unilateral, ficticio y parcializante. Estas opiniones no son res¬catables.

Lo que podemos preservar de Arguedas es su crítica a los estamentos privilegiados del país. También es muy valiosa otra faceta prácticamente desconocida de este autor, que es su temprana reivindicación de la mujer boliviana, su análisis del carácter superficial de las damas de la alta sociedad y su rechazo del machismo y de todos los fenómenos afines. Erika J. Rivera ha llamado la atención en varios artículos con referencia a este tema.

Apoyado en los conceptos rescatables de Arguedas y dejando de lado sus aspectos francamente reaccionarios, se puede intentar una visión global del desarrollo boliviano. Desde la época del Mariscal Santa Cruz el Estado boliviano tiene la curiosa costumbre de imitar las instituciones y los códigos más avanzados de los países desarrollados, pero esto no modifica el funcionamiento cotidiano de la burocracia estatal ni tampoco la cultura política de la población. En este sentido las rutinas de la nación en todos sus estratos sociales han cambiado poco con el paso de los siglos.

Las cosas que verdaderamente hacen falta son una ética laboral moderna, un servicio civil aceptable y, sobre todo, más racionalidad y seriedad en las relaciones sociales. Hay que reducir la tradicional cultura política del autoritarismo, limitar el dilatado espíritu provinciano y modificar las usanzas burocráticas. Hay que fomentar una atmósfera general de trabajo, honradez y confiabilidad, es decir una mentalidad general diferente de la que aun predomina. Algunos pueden afirmar que este designio no es factible ni deseable, pues significaría al mismo tiempo la pérdida de la identidad nacional. Pero como seguramente no existe una esencia indeleble e inmutable del carácter colectivo boliviano, podemos construir una identidad social basada en una ética laboral y una lógica política más razonables que las actuales, y ello sin menoscabo de los intereses mayoritarios de la nación. Admito que se trata de una obra titánica -una gran reforma educacional y cultural-, que tomará varias generaciones hasta que se vislumbren resultados tangibles. Pero hay que dar ahora los primeros pasos.

Se puede comenzar fortaleciendo los elementos meritocráticos en el Estado boliviano. El país requiere de una élite bien formada que sepa definir políticas públicas de largo aliento, que se guíe por preceptos éticos, que posea una cultura humanista y algo de comprensión por la estética pública. Esto contribuiría a aminorar tres defectos de toda democracia: (1) el carácter manipulable de las masas votantes, (2) la distancia entre democracia practicada y talento profesional y (3) la conformación de oligarquías burocráticas en todo sistema social complejo.

Un régimen democrático y un gobierno legalmente electo pueden cometer excesos de todo tipo. Sistemas demagógicos y hasta despóticos pueden ser legitimizados por elecciones de amplia participación popular y por la seducción de los votantes mediante los medios masivos de comunicación, sobre todo la televisión. De ahí emerge el peligro de un totalitarismo moderno. Hay que promover los elementos meritocráticos porque las elecciones democráticas para los puestos más importantes del Estado no han dotado a estos cargos de personajes más talentosos, inteligentes, innovadores o simplemente más aptos que los sistemas no electivos. Y con ello se desvanece uno de los argumentos más vigorosos de la racionalidad estrictamente democrática.

Los partidos de izquierda dicen representar a las clases explotadas y a los sectores étnicos marginados secularmente. Pretenden introducir una democracia "real" y no meramente "formal". Estos partidos han terminado generando en su interior oligarquías altamente privilegiadas, pero justificadas por los ingenuos y mal informados adherentes, proclives a ser manipulados fácilmente por las astutas jefaturas y por los caudillos carismáticos. Toda organización político-partidaria, aun la más libertaria, denota una tendencia a la formación de dirigencias elitarias. La rutina de las grandes instituciones, la incompetencia de las masas, la tradición de obedecer a los de arriba, la necesidad psíquica de una conducción por personas con autoridad natural (carisma) y la especialización de roles constituyen los factores que contribuyen al surgimiento de las oligarquías partidarias y de los caudillos correspondientes. Pero estas élites dirigentes no poseen cualidades meritocráticas, sino sólo destrezas organizativas y la habilidad para manipular a los ingenuos. Los diversos sectores de la clase política boliviana, hija de grupos ambiciosos de los estratos medios, a quienes escrúpulos éticos y conocimientos estéticos les son indiferentes, no poseen las cualidades que hicieron grandes las naciones de Europa Occidental y que estaban vinculados a los valores meritocráticos y humanistas de sus clases gobernantes. Los líderes insurgentes de los estratos populares no son básicamente diferentes. Estamos, por consiguiente, ante dilemas de difícil solución, por lo menos en el corto plazo.

* Hugo Celso Felipe Mansilla. Doctor en Filosofía. Académico de la Lengua

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